contra Calfucurá en Sierra Chica: un futuro
presidente rodeado, sin caballos y derrotado
Luis Furlán
Infobae, 31 de
Mayo de 2022
Entre el 24 de
mayo y el 1 de junio de 1855 se produjo una de las empresas militares más ásperas
de la lucha contra los aborígenes en la Conquista del Desierto: la campaña de
Sierra Chica, que tuvo lugar en torno a la localidad de Sierra Chica, actual
partido de Olavarría en la provincia de Buenos Aires).
Hacia 1855, la
frontera Sur con el aborigen se apoyaba en una línea militar que corría por el
Sur de las provincias de Mendoza, San Luis, Córdoba y Santa Fe, pasando por el
Norte, Oeste, Centro, Sur y Costa Sur de la provincia de Buenos Aires. Al
Norte, la frontera era asegurada por una línea militar contra los aborígenes
del Gran Chaco.
Las relaciones con
los aborígenes eran muy inestables. Para mantener la paz, los gobiernos debían
someterse a una humillante y extorsiva política de abastecimiento y
racionamiento con los aborígenes (“negocio pacífico”), a cambio de no atacar ni
invadir fronteras y provincias. Durante sus gobiernos, Juan Manuel de Rosas
mantuvo una relativa paz a través del “negocio pacífico” (1829-1852).
La caída de Rosas
en la batalla de Caseros (3 de febrero de 1852) inició la difícil organización
y unidad nacional. El Acuerdo de San Nicolás, convocado por Justo José de
Urquiza para organizar el país, fue rechazado por Buenos Aires. Las relaciones
con la Confederación Argentina se complicaron.
El 11 de
septiembre de 1852 los porteños se levantaron contra Urquiza y constituyeron el
Estado de Buenos Aires. Así comenzó una nueva guerra civil, que finalizó a
mediados de 1853. Por ese tiempo, se aprobó la Constitución Nacional y Urquiza
fue elegido presidente de la Confederación Argentina. El Estado de Buenos Aires
y la Confederación Argentina permanecieron separados, conviviendo en cierta
paz.
Los aborígenes
aprovecharon aquella situación para olvidar los tratados, y renovaron, con
mayor violencia, sus incursiones sobre fronteras y provincias, especialmente
Buenos Aires. Atacaron estancias y poblaciones para apoderarse de ganado,
capturar personas, saquear y depredar. Por caminos bien definidos
(“rastrilladas”), arreaban el ganado desde la provincia de Buenos Aires para
venderlo en Chile.
Aquellas acciones
humillaban a los gobiernos, debilitaban la defensa fronteriza, afectaban la
integridad territorial, perjudicaban el progreso económico y la ocupación del
territorio y retrasaban la organización y unidad nacional.
El cacique más
poderoso fue el mapuche-araucano Calfucurá, nacido en Chile e instalado en
Salinas Grandes (hoy La Pampa) desde 1834. Formó y lideró la Confederación de
Salinas Grandes, compuesta por diversos pueblos aborígenes de Pampa y
Patagonia, y fue el auténtico amo y señor del desierto hasta 1873. Su prestigio
ganó adhesión entre aborígenes chilenos.
Político astuto y
hábil diplomático, aprovechó las desinteligencias de nuestros gobiernos y logró
beneficiosos tratados. Hasta fue aliado del presidente de la Confederación
Argentina Justo José de Urquiza. Conocía perfectamente el territorio y las
“rastrilladas” y, como conductor militar, apostaba a la movilidad de su
caballería y a sus numerosos “guerreros de lanza”.
El Estado de
Buenos Aires continuó la política del “negocio pacífico” con los aborígenes.
Las relaciones fueron inestables, y se concretaron difusos tratados con los
caciques pampas Catriel y Cachul.
Luego de Caseros,
la frontera bonaerense sufrió ataques cada vez más violentos y constantes.
Entre 1852 y 1853, Calfucurá atacó Bahía Blanca y el Sur de la provincia,
mientras que Catriel y Cachul, olvidando sus tratados con Buenos Aires,
depredaron Azul.
A principios de
1855, Calfucurá, Catriel y Cachul invadieron la provincia con 5000 aborígenes.
Arrasaron el partido de Azul, se apoderaron de numeroso ganado, se llevaron
varias personas cautivas y asesinaron a 300 pobladores.
Quien asumió el
desafío de responder a aquella invasión, fue el ministro de Guerra y Marina del
Estado de Buenos Aires coronel Bartolomé Mitre, veterano de la guerra contra
Rosas y del conflicto contra la Confederación Argentina, destacado periodista
y, anteriormente, legislador provincial, ministro de Gobierno y canciller del
Estado de Buenos Aires.
El coronel Bartolomé
Mitre decidió combatir primero a los pampas de Catriel y Cachul, aliados de
Calfucurá, para luego continuar la campaña contra el líder de Salinas Grandes.
Organizó una operación combinada sobre la frontera Sur bonaerense, con dos
columnas que debían operar estrechamente coordinadas.
La columna
comandada personalmente por el ministro coronel Bartolomé Mitre, operaría desde
Azul sobre las tolderías de Catriel, en Sierra Chica; mientras que la columna
del coronel Laureano Díaz, comandante de la Frontera Centro, partiría desde
fuerte Cruz de Guerra (actual 25 de Mayo) para actuar contra las tolderías de
Cachul, entre las lagunas Blanca Grande y Blanca Chica. Buscarían sorprender,
acorralar y atacar por flancos y retaguardia a los pampas y, conseguido el triunfo,
se reunirían en Sierra Chica para continuar las operaciones.
El coronel Mitre
partió desde Azul en la noche del 27 de mayo de 1855. Sus fuerzas (800 hombres)
se componían de tropas de coraceros, del batallón 2 de línea y de cazadores del
batallón 1 de línea, más guardias nacionales y aborígenes. Un corresponsal de
“La Tribuna” destacó que el ministro prometió “asegurar las fronteras, sin que
lo detengan los rigores de la estación, ni las penurias de una guerra monótona
y salvaje”. La marcha se realizó casi siempre de noche. El 29 se dirigió por la
noche hacia Sierra Chica, para sorprender a las tolderías de Catriel en la
madrugada del 30.
La columna
atravesó territorios prácticamente desconocidos. El corresponsal de “La
Tribuna” señaló el “mal estado de los caminos” y el “mal servicio de las
postas”; que “el frío y el hambre atacaban muy de cerca” y que “si no faltó
para comer la carne, el agua hizo gran falta”. Por errores de los baqueanos,
las tolderías de Catriel se hallaban más alejadas de lo previsto, “equivocación
que fue funesta para el éxito de la expedición”, según el coronel Mitre.
A las primeras
luces del 30 de mayo, las fuerzas del coronel Mitre avanzaron sobre Sierra
Chica, pero el sorpresivo ataque de madrugada ya se había frustrado: “Una línea
considerable de indios se presentó a defender las tolderías. El golpe se había
malogrado”, dijo el corresponsal de “La Tribuna”.
El coronel Mitre
dispuso que la infantería debía iniciar la ofensiva, y la caballería apoyar y
decidir el ataque: así se podría controlar el campo de batalla y neutralizar la
rápida caballería y el orden circular de la táctica aborigen.
Hacia las 8 de la
mañana del 30 de mayo comenzó el combate de Sierra Chica. El coronel Mitre
distribuyó sus fuerzas, pero la apresurada caballería se desplegó sobre la
marcha, arrastrando a guardias nacionales y aislando la infantería. Ante dos
cargas de los pampas rechazadas por los coraceros, la guardia nacional
retrocedió, provocando confusión y desorden.
Los aborígenes
aliados de Buenos Aires cargaron sobre los toldos, pero la caballería atacó por
su cuenta, confiada en una fácil y rápida victoria. No obstante, las fuerzas de
Buenos Aires arrollaron a los pampas, los empujaron hacia sus toldos y los
desalojaron, arrebatándoles numerosos caballos.
Pero la fuerza
atacante se quebró, pues sus componentes se dispersaron y separaron en
fracciones que arreaban los caballos capturados, seguían la lucha o saqueaban
los toldos. El ataque se diluyó en acciones sin coordinación. Los pampas de
Catriel contraatacaron, aislaron y rodearon a las fracciones, provocando
encarnizado entrevero y lucha cuerpo a cuerpo.
La columna fue
rodeada y sometida a permanentes y rápidos ataques desde todas direcciones. Los
pampas impusieron la movilidad de su caballería y sus acciones de guerrilla.
Mitre señaló que “los indios amagaban frente, flancos y retaguardia, en
caballos de una superioridad incontestable, con los cuales corrían fácilmente
por los flancos, evitando cuando les convenía el choque”.
Los caballos de
los porteños se dispersaron, dejando las tropas a pie, mientras, según Mitre,
“los indios se retiraban y volvían al combate cabalgando soberbios caballos de
refresco”. En la confusión, el capitán Emilio Vidal, herido con cuatro lanzazos
y dos balazos, y sin caballo, se defendió a sable contra cinco aborígenes,
logrando salvarse.
Mitre se puso a la
defensiva para salvar sus fuerzas. Sus hombres, todos a pie, se retiraron a una
sierra aislada, donde los pampas los rodearon y sometieron a escaramuzas. Mitre
pensó lo peor: “el número de indios que nos circundaba, sus alaridos salvajes y
su ardor, hacían concebir la idea de un contraste”.
Al anochecer del
30 de mayo, aparecieron a la distancia las hordas de Calfucurá. Las fuerzas
porteñas permanecieron, según Mitre, “en la incertidumbre y sobre las armas
toda una noche opaca y lluviosa donde no cesaron los alaridos de los bárbaros
que nos circundaban”.
El 31 de mayo
continuaron las escaramuzas y las guerrillas y el avance de las fuerzas de
Calfucurá, “mientras nosotros reducidos por todo alimento a carne de yegua, sin
más agua que la que brotaban algunas vertientes de la sierra, resueltos a
sostener el puesto hasta el último trance”, informó Mitre. En la noche la
columna comenzó la retirada: la maniobra se realizó de noche y a pie, “desde el
primer jefe hasta el último soldado, observando el mayor orden y silencio”,
destacó.
Finalmente,
llegaron a Azul en la mañana del 1 de junio, “después de sufrir toda clase de
privaciones, y peleando con un enemigo fuerte y decididamente valeroso”,
observó el corresponsal de “La Tribuna”. Las fuerzas de Buenos Aires sufrieron
16 muertos y 23 heridos y perdieron todos sus caballos y buena parte del
equipo.
Por su parte, la
columna del coronel Laureano Díaz partió el 24 de mayo de 1855 desde el fuerte
Cruz de Guerra para combatir a los pampas de Cachul. Aquel jefe era veterano de
la guerra contra el Imperio del Brasil (1825-1828) y de la guerra contra Rosas.
La columna del
coronel Díaz se componía de 600 hombres, con apoyo aborigen. El 30 de mayo
llegó a las tolderías de Cachul pero las encontró sin aborígenes combatientes,
pues se habían retirado a Sierra Chica para reforzar a Catriel. Los días 30 y
31 de mayo fue rodeado y atacado por numerosas fuerzas del gran Calfucurá. Según
el coronel Díaz, “nos dieron el ataque por los cuatro frentes donde se
empeñaron fuertes guerrillas, pero no sufrían nuestras cargas”.
Si bien la columna
del coronel Díaz logró rechazarlas, su comandante no pudo perseguirlas, ni
alcanzó a unirse a las fuerzas del coronel Mitre. Se retiró y llegó a estancia
del Saladillo en la madrugada del 1 de junio.
El coronel Mitre
reconoció que la campaña no dio los resultados esperados para pacificar la
frontera de Buenos Aires, pero se recuperó la iniciativa y la actitud de
combatir al aborigen en sus tolderías. Destacó que ya se conocía “el olvidado
camino del desierto”, y que “se adquirió en la pelea experiencia de que
carecían nuestras tropas en una guerra enteramente nueva para ellas”.
Durante la
campaña, sus comandantes destacaron la falta de caballos. Sus fuerzas y sus
baqueanos desconocían el territorio, y la logística resultó deficiente. Las
fuerzas porteñas fueron escasas y marcharon divididas; carecían de instrucción
y disciplina; no contaron con jefes subordinados capaces de imponer autoridad
en momentos críticos; y tampoco poseían suficiente experiencia para combatir
aborígenes conocedores del terreno y organizados en guerrillas con una táctica
móvil, evasiva y desgastante.
Catriel, Cachul y
Calfucurá salieron fortalecidos, en tanto el Estado de Buenos Aires cedió a
mayores exigencias de aquellos líderes y soportó el retroceso de su línea
fronteriza. El mismo Mitre advertirá que el problema aborigen se solucionaría
en 300 años…
Para desprestigiar
al general Bartolomé Mitre, ex presidente de la Nación (1862-1868), sus
adversarios políticos utilizaron, en 1875, las páginas de “El Mosquito” para
burlarse de su derrota en el combate de Sierra Chica (30 y 31 de mayo de 1855)
nombrándolo “Bartolo Sierra Chica”.
Luego de Sierra
Chica, nuestros gobiernos intentarán diversas campañas contra los aborígenes,
pero todas terminarán en derrota. Habrá que esperar recién a 1872 cuando, en el
combate de San Carlos, se produzca un punto de inflexión en el complejo proceso
de la Conquista del Desierto y en las difíciles relaciones con el mundo
aborigen.
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