el plan de Roca y
el trágico destino de los indígenas que lucharon como “demonios en las
tinieblas”
Adrián Pignatelli
Infobae, 16 de
Abril de 2022
“Esa zanja era un
disparate”. Así evaluaba el tucumano Julio A. Roca ese larguísimo foso de dos
metros de profundidad y tres de ancho que el ministro de Guerra y Marina Adolfo
Alsina había mandado a cavar para frenar los malones indígenas, cuya obra
estuvo en manos del ingeniero francés Alfredo Ebelot. El destino quiso que en
unos de los viajes que Alsina hizo a Carhué, contrajo una enfermedad que lo
mató el 29 de diciembre de 1877. El 4 de enero, el día que el ministro
fallecido hubiese cumplido 48 años, el presidente Nicolás Avellaneda le
comunicó a Roca que iba a ser el nuevo ministro de guerra. Estaba en el
interior y viajó a la capital a pesar de estar atacado de fiebre tifoidea.
Su primera orden
fue la suspensión de los trabajos de la zanja, que ya contaba con 370
kilómetros de largo. Dejaría de lado la estrategia defensiva para solucionar,
de una vez por todas, el problema de los malones indígenas. Consideraba que la
estrategia de Alsina dilataba la solución al problema. Roca se propuso
desalojar a los indígenas del territorio al norte de los ríos Negro y Neuquén,
adelantar la frontera, y asegurar los pasos de Choele Choel, Chichinal y
Confluencia.
Entre los
principales caciques a derrotar -muchos de ellos hacía rato que estaban en
franca retirada- estaban los ranqueles Manuel Baigorrita, Ramón Cabral y Epumer
Rosas; los araucanos Marcelo Nahuel y Tracaleu; los tehuelches Sayhueque y Juan
Selpú y el célebre Namuncurá, el de la dinastía de los piedra, que terminaría
rindiéndose en 1884. “Si ellos son de piedra, yo soy Roca”, advirtió el
ministro.
Desde aquel lejano
mayo de 1770 cuando el gobernador Francisco Bucarelli mandó a parlamentar con
una docena de caciques pehuelches, fue arduo el camino transitado en la difícil
convivencia con los pueblos indígenas. El refuerzo de las precarias
fortificaciones y los planes de expandir la frontera con el indio que planeó la
Primera Junta, quedaron en la nada. Por años, el río Salado fue la frontera
natural. En 1833 Juan Manuel de Rosas planeó su propia conquista: se propuso
correr al indígena hacia la cordillera. Al finalizar había recuperado un buen
número de cautivos y de tierras y estableció relaciones amistosas con varios
caciques, entre ellos Calfucurá.
En agosto de 1878
el gobierno envió un proyecto al Congreso en el que solicitaba 1.600.000 pesos
fuertes para hacer cumplir la ley N° 215, de 1865, que establecía una frontera
sobre la margen norte de los ríos Negro y Neuquén. Y el 11 de octubre de 1878
se promulgó la ley 954 de creación de la gobernación de la Patagonia. Las
autoridades tendrían asiento en Mercedes de Patagones, hoy Viedma.
Roca movilizó al
ejército, cuyos soldados iban armados con los modernos fusiles Remington que
podían realizar seis disparos por minuto. Enfrente los indígenas iban a la
pelea muñidos de una lanza tacuara, de unos cuatro metros de largo, que en su
punta tenía asida una tijera de esquilar. También llevaban dos o tres
boleadoras y cuchillo. Cabalgaban, en medio de una gritería infernal, como
“demonios en las tinieblas”.
Roca pretendió
formar una fuerza numerosa pero dividida en pequeños cuerpos que se moviera
rápido. “El mayor fuerte para guerrear contra los indios y reducirlos de una
vez, es un regimiento o una fracción de tropas de las dos armas, bien montadas,
que anden constantemente recorriendo las guaridas de los indios y apareciéndoseles
por donde menos lo piensen”.
En total serían 23
expediciones, cada una de ellas de 300 hombres. En tiempo récord, se logró
movilizar a 6 mil soldados, 800 indios amigos, y se reunió 7 mil caballos y
ganado vacuno para alimentación. En el medio de la campaña cuando se terminaron
las vacas, lo que se consumió fue carne de yegua. No solo iban soldados, sino
también un grupo de curas para evangelizar a los indígenas; incorporó a
científicos extranjeros que estaban en el país desde la época de Sarmiento y
cubrió la expedición el retratista Antonio Pozzo, que dejó un valioso
testimonio fotográfico.
Entre los caciques
que cedieron guerreros para el ejército se cuentan al borogano Coliqueo, al
pampa Catriel y a los tehuelches Juan Sacamata y Manuel Quilchamal.
La expedición tuvo
cinco divisiones operativas: la 1ª con Roca y su jefe de estado mayor coronel
Conrado Villegas; la 2ª, a órdenes del coronel Nicolás Levalle; la 3ª, con el
coronel Eduardo Racedo al frente; la 4ª bajo la dirección del teniente coronel
Napoleón Uriburu y la 5ª con el coronel Hilario Lagos. De esta última se
desprendieron dos columnas, una con Lagos y otra con el teniente coronel
Enrique Godoy. Cada una debía llegar a un punto preciso.
Así como lo había
hecho Rosas, en esta operación también se dispuso de columnas que salieron de
distintos puntos. La del salteño Napoleón Uriburu salió desde San Rafael,
Mendoza, al frente de la 4ª División y debía dirigirse a Neuquén. Fue la que se
llevó la peor parte, porque además de las bajas temperaturas y el extenso
territorio que debió cubrir, luchó contra indígenas armados con Remington
provistos por chilenos a cambio de ganado. En el camino fundaron un fortín que
dio origen a la ciudad de Chos Malal.
La que comandaba
Roca partió de Carhué hacia la isla de Choele Choel. Racedo, futuro gobernador
de Entre Ríos, partió de Villa Mercedes, en San Luis. Hacía dos años que
luchaba contra los ranqueles y eliminó toda resistencia en esa zona. Cayó de
sorpresa sobre los toldos de Epumer Rosas y tomó centenares de prisioneros.
Levalle salió de Carhué hacia las tolderías de Namuncurá, que debieron correrse
unos cien kilómetros más al oeste. Lagos, desde Trenque Lauquen debía dirigirse
a Toay. También salió del mismo lugar Villegas con 300 hombres y con varios
baqueanos, en busca de Pincén, a quien capturó en Malal, con otros 33 indios,
aparte del rescate de cautivos y de hacienda.
Pozzo publicada en
Caras y Caretas
De la campaña
participó Rudecindo, el hermano menor de Roca. Se dedicó a transitar los territorios
bañados por los ríos Atuel y Chapaleufú. A fines de 1878 hizo fusilar a unos 50
ranqueles enviados por los caciques Baigorrita, Namuncurá y Rosas que buscaban
parlamentar, quienes habían ido confiados por un tratado de paz que habían
firmado meses atrás. Finalizada la campaña, fue ascendido a coronel graduado.
El 25 en Choele
Choel
La meta que Roca
se impuso y que mantuvo en secreto era que el 25 de mayo de 1879 debía
celebrarlo en Choele Choel. En Buenos Aires tomó el tren a Azul y de ahí se dirigió
a Carhué, de donde partió el 29 de abril. Se transportaba en una berlina, donde
le era más cómodo para trabajar con los mapas, documentos y libros. Cuando el
14 de mayo cruzó el río Colorado, homenajeó a su antecesor y bautizó el lugar
como Paso Alsina, en el actual partido de Patagones.
Tal como lo había
planeado, el 24 de mayo de 1879 llegó a Choele Choel. A las 6 de la mañana del
25, se tocó diana, se izó la bandera, hubo banda militar y misa. Estuvieron en
el lugar una semana.
Estaba acompañado por
Ignacio Hamilton Fotheringham, un inglés que había sido dado de baja de la
marina de su país, veterano en todas las batallas de la guerra del Paraguay y
que fuera amigo personal de Dominguito Sarmiento. En la confluencia de los ríos
Limay y Neuquén, hubo una bienvenida con clarines y tambores del Regimiento 6
de Infantería de Línea. En un telegrama al presidente Avellaneda, el jefe
militar destacó que “en ninguna parte se siente uno tan cerca de Dios como en
el desierto”.
Contemplando la
fuerte corriente del río, Roca ofreció un premio a quien cruzase a la otra
orilla. Los que lograron atravesar las turbulentas y por demás heladas aguas
fueron Fotheringham y el mayor Fábregas. El premio se lo llevó el inglés por
ser de mayor graduación. Ese lugar es hoy conocido como Paso Fotheringham.
Al no encontrar
indígenas, cuatro días después estaban de regreso en Choele Choel. En el vapor
“Triunfo” se dirigió a Carmen de Patagones donde fue recibido por los vecinos
como un héroe. Y en la cañonera “Paraná” arribó el 8 de julio por la mañana al
puerto de Buenos Aires. Era la primera vez que navegaba. Dejó el mando de las
tropas a Conrado Villegas.
Trágico fin
La campaña dejó un
saldo de por lo menos 14 mil indígenas muertos, producto de combates en campo
abierto o en ataques sorpresivos a tolderías. Hombres y mujeres fueron separados para evitar la
descendencia. Miles de mujeres y niños fueron condenados a una vida de semi
esclavitud como servicio doméstico con familias porteñas. Los chicos también
eran apartados para siempre de sus madres, en medio de escenas desgarradoras, y
su destino era decidido por la Sociedad de Beneficencia.
Los guerreros
prisioneros fueron empleados como mano de obra barata en estancias, en trabajos
agrícolas en el oeste, en yerbatales y en algodonales en el noreste, en obrajes
madereros o en ingenios azucareros en el norte. Otros fueron enrolados en las
filas del ejército y la marina. Los que el gobierno consideraba más peligrosos,
fueron confinados a la isla Martín García donde rompían piedras para el
empedrado de la ciudad de Buenos Aires. Muchos murieron por la mala
alimentación y las enfermedades.
Los caciques
sobrevivientes no tuvieron más remedio que someterse y pudieron vivir
tranquilos en parcelas asignadas por el gobierno.
Se recuperaron
centenares de cautivos y el Estado tomó posesión de 500 mil kilómetros
cuadrados de territorio, mucho del cual fue repartido entre políticos,
hacendados y militares.
Las operaciones
continuarían algunos años más. Los caciques Namuncurá y Baigorrita, aunque
debilitados, aún no habían sido sometidos. Los malones, que se habían
convertido en una pesadilla durante los gobiernos de Mitre y Sarmiento,
terminaron. Pero a esa altura Roca, a sus 35 años, preparaba su siguiente
empresa: la de ser presidente.
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