el falso veterano de Los Andes que en 1862
engañó a todos y se hizo condecorar como héroe
Por Roberto Colimodio
Infobae, 31 de octubre de
2019
En 1862, y a instancias del
entonces presidente, Bartolomé Mitre, ya concluidas las luchas armadas
intestinas, se propuso condecorar y premiar al soldado veterano de las Guerras
de la Independencia que luciera la mejor foja de servicios: el elegido recibiría
una medalla alusiva y un premio de 10000 pesos.
Un jurado militar de amplia
trayectoria, constituido por los brigadieres generales Enrique Martínez, José
Matías Zapiola y José María Pirán, y los coroneles José María Albariño y Blas
Pico, sería el encargado de evaluar los antecedentes de los aspirantes al
concurso.
Además de traer
documentación probatoria, los candidatos que se iban presentando eran
interrogados por el jurado.
Los primeros postulantes no
conformaban a tan exigente mesa examinadora… hasta que apareció el hombre que
colmó las expectativas: José Obregoso, dueño de una foja de servicios
impresionante y con 68 años de edad.
Granadero del Ejército de
los Andes, cruzó la Cordillera junto a San Martín, combatió en Chacabuco,
Talcahuano, Cancha Rayada y Maipo. También estuvo en Pichincha, Nazca, Pasco,
Ayacucho y Riobamba, entre muchas jornadas históricas más. No había campo de
batalla que Obregoso no hubiera pisado, blandiendo el sable o tocando el
clarín.
Ante la mesa examinadora
manifestó que había sido él quien con su trompeta llamó a la carga en la última
batalla por la Independencia... Ayacucho. Mitre, embelesado por tales
historias, lo bautizó: “Obregoso, el trompa de Ayacucho”.
Además, el aspirante a la
gloria le había salvado la vida a Mariano Necochea en Junín y, de regreso al
Plata, se había integrado al Ejército de Juan Lavalle en 1828, no sin antes
combatir en Ituzaingó y Yerbal. A las órdenes del “León” estuvo en Matanzas,
Navarro y Puente de Márquez. Emigrado a Uruguay, formó parte del ejército de
Rivera y luego siguió a Lavalle en toda su campaña hasta acompañar sus restos
al Potosí.
Retornó a Buenos Aires en
1854, siendo ayudante de Mitre en Cepeda, y como sargento mayor combatió en
Pavón. Realizó campañas contra los indios en Bahía Blanca y Patagones.
Receloso, el Tribunal lo
acribilló a preguntas... fechas, jefes, disposiciones de las fuerzas en las
batallas y cómo había peleado en tantos diferentes regimientos... Obregoso
tenía respuesta para todas y cada una de las dudas de los jurados. Habló además
de las veces que fue prisionero, de sus fugas y de cómo se reincorporaba a las
fuerzas patriotas allí donde se encontraran. Hay que decir que seguramente el
aval y la recomendación de Mitre pesaron en la balanza.
Llegó el día de elegir al
ganador y éste fue José Obregoso. Recibió los 10000 pesos que le sirvieron para
pagar la hipoteca de su modesta casa en Belgrano (Juramento y Libertador, nada
menos) sobre un terreno de 7000 m2, donde viviría con su esposa e hijos. Su
minuto de gloria quedó inmortalizado en una fotografía, con flamante uniforme
militar y 21 medallas en el pecho.
Durante la Guerra contra el
Paraguay, el presidente Mitre no quiso privarse de contar con el “símbolo
ejemplar” y llevó a Obregoso consigo para que los jóvenes soldados lo venerasen
en vida, aunque también soplaría su trompeta en la batalla de Curupaytí, a más
de 50 años de los inicios de su carrera militar según lo había contado en su
foja de servicios.
Se descubre la verdad
De regreso a Buenos Aires, a
principios de los 70, el ya teniente coronel Obregoso inició un reclamo por pago
de sueldos adeudados en diversos momentos de su extenso servicio a la Patria.
Pero bien sabemos que una cosa es un jurado para evaluar un premio y otra muy
distinta son los burócratas contadores que deben aprobar un gasto o pensión...
Así saltó el engaño de
Obregoso, al que evidentemente lo perdió la codicia. Al revisar los archivos
para chequear los pagos que se le habían realizado, se encontró que José no era
porteño como declaraba sino que había nacido en Trujillo, Perú; y como si esto
fuera poco, su nombre figuraba en un listado de soldados prisioneros del
ejército realista capturados por el capitán de granaderos Juan Isidro Quesada,
¡precisamente en Ayacucho!
Su fraude fue descubierto en
1873 por la “Comisión Liquidadora de la deuda de la guerra de la
Independencia”. Así las cosas, se consultó a varios veteranos y oficiales de
San Martín quienes confirmaron que jamás lo habían visto y ni siquiera habían
oído hablar de él. Inmediatamente se le exigió un descargo ante un tribunal más
severo; allí su historia se derrumbó, cometió gruesos errores y cayó en
contradicciones en temas específicos, lo que terminó de revelar el engaño.
Participaron de este nuevo
proceso el brigadier general Juan Esteban Pedernera, el coronel mayor Eustaquio
Frías y los coroneles Juan Isidro Quesada y Rufino Guido y fue fundamental -y
lapidario para Obregoso- el testimonio del coronel Jerónimo Espejo.
Obregoso era un tramposo
El papelón no trascendió ni
fue tan publicitado como su heroicidad. Aún hoy se lo menciona en algunos diccionarios
históricos y nóminas de Guerreros de la Independencia. Falleció en Belgrano el
25 de octubre de 1877. Legendario y condecorado. Una plaza en San Isidro llevó
su nombre, también alguna calle.
En 1979 Héctor Daniel
Viacava realizó una excelente investigación y publicación en la revista Todo es
Historia que dirigía Félix Luna. “Obregoso, el granadero mentiroso”, dando a
conocer la verdadera y oculta historia del héroe premiado que no fue tal.
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