30 años de su repatriación
Por Julio Lagos
Infobae, 30 de septiembre de
2019
Fue el 30 de septiembre de
1989. Ese día, el autor de esta crónica participó de la transmisión que se hizo
por TV y hoy evoca ese episodio con los testimonios de los grandes
protagonistas
Lo primero que pienso es que
muchos lectores de Infobae tienen poco más o bastante menos que 30 años de
edad.
Y les confieso algo
sorprendente: yo no recordaba haber hecho ese programa en 1989, cuando ustedes
ni habían llegado a este mundo o eran recién nacidos. Fue en Canal 7 -entonces
ATC- junto al recordado Enrique Alejandro Mancini.
Ahora observo las imágenes y
es como si mirase a otra persona. Lo que está diciendo ese, el otro que era yo
mismo, me suena como una absoluta novedad.
Así que estamos parejos:
ustedes toman contacto con esta historia por primera vez. Y a mí me parece que
es la primera vez.
Confieso que en el video me
descubro una fluidez de la que hoy carezco. Pero además el experimento me
permite ubicar todo el episodio en un contexto que sólo puede brindar la
perspectiva de estas tres décadas transcurridas.
¿Qué pasaba en el mundo en
ese momento? ¿Qué ocurría en la Argentina?
Era el año de la caída del
Muro de Berlín, y no imaginábamos todo lo que eso iba a significar. George Bush
padre había asumido la presidencia de los Estados Unidos, Fernando Collor de
Melo hacía lo mismo en Brasil. (…)
Entre nosotros, en enero, se
producía el copamiento de La Tablada. En junio, el presidente Raúl Alfonsín
renunciaba a su cargo cinco meses antes de terminar su mandato. Y el 8 de julio
Carlos Menem asumía la presidencia de la Nación.
Ese día, el flamante
mandatario dijo:
-Se terminó el país de todos
contra todos. Comienza el país de todos junto a todos. Yo quiero ser el
presidente de la Argentina de Rosas y Sarmiento, de Mitre y de Facundo…
Acababa de tomar estado
público un plan que se había gestado previamente y que habría de concretarse
pocas semanas después: la repatriación de los restos de Juan Manuel de Rosas.
Hubo dos personajes
fundamentales en ese operativo. Uno fue Manuel de Anchorena. El otro, Julio
Mera Figueroa.
Anchorena era un hombre de
campo muy vinculado a grupos nacionalistas y al revisionismo histórico. Fue
miembro de los primeros grupos de adherentes a Rosas que hubo en el país. Su
permanente reclamo para que Rosas estuviese enterrado en suelo argentino, ante
los diversos gobiernos, no tuvo eco.
Aunque había despertado la simpatía de
Juan Domingo Perón, quien en 1970, desde Madrid, le mandó una carta en la que
decía:
“En la lucha por la liberación,
el Brigadier General Don Juan Manuel de Rosas merece ser el arquetipo que nos
inspire y que nos guíe, porque a lo largo de más de un siglo y medio de
colonialismo vergonzante, ha sido uno de los pocos que supieron defender
honrosamente la soberanía nacional.”
No pasó mucho tiempo y en
noviembre de 1973, el propio Perón -en su tercer y último mandato- le encomendó
una delicada tarea: negociar oficiosamente con el gobierno británico la
devolución de las Islas Malvinas y el regreso a la Argentina del cadáver de
Rosas.
Para ratificar la
trascendencia de esta gestión, Perón lo nombró embajador ante el Reino Unido en
mayo de 1974. Anchorena logró el permiso del gobierno británico para la
repatriación de los restos de Rosas y el Congreso de la Nación decretó una ley
para concretar ese objetivo. En marzo de 1976, Anchorena fue destituído de su
cargo de embajador por los militares, pero continuó su tarea en el “Comité pro
repatriación de los restos de Rosas”.
Por su parte, Julio Mera
Figueroa fue un dirigente peronista enrolado en el menemismo. Había iniciado su
carrera política en la Juventud Peronista de los años 70 y ocupó una banca de
diputado entre 1973 y 1976 representando a ese sector combativo. Fue
encarcelado durante tres años durante el Proceso y providencialmente salvó su
vida al poder exiliarse en Uruguay, hasta 1982. Fue uno de los primeros en
acompañar la proyección política de Carlos Menem, quien siendo presidente le
confió el manejo político de la repatriación de los restos de Rosas.
Había que salvar una
dificultad mayúscula: estaba muy cercano el conflicto de Malvinas y era casi
imposible lograr un acuerdo de cualquier tipo con los ingleses. La habilidad
política de Mera se puso a prueba y logró su objetivo. El reconocimiento de
Menem no tardó en llegar: pocas semanas después lo nombró Ministro del
Interior.
El Comité que integraba
Anchorena había acordado en 1974 que Rosas sería llevado a la Catedral, junto a
San Martín. Pero en 1989, el Nuncio Apostólico Monseñor Ubaldo Calabresi se opuso
y rechazó esa posibilidad.
Por lo tanto se decidió que
fuera enterrado en el panteón familiar en la Recoleta.
El gobierno nombró una
Comisión Oficial que viajó a Europa. La encabezaba Julio Mera Figueroa. Y
además hubo una delegación popular, en la que -entre otros- estaba el
folclorista Roberto Rimoldi Fraga, cuyo repertorio incluye canciones de marcado
acento nacionalista.
Roberto, conocido como “el
Tigre”, me contó cómo vivió esos días:
-Era un momento muy difícil,
era un poco el hecho de tener que ir a dialogar con el enemigo, estaba muy
fresco el recuerdo de Malvinas. El 21 de septiembre de 1989 llegamos al
cementerio de Southampton, donde el cuerpo de Rosas fue exhumado. Fue una
emoción enorme. Le pusimos una bandera argentina encima. Pensá que también vimos
el cajón de Manuelita, que estaba al lado.
El féretro fue transportado
a un avión, con destino a Londres. Allí hubo una reunión con funcionarios del
Foreing Office, en la que Mera Figueroa presentó un escrito en el que señalaba
que nuestro país deseaba reencontrarse con “un prócer de la familia argentina”.
Según recuerdan algunos testigos de esa ceremonia, el funcionario inglés que
leía el documento, en un momento dado levantó la vista, mordió su pipa y
comentó risueñamente:
-Pero por lo que veo, con la
cantidad de años que lo combatieron, ustedes no han sido muy cariñosos con el
pariente…
Sirvió para descomprimir.
Todo estaba ya arreglado.
Partieron rumbo a París y al
entrar en el espacio aéreo francés, el avión comenzó a recibir los honores que
el gobierno galo le brinda a los jefes de estado. El relato de Rimoldi Fraga
cobra especial emoción:
-Cuando llegamos a Orly nos
esperaba una formación militar, una alfombra roja. El presidente François
Mitterrand. Estaba todo lleno de flores. Y Manolito sacó un poncho rojo con la
divisa punzó que él había llevado y lo puso arriba del cajón.
La última etapa del viaje
comenzó el 29 de septiembre, en un Boeing de la Fuerza Aérea que levantó vuelo
rumbo a las Canarias. De allí partió a Recife, en Brasil. Más que testigo
presencial, Rimoldi fue protagonista de lo que sucedió en ese tramo:
-El ataúd se había ajustado
con un suncho y yo estaba sentado en una butaca, justo al lado. Y venía como
quien dialoga con su tatarabuelo. Le decía “Don Juan, volvemos a Buenos Aires”,
Y te cuento un episodio cortito, que pinta lo que sentíamos en ese momento:
cuando el comandante, por el talk back del avión, nos dice “Señores, ingresamos
al continente americano” yo desde el fondo grité “¡¡¡Mármol, la c… de tu
madre!!!”.
Sin embargo, cuando el
sábado 30, a las 8 y 25 de la mañana, el avión llegó finalmente al aeropuerto
de Fisherton de Rosario, el ambiente no reflejaba la ruda confrontación de
pasiones que siempre rodeó a Rosas, incluyendo aquella frase de José Mármol, el
autor de Amalia: “Ni el polvo de sus huesos la América tendrá”.
Había un clima de ceremonia,
respeto y solemnidad.
En medio de un gran
despliegue de efectivos y funcionarios, el ataúd fue llevado en un helicóptero
a la base de la Prefectura Naval Argentina, desde donde una cureña militar lo
depositó frente al Monumento a la Bandera, junto al altar en el que el
arzobispo de Rosario, Monseñor Jorge Manuel López, ofició una misa solemne. En
la ceremonia estaban presentes 7 tataranietos de Rosas, uno de los cuales,
Carlos Ortiz de Rosas, habló en nombre de los descendientes.
Finalmente el presidente
Menem pronunció el primer discurso de su mandato y dijo:
-¿Es posible construir una
patria sobre el odio entre hermanos? Al darle la bienvenida al Brigadier
General don Juan Manuel de Rosas también estamos despidiendo a un país viejo,
malgastado, anacrónico, absurdo.
Cuando terminó la ceremonia
oficial, el féretro fue trasladado a bordo del patrullero Murature de la Armada
Argentina y comenzó su navegación por el río Paraná, rumbo al puerto de Buenos
Aires. Al pasar por la zona de San Pedro hubo salvas de cañones, en homenaje a
la Vuelta de Obligado.
-Cuando llegamos -recuerda
Rimoldi Fraga- me sorprendió la cantidad de jinetes con sus caballos que había
por todas partes. En el muelle, en la avenida del Libertador. Gente de todas
las provincias. Y algo que fue tocante para mí. Venía sentado detrás de la
cureña y cuando llegamos a la altura de Callao, subimos contramano para ir a la
Recoleta. Y era impresionante ver a la gente que desde los balcones tiraba
rosas y claveles rojos. Cientos y cientos, toda la avenida Callao quedó tapada
por flores rojas.
Desde ese día, los restos de
Rosas están en la Recoleta.
Había sido derrocado en
1852, murió en el exilio en 1877, fue repatriado en 1989. A lo largo de los
años, se disolvió el hondo desencuentro que provocaba la sola mención de su
nombre.
Hoy, en Buenos Aires, los
pasajeros de la línea B de subterráneos lo encuentran al final del recorrido,
luego de atravesar -entre otras- estaciones que tienen los nombres de Alem,
Pellegrini, Pueyrredón, Dorrego y Echeverría, en un igualitario nomenclador que
archivó las diferencias históricas.
Sí, la terminal se denomina
Juan Manuel de Rosas.
Y como el tiempo se encarga
de dibujar las paradojas más inesperadas, hoy a nadie le sorprende. Y tampoco
que esté en el corazón de un barrio entrañable que se llama Villa Urquiza, en
homenaje a su enemigo de la batalla de Caseros.
Hace 30 años, en aquella
mañana del 30 de septiembre de 1989, cuando presenté ese programa de
televisión, yo no me hubiese atrevido a imaginarlo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario