en la guerra de
los indios de la que se tenga memoria: a 150 años del combate de San Carlos
Luis Furlán
Infobae, 8 de
Marzo de 2022
El 8 de marzo de
1872 se produjo el combate de San Carlos, acontecimiento clave de la lucha
contra los pueblos aborígenes y de la Conquista del Desierto. Aquel
enfrentamiento tuvo lugar al norte de la ciudad de San Carlos de Bolívar,
cabecera del partido de Bolívar, en la provincia de Buenos Aires.
Hacia 1872, la
frontera interna sur con el aborigen se apoyaba en una línea militar desplegada
por el sur de las provincias de Mendoza, San Luis, Córdoba y Santa Fe, pasando
por el norte, oeste, centro, sur y costa sur de la provincia de Buenos Aires,
hasta Bahía Blanca y Carmen de Patagones. En la frontera interna norte, existía
una línea militar contra los aborígenes del Gran Chaco.
Los pueblos
aborígenes ubicados fuera de aquellas líneas fronterizas mantenían inestables
relaciones con los gobiernos y con las autoridades políticas y militares de las
fronteras interiores. A través de tratados que no garantizaban pacífica
convivencia, se entregaban a los caciques artículos y beneficios a cambio de no
invadir las provincias. Las inciertas relaciones con los aborígenes
profundizaban los problemas de una Argentina con permanentes conflictos
internos (montoneras federales) y tensiones externas (Brasil, Chile), y
dificultaban sus esfuerzos para consolidarse como Estado nacional unificado.
En un escenario
tan complejo, los aborígenes atravesaban las líneas militares y atacaban
estancias y poblaciones para apoderarse de ganado, capturar personas, saquear y
depredar. Dichas acciones desprestigiaban y humillaban a los gobiernos,
debilitaban la defensa fronteriza, afectaban la integridad territorial y
perjudicaban el progreso económico, la ocupación y colonización del territorio
y los proyectos de modernización. El general Bartolomé Mitre advirtió que el
problema aborigen se solucionaría en 300 años…
La guerra del
Paraguay (1865-1870) y el conflicto del Litoral (1870-1871) descuidaron las
fronteras interiores, que aprovecharon los aborígenes para realizar sus
incursiones. A través de caminos bien definidos (rastrilladas), los aborígenes
llevaban el ganado robado desde la provincia de Buenos Aires hacia Chile, donde
era vendido o intercambiado por armas de fuego (la principal rastrillada era el
Camino de los Chilenos), dinámica que instalaba a la tensión con Chile como
nueva preocupación para Argentina.
El cacique más
poderoso de aquellos años fue el mapuche-araucano Calfucurá, nacido en Chile
entre 1770 y 1790, que desde 1834 se hallaba en nuestras tierras. Se estableció
en Salinas Grandes (actual provincia de La Pampa), y en Chiliué fijó residencia
y cuartel general. Calfucurá se convirtió en el principal cacique de los
aborígenes de Pampa y Patagonia. Formó una Confederación, con centro en
Chilihué, compuesta por mapuche-araucanos, ranqueles, pampas, salineros y otros
pueblos más, de la cual fue líder indiscutido. Su extendido prestigio ganó
adhesión entre los mapuche-araucanos chilenos.
Se destacó por su
astucia política, habilidad diplomática y pragmatismo en las vinculaciones con
los gobiernos y con las autoridades de las fronteras internas. Logró
beneficiosos tratados, y mantuvo la iniciativa en sus relaciones con los
blancos (huincas). Conocía muy bien la Pampa y Patagonia, especialmente las
rastrilladas que comunicaban la provincia de Buenos Aires y Chile. Pilar fundamental
de su poder fue el triángulo estratégico Salinas Grandes (residencia, cuartel
general, nudo de comunicaciones y área de valor económico por sus recursos
salineros); Carhué (zona de pastos para alimentar caballos y ganado saqueado);
y Choele Choel (paso clave de la “rastrillada” hacia Chile).
Talentoso y hábil
conductor en la guerra, adaptó la organización militar huinca al mundo
aborigen. Apoyó su poder en la caballería y en sus numerosos “guerreros de
lanza”, superiores a nuestras reducidas tropas de las fronteras del Desierto.
Fue conocido como “Napoleón del Desierto o de las Pampas”.
Muy atento a los
conflictos del período 1835-1873, Calfucurá forzó a nuestros gobiernos a firmar
tratados de paz, aprovechó las desinteligencias políticas huincas, y continuó
con sus invasiones (con o sin tratados), especialmente sobre la provincia de
Buenos Aires, abundante en ganado, pastos y aguadas. Calfucurá consolidó su
poder político y militar sobre la Confederación de Salinas Grandes, y se
convirtió en auténtico amo y señor del vasto Desierto de Pampa y Patagonia
entre 1835 y 1873.
El 5 de marzo de
1872, Calfucurá inició la mayor invasión conocida hasta el momento sobre la
provincia de Buenos Aires, para lo cual reunió 6000 aborígenes. El poderoso
cacique buscaba un golpe contundente para afianzar su prestigio y desalentar
los proyectos del gobierno nacional de explorar el Río Negro y ocupar Choele
Choel, clave en su triángulo estratégico. Entre el 5 y el 8 de marzo de 1872,
Calfucurá arrasó los partidos bonaerenses de 9 de Julio, 25 de Mayo y Alvear.
Sus fuerzas se apoderaron de numeroso ganado (entre 150 mil y 200 mil
animales), se llevaron 500 personas cautivas y asesinaron 300 pobladores.
El responsable de
enfrentar aquella gran invasión fue el general Ignacio Rivas, quien desde 1870
se desempeñaba en la provincia de Buenos Aires como Comandante General de la
Frontera Sur, Costa Sur y Bahía Blanca. Nacido en 1827 en Paysandú (Uruguay),
poseía una enorme carrera militar forjada en las guerras contra Rosas (1844-1852);
en las batallas de Caseros (1852), Cepeda (1859) y Pavón (1861); en la guerra
contra montoneras federales (1862); y en la guerra del Paraguay (1865-1870).
Tenía también gran experiencia en la frontera y en las relaciones y la guerra
contra el aborigen: enfrentó varias veces a Calfucurá (a quien conocía bien), y
trató con caciques afines al gobierno nacional.
El general Rivas
partió desde su comando en Azul el 6 de marzo de 1872 hacia la zona del fuerte
San Carlos, donde los aborígenes continuaban sus actividades y preparaban su
regreso a Salinas Grandes, vía “Camino de los Chilenos”. En San Carlos se
hallaba el coronel Juan Boerr con el batallón 5 de infantería, Guardias
Nacionales de 9 de Julio, vecinos bonaerenses y aborígenes aliados del cacique mapuche-araucano
Coliqueo.
Acompañaban al
general Rivas su escolta, el batallón 2 de infantería, el regimiento 9 de
caballería y aborígenes aliados del cacique pampa Catriel. Antes de partir,
sofocó sublevaciones aborígenes en las filas de Catriel y del teniente coronel
Leyría. Para anticiparse a las fuerzas de Calfucurá y cerrarles el paso hacia
Salinas Grandes, el general Rivas se dirigió hacia “Cabeza del Buey”, zona de
aguadas que aprovecharían los invasores, donde los esperaría para batirlos. Por
errores del baqueano, las fuerzas nacionales se perdieron en la inmensa
campaña. Corregido el rumbo, marcharon al fuerte San Carlos, por pedido del
coronel Boerr, quien temía ser sitiado allí. En la madrugada del 8 de marzo de
1872, el general Rivas llegaba al fuerte San Carlos.
En San Carlos se
reunieron 1.800 hombres, la mayoría aborígenes aliados. Los coroneles Boerr y
Nicolás Ocampo (comandantes de las Fronteras Oeste y Sur de Buenos Aires,
respectivamente) y los tenientes coroneles Nicolás Levalle y Francisco Leyría
eran veteranos de nuestras guerras civiles, del Paraguay y de la lucha contra
el aborigen.
Confirmado el
rumbo de las fuerzas de Calfucurá hacia Salinas Grandes, el general Rivas
marchó para cerrarles el paso y darles batalla. Así organizó sus fuerzas: sobre
el ala derecha los aborígenes de Catriel; al centro (coronel Ocampo) el
batallón 2 de infantería y el regimiento 9 de caballería; ala izquierda
(coronel Boerr) conformada por el batallón 5 de infantería, los aborígenes de
Coliqueo, los Guardias Nacionales de 9 de Julio, vecinos bonaerenses y el
regimiento 5 de caballería; en la reserva (teniente coronel Leyría) se quedaban
los Guardias Nacionales y otros aborígenes.
Calfucurá contaba
con 3500 aborígenes “de lanza”, entre mapuche-araucanos, ranqueles, pampas y
salineros. Organizó tres formaciones principales de 1000 aborígenes cada una y
una reserva de 500, que mandaban Manuel Namuncurá (derecha), los caciques
Catricurá y Pincén (centro), el cacique Renquecurá (izquierda) y el cacique
Mariano Rosas (reserva). De sus 6.000 aborígenes, 2500 transportaban ganado
hacia Salinas Grandes y no contaban para el combate.
En la mañana del 8
de marzo de 1872 comenzó el combate, en el paraje Pichi Carhué, al norte de San
Carlos. Las fuerzas del general Rivas combatieron a pie, y Calfucurá ordenó a
sus aborígenes dejar los caballos (una de sus fortalezas) para enfrentar a las
fuerzas nacionales de igual a igual. Nuestras tropas hicieron fuego con
carabina y fusil, pero la lucha se convirtió en encarnizado entrevero, un
choque cuerpo a cuerpo, a bayoneta, lanza, sable y boleadora. Según el general
Rivas, “trabóse el más reñido y sangriento combate, sin ejemplo en estas
guerras”.
Las fuerzas de
Manuel Namuncurá arrebataron los caballos al sector del coronel Boerr, luego
auxiliado por la reserva del teniente coronel Leyría. Reorganizado y formando
cuadro, recibió apoyo del batallón 5 de infantería y rechazó las cargas
enemigas. La lucha cuerpo a cuerpo se renovó con ferocidad, sin definir la
situación.
Los aborígenes de
Catriel retrocedieron, pero el cacique los arengó con energía y solicitó al
general Rivas su escolta para fusilar a quienes eludían combatir. Reorganizadas
sus fuerzas, cargó y rechazó al enemigo, pero sin resultado decisivo.En sus
cargas, los aborígenes de Calfucurá se estrellaron contra los sólidos cuadros
formados por las tropas nacionales: varios resultaron ensartados por las
bayonetas, o volteados por culatazos y sablazos de nuestros soldados.
Calfucurá resistió
sucesivas cargas de las fuerzas nacionales para dar tiempo a sus aborígenes a
arrear el ganado saqueado hacia Salinas Grandes. Los constantes esfuerzos para
cargar y contraatacar prolongaban la incertidumbre de la lucha. Para definir el
combate, el general Rivas formó un fuerte bloque para quebrar la resistencia
enemiga y, bajo su mando personal, ordenó una carga tan vigorosa y violenta,
que rompió, desarticuló y derrumbó la formación enemiga, logrando finalmente la
victoria. Los guerreros de Calfucurá se retiraron desordenados y divididos.
Las victoriosas
fuerzas del general Rivas persiguieron a las hordas de Calfucurá para completar
su derrota y arrebatarle el ganado robado, pero regresaron por el cansancio de
los caballos, la falta de agua, el calor, las nubes de polvo y la falta de
baqueanos.
Al caer la tarde,
el combate había finalizado. Se recuperó gran número de vacunos (70.000 –
80.000), caballos (15.000 – 16.000) y ovejas. Fueron liberadas 74 personas
cautivas. El enemigo tuvo más de 200 muertos y varios heridos; las tropas
nacionales, 34 muertos y 16 heridos. Según el general Rivas, “la mortandad de
los indios enemigos ha sido tan espantosa, que desde muchos años hasta ahora no
se había visto una igual”.
El general Rivas
destacó que el cacique Catriel, “en ningún momento desmintió su valor
indomable, ni la fibra que caracteriza a la raza indígena, para darme una
prueba de su firmeza, pidió una escolta para fusilar a individuos que dieran
espalda al enemigo”.
Para el general
Rivas, el triunfo en San Carlos fue “el más espléndido de cuantos hasta hoy se
han conseguido sobre estos crueles enemigos, con el cual se ha quebrado por
primera vez, y acaso para siempre, el poder salvaje de Calfucurá que por tan
dilatados años ha sido el azote devastador de nuestras fronteras”; para Eduardo
Gutiérrez, fue “la más reñida batalla en la guerra de los indios de la que se
tenga memoria”.
Distintas calles
de San Carlos de Bolívar recuerdan con sus nombres al general Ignacio Rivas, a
sus valientes subordinados del Ejército Nacional y a sus fieles caciques
aliados.
La victoria de San
Carlos inició la declinación del poder de Calfucurá y de sus devastadoras
incursiones. Su prestigio de a poco se apagó, y sus posteriores acciones no
tuvieron la fuerza arrolladora de otras épocas. El 4 de junio de 1873 Calfucurá
falleció en Chilihué. En su testamento advirtió: “No entregar Carhué al
huinca”. En San Carlos de Bolívar, dos murales en la terminal de ómnibus y el
nombre de una avenida, recuerdan su figura histórica.
Su hijo Manuel
Namuncurá (padre de Ceferino), asumió la conducción de la Confederación de
Salinas Grandes, que no recuperará la fuerza de su ilustre antecesor.
La victoria de las
armas nacionales en San Carlos también preparó nuevos proyectos del gobierno
nacional para las fronteras y la lucha contra el aborigen (como la “Zanja de
Alsina”), y creó las condiciones para la decisiva campaña sobre el Desierto
pampeano-patagónico del general Julio A. Roca a partir de 1879.
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