Contada por Cornelio Saavedra
El 24, procedió el
Cabildo al nombramiento de vocales de que se debía componer la junta de
Gobierno de estas provincias y las que comprendía la dilatada extensión del
Virreinato. El doctor don Juan Nepomuceno Sola, don José Santos Inchaurregui,
el doctor don Juan José Castelli y yo,
fuimos los electos en aquel día; y para la presidencia, el mismo don Baltazar
Hidalgo de Cisneros; se recibió esta junta el mismo día 24 a la tarde. El 24
principió sus sesiones y nada se hizo en ellas que mereciese la atención. El 25
volvió a aparecer, de un modo bastante público, el descontento del pueblo con
ella; no se quería que Cisneros fuera el presidente ni por esta cualidad darle
el mando de las armas, ni a los vocales Sola e Inchaurregui, por sus notorias
adhesiones a los españoles.
Todo aquel día fue
de debates en las diferentes reuniones que se hacían y particularmente en los
cuarteles. Al fin, el día 25, quedó también disuelta esta Junta y yo fui el que
dijo a Cisneros que era necesario se quedase sin la presidencia, porque el
pueblo así lo quería; a lo que también él allanó sin dificultad. Reunido éste
en la plaza, aquel mismo día, procedió por sí al nombramiento de la junta, que
estaba resuelto se estableciese en los acuerdos anteriores y recayó éste en las
personas de don Manuel Belgrano, el doctor Juan José Castelli, el doctor don
Manuel Alberti, don Juan Larrea, don Domingo Matheu y yo, que quisieron fuese
el presidente de ella y comandante de las armas. Con las más repetidas
instancias, solicité, al tiempo del recibimiento, se me excusase de aquel nuevo
empleo, no sólo por la falta de experiencia y de luces para desempeñarlo, sino
también porque, habiendo tan públicamente dado la cara en la revolución de
aquellos días, no quería se creyese había tenido el particular interés de
adquirir empleos y honores por aquel medio.
A pesar de mis
reclamos no se hizo lugar a mi separación. El mismo Cisneros fue uno de los que
me persuadieron aceptase dicho nombramiento por dar gusto al pueblo. Tuve al
fin que rendir mi obediencia y fui recibido de Presidente y Vocal de la
Excelentísima Junta, prestando con los demás señores ya dichos, el juramento de
estilo en la sala capitular, lo que se verificó el 25 de mayo de 1810, el que
prestaron igualmente los doctores don Juan José Paso y don Mariano Moreno, que
fueron nombrados secretarios para dicha junta. Por política fue preciso
cubrirla con el manto del señor Fernando VII a cuyo nombre se estableció y bajo
de él expedía sus providencias y mandatos.
La destitución del
Virrey y creación consiguiente de un nuevo gobierno americano, fue a todas
luces el golpe que derribó el dominio que los Reyes de España habían ejercido
en cerca de 300 años en esta parte del mundo, por el injusto derecho de
conquista; y sin justicia no se puede negar esta gloria: a los que, por
libertarla del pesado yugo que la oprimía, hicimos un formal abandono de
nuestras vidas, de nuestras familias e intereses, arrostrando los riesgos a que
con aquel hecho quedamos expuestos. Nosotros solos, sin precedente combinación
con los pueblos del interior, mandados por jefes españoles que tenían influjo
decidido en ellos, confiados en nuestras pocas fuerzas y su bien acreditado valor,
y en que la misma justicia de la causa de la libertad americana, le acarrearía
en todas partes prosélitos y defensores, nosotros solos, digo tuvimos la gloria
de emprender tan abultada obra. Ella, por descontado, alarmó al cúmulo de
españoles que había en Buenos Aires y en todo el resto de las provincias, a los
gobernadores y jefes de lo interior y a todos los empleados por el rey, que
preveían llegado el término del predominio que ellos les daban entre los
americanos.
En el mismo Buenos Aires, no faltaron hijos suyos que miraron con tedio nuestra empresa: unos la creían inverificable por el poder de los españoles; otros la graduaban de locura y delirio de cabezas desorganizadas; otros, en fin, y eran los más piadosos, nos miraban con compasión, no dudando que en breves días seríamos víctimas del poder y furor español, en castigo de nuestra rebelión e infidelidad contra el legítimo soberano, dueño y señor de la América y de las vidas y haciendas de todos sus hijos y habitantes, pues hasta estas calidades atribuían al rey en su fanatismo. ¿Será creíble que al fin éstos han salido más bien parados que no pocos de nosotros? Pues así sucedió.
No pocos de los que en
el año 10 y sus inmediatos eran, o fríos espectadores de aquéllos sucesos, o
enemigos de aquellas empresas y proyectos de la libertad e independencia,
cuando vieron que el fiel de la balanza se inclinaba en favor de ellos,
principiaron también a manifestarse patriotas y defensores de la causa y por
estos medios han conseguido reportar el fruto de nuestras fatigas, mientras
algunos de mis compañeros de aquel tiempo, y las familias de los que han
muerto, sufren como yo, no pocas indigencias, en la edad menos a propósito para
soportarlas o repararlas con nuestro trabajo personal.
Sin embargo, ellos
y yo, en el seno de nuestras escaseces, y desde el silencio de nuestro abandono
y retiro, damos gracias al Todopoderoso por haber alcanzado a ver realizada
nuestra obra y a la América toda independiente del dominio español. Quiera él
mismo también la veamos libre del incendio de pasiones y facciones que en toda
ella han resultado en estos últimos años.
Fuente: Museo
Histórico Nacional, Memorias y Autobiografías.
(Publicado en
periódico El Restaurador, 18-5-21)
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