y cómo ese episodio marcó su
pensamiento político
Por Claudia Peiró
17 de Agosto de 2020
Era el año 1808. Francia y
España habían sido aliadas por muchos años frente al común enemigo inglés. Pero
cuando Napoleón forzó la abdicación tanto de Fernando VII como de su padre,
Carlos IV, y puso a su hermano, José Bonaparte, en el trono español, se produjo
un levantamiento popular masivo en toda la península en defensa de la
independencia y de la corona. Fue tal la dimensión de la reacción española, que
Napoleón en persona tuvo que ponerse al frente de su ejército y entrar a España
para enfrentarla. Siguieron años de luchas encarnizadas, de cuya crueldad y
salvajismo -por ambos lados- dejó testimonio el gran pintor Goya, y que
culminaron con la retirada de los franceses en 1813.
Los primeros momentos de ese
levantamiento fueron confusos. Por años los ejércitos españoles y franceses
habían sido aliados y muchos militares españoles se habían formado profesional
e intelectualmente bajo la influencia francesa. Cuando José de San Martín llegó
a Buenos Aires, en sus baúles había unos 3.000 libros, la mayoría en francés,
idioma que dominaba.
En el momento en que España
se levanta contra Francia, los políticos y militares españoles más ilustrados y
moderados fueron acusados de “afrancesados”, lo que en el marco de la violencia
que se vivía podía costar la vida.
Amigos de San Martín han
sido testigos de que el General llevaba siempre consigo una miniatura con el
retrato de un hombre al que apreció y admiró: se trataba del general Francisco
María Solano Ortiz de Rozas, Marqués del Socorro y Marqués de la Solana, muerto
en ese tumultuoso año de 1808, en horribles circunstancias que San Martín jamás
olvidaría.
Militar de origen noble,
nacido en Caracas en el año 1768, Solano pertenecía al arma de Caballería y era
uno de los jefes militares españoles más experimentados y reconocidos. Se había
destacado en muchas campañas. Había servido como voluntario en el ejército
francés del Rin a las órdenes del general Moreau y había participado de la
guerra contra Portugal con los franceses como aliados. Ahora le tocaría
enfrentarlos.
A fines de mayo de 1808,
Solano era gobernador de Cádiz y José de San Martín, que por entonces tenía 30
años, era su edecán.
Cuando llega la noticia del
alzamiento de Madrid contra los franceses, que se iba extendiendo a toda la
península, al gobernador Francisco María Solano se lo creyó en connivencia con
los franceses porque no quiso llamar de inmediato a la insurrección y publicó
un bando aconsejando prudencia y moderación. Conocedor de la situación y de la
correlación de fuerzas, argumentaba que era necesario prepararse pues una
guerra contra los franceses no sería una campaña corta. Estas consideraciones
que pesaban en su decisión eran sutilezas difíciles de transmitir a un pueblo
exacerbado.
Y mientras Solano evaluaba
que era “aventurado” declararse “abiertamente contra Francia”, sin medios
suficientes para vencer, los ánimos se iban exaltando al calor de la prédica de
los más furibundos antifranceses, en especial de enviados que la Junta formada
en Sevilla había despachado para incitar al pueblo de Cádiz al levantamiento.
En el puerto de Cádiz se
encontraba además estacionada la escuadra francesa, cuyo jefe, en previsión,
había intercalado sus naves con las de España, hasta ayer su aliada. Un ataque
contra los barcos franceses sería imposible sin dañar la propia flota. “El
escenario por la cercanía de las tropas francesas, hasta hacía poco supuestas
aliadas -escriben José Carlos Macía Arce y José Martín Brocos Fernández en una
reseña sobre el Marqués de la Solana para la Real Academia de Historia de
España-, era delicado, incómodo y confuso, incomodidad acrecentada por las
sutiles maniobras del almirante francés F. E. Rosilly-Mesros, mezclando los
barcos fondeados y teniendo los navíos franceses siempre bajo tiro de cañón a
los navíos españoles”.
Y, como lo describe el
historiador gaditano Ángel Mozo -citado en el mismo artículo, “la plebe fue
confundida en sus ideales por los emisarios llegados de Sevilla y las voces de
traición dirigidas contra Solano se escucharon con demasiada insistencia en la
noche gaditana. La muchedumbre acoge bien la calumnia, la adoba y la engorda a
sus anchas”.
El resultado fue la tragedia
que se cobró la vida de Solano y por poco la de nuestro San Martín.
El día 29 un ayudante de
Solano anuncia al pueblo que no era posible atacar a la escuadra francesa sin
dañar la propia. Pero el aviso sólo caldeó aún más los ánimos. Convencida de que
había una complicidad del General con los franceses, la muchedumbre no se
dispersaba. El general Solano salió al balcón. Sus explicaciones fueron
ahogadas por el griterío de la gente que del reclamo verbal pasó a la acción
atacando la Capitanía. La puerta fue derribada y la guardia superada por una
horda exaltada y furiosa a la que ni los disparos al aire pudieron frenar.
Juan García del Río describe
así lo que pasó: “Se hallaba (San Martín) en Cádiz de Edecán del Marqués de la
Solana, que le apreciaba sobremanera, y le trataba con la última intimidad,
cuando este general fue asesinado por el populacho gaditano el 30 de Mayo de
1808. En aquella ocasión confundieron a San Martín con La Solana, a causa de la
semejanza personal que entre ambos había; y poco faltó para que fuese víctima
de semejante error”.
Hay dos vías por las que
García del Río pudo conocer el episodio: una confidencia del propio San Martín,
de quien fue amigo y ministro durante el Protectorado en Perú y antes
colaborador en Chile; o bien fue testigo de los hechos, pues García del Río se
encontraba cursando sus estudios en Cádiz en esos años.
El artículo de la Real
Academia de Historia da más detalles sobre el episodio: “Inicialmente, dado el
parecido físico, confundieron al general Solano con el capitán José de San
Martín, a la sazón oficial de guardia, ayudante de campo, del general Solano y
años más tarde uno de los principales próceres de la secesión de los
territorios españoles en Hispanoamérica. San Martín resultó herido mientras el
general Solano logró escapar y refugiarse en la casa de una amiga irlandesa, la
señora María Tucker, viuda de Strange. Un grupo armado irrumpió en la casa y lo
encontró. Solano se resistió a su detención matando a uno de los atacantes,
pero, superado numéricamente, lograron reducirlo, lo maniataron y a empellones
lo condujeron hacia la plaza de San Juan de Dios. La masa exaltada, creyéndole
colaboracionista con el francés, exigía su inmediata muerte, e improvisó un
patíbulo para ahorcarle. En ese momento, una mano le apuñaló por la espalda
causándole la muerte instantánea. Aquí las crónicas históricas presentan dos
versiones: hay quien asigna el hecho a una mano amiga que quiso ahorrarle la
humillación de morir como un reo común, contando la acción asesina con la
aquiescencia del propio general Solano, y hay quienes, por el contrario, lo
atribuyen a una mano enemiga conducida por el odio y la ira.”
En 1817, la Corona española
rehabilitó al malogrado jefe español de San Martín, ordenando “que se anuncie y
publique [...] la inocencia del Teniente General D. Francisco Solano, y que [el
Rey] se halla muy satisfecho de sus buenos servicios, sin que de manera alguna
pueda ofender y perjudicar la memoria de tan digno Jefe, ni la de su familia,
la desastrosa muerte que sufrió en la plaza de Cádiz, la tarde del 29 de mayo
de 1808”.
El Libertador por su parte
conservó siempre como reliquia el retrato de Solano. Conociendo las calidades
de ese jefe, no sólo en lo militar sino como administrador, es posible medir el
dolor que su horrible muerte habrá causado a San Martín. Como gobernador de
Cádiz, Solano había sido muy apreciado. No sólo había fortificado la ciudad
sino que la había modernizado y fundado escuelas gratuitas basadas en el método
del célebre pedagogo suizo Johann H. Pestalozzi. Una administración en la que
posiblemente San Martín se haya inspirado para su gobernación en Cuyo.
Del traumático episodio de
ser testigo de la muerte violenta de un hombre por él tan apreciado, le quedó a
San Martín una profunda aversión a la anarquía y al desorden social. Claro que
también influían en ello su formación y su carácter.
Durante todo su periplo
americano rechazó siempre intervenir en las luchas fratricidas y promovió
gobiernos de unidad y orden. Hasta respaldó los proyectos monárquicos por
considerarlos más adecuados para frenar la dispersión geográfica y política de
los pueblos americanos.
Durante su exilio en Europa,
buscó siempre alejarse de las convulsiones sociales. En 1830 abandonó una
Bélgica sublevada que buscaba su independencia de Holanda.
Más tarde, en 1848, dejará
París, la ciudad donde había transcurrido la mayor parte de su exilio, cuando
un estallido popular causó la abdicación de Luis Felipe y el fin de la
Monarquía de Julio -una monarquía temperada que San Martín valoraba- dando paso
a una República muy inestable.
En carta a Juan Manuel de
Rosas, fechada en noviembre de 1848, ya desde Boulogne-sur-mer, San Martín
expone claramente sus motivos:
“Para evitar que mi familia
volviese á presenciar las trágicas escenas que desde la revolución de febrero
se han sucedido en París, resolví transportarla a este punto
[Boulogne-sur-mer], y esperar en él, no el término de una revolución cuyas
consecuencias y duración no hay precisión humana capaz de calcular (...); mi
resolución es la de ver si el gobierno que va a establecerse según la nueva
constitución de este país ofrece algunas garantías de orden para regresar a mi
retiro campestre [N.de la R: se refiere a su casa de Grand Bourg, en las
afueras de París], y en el caso contrario, es decir, el de una guerra civil
(que es lo más probable), pasar a Inglaterra, y desde este punto tomar un
partido definitivo”.
Y agrega: “En cuanto a la
situación de este viejo continente, es menester no hacerse la menor ilusión: la
verdadera contienda que divide su población es puramente social; en una
palabra, la del que nada tiene, tratar de despojar al que posee; calcule lo que
arroja de sí un tal principio, infiltrado en la gran masa del bajo pueblo, por
las predicaciones diarias de los clubs y la lectura de miles de panfletos; si a
estas ideas se agrega la miseria espantosa de millones de proletarios, agravada
en el día con la paralización de la industria, el retiro de los capitales en
vista de un porvenir incierto, la probabilidad de una guerra civil por el
choque de las ideas y partidos. ... (...)”
En coincidencia con estas
expresiones, tenemos el testimonio de Alfred Gérard, escritor y periodista, uno
de los últimos amigos de San Martín -era su anfitrión en Boulogne-sur-mer-, que
tras la muerte del Libertador escribió un largo artículo, publicado el 22 de
agosto de 1850, donde dice: “Por encima de todo, la increíble debilidad de esta
burguesía parisina que quería una reforma y se dejaba imponer la República por
un puñado de facciosos, todo ese espectáculo afligió de nuevo su alma. Hizo
revivir en él los amargos recuerdos de escenas de desorden a las que tantas
veces lo expuso su vida aventurera”.
Esta reflexión de Gérard
hace pensar que posiblemente él también conocía el episodio gaditano de 1808.
Horror a la anarquía, pero
también a la demagogia y a un igualitarismo social que, al realista y
pragmático que era San Martín, debía resultarle peligrosamente utópico. Así lo
explica Gérard: “(San Martín) Tenía por el obrero una verdadera simpatía; pero
lo quería laborioso y sobrio; y nunca hombre alguno hizo menos concesiones que
él a esa popularidad despreciable que se quiere obsequiosa con los vicios de
los pueblos”.
Otro de los dibujos de Goya
sobe la llamada Guerra de Independencia de España
Otro de los dibujos de Goya
sobe la llamada Guerra de Independencia de España
Y agrega: “(El general San
Martín) no concebía nada más culpable que las impaciencias de reformadores que,
bajo pretexto de corregir los abusos, trastornan en un día el estado político y
religioso de sus países. ‘Todo progreso, decía, es hijo del tiempo’(…) ...la
libertad es el más preciado de los bienes, pero no hay que prodigarla a los
pueblos nuevos. La libertad debe estar en relación con la civilización. ¿No la
iguala? Es la esclavitud. ¿La supera? Es la anarquía”.
En las instrucciones que San
Martín redacta el 1° de enero de 1819 para una misión de espionaje a Lima, se
puede leer: “Toda conmoción popular tiene tres tiempos difíciles [antes,
durante y después de la ejecución] (...) [La multitud] no debe tener más parte
que en el acto indivisible de la ejecución (...) La multitud, y principalmente
la esclavatura no pueden ser movidas sino magnificando sus temores o abriendo
sus esperanzas. Lo primero puede hacerse fácilmente [pero] lo segundo exige un
gran tino y habilidad. No se debe hacer promesa que no se pueda o no se deba
cumplir. El objeto de la Revolución es el de la felicidad de todos: una
repentina emancipación de los Esclavos, y un saqueo indistinto de las propiedades
precipitarían el país en la más espantosa anarquía, de modo que aún la multitud
misma y los esclavos serían víctimas de la disolución general. Así pues, todos
deben creer que serán gradualmente libres, gradualmente ricos, gradualmente
felices...”
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