"Nació
con la Patria en 1810" es su lema, pero su creación es anterior y se la
debemos a un francés. El germen del Ejército argentino brotó de la resistencia
contra las Invasiones Inglesas
Por Juan Thames
Durante la colonia, como
defensa contra las pretensiones portuguesas o británicas, se había constituido
el Regimiento Fijo de Infantería de Buenos Aires. La mayoría de sus soldados
eran criollos y su desempeño era bastante mediocre. Carecían de equipamiento,
instrucción y disciplina. Sus oficiales, mayormente españoles, estaban
relajados y no tenían conocimientos de táctica o estrategia militar. Guarnecían
las fortalezas del Virreinato -Buenos Aires, Ensenada, San Miguel, Santa Tecla
y Santa Teresa-. En caballería, se destacaban los Blandengues, milicias
criollas que guardaban las fronteras contra el indio y el portugués. Los había
en Buenos Aires, Santa Fe y Montevideo. José Gervasio Artigas, Estanislao López
y José Rondeau se iniciaron como "blandengues". Al principio se los
armó con lanzas; pero luego, el Virrey Vértiz los proveyó de sables, pistolas y
carabinas. Su nombre se debía al modo en que los soldados "blandían"
sus lanzas, al saludar a las autoridades, cuando eran revistados. El Real Cuerpo
de Artillería era casi inexistente. De los 200 efectivos, sólo 40 guardaban el
fuerte porteño. El resto se hallaban en la Banda Oriental.
Después del fracaso del
Regimiento "Fijo" en 1806, cuando su inacción permitió que sólo 1.600
efectivos británicos tomaran una ciudad de más de 40.000 almas, casi sin
luchar; el Comandante General de Armas, Santiago de Liniers y Bremond decidió
reforzar los cuerpos coloniales, para resistir un nuevo intento inglés. Así, este francés convocó al pueblo de
Buenos Aires, el 6 de Setiembre de 1806, a enrolarse en diversos cuerpos, en
razón del origen de cada recluta. Sería el germen del futuro Ejército
Argentino.
"Uno de los deberes más
sagrados del hombre es la defensa de la Patria que le alimenta –decía Liniers-
y los habitantes de Buenos Aires han dado siempre pruebas de que conocen y
saben cumplir con exactitud esta preciosa obligación". Su llamado tuvo una
gran acogida. Los hijos de Buenos Aires debían incorporarse al Cuerpo de
"Patricios"; los nacidos en las Provincias del Norte, en el de
"Arribeños"; los negros, mestizos, libertos e indios, en el Cuerpo de
"Castas", o de "Pardos y Morenos". Los españoles debían
conformar sus propios batallones, llamados "Tercios". Así se constituyeron
los Tercios de: "Gallegos", "Andaluces",
"Montañeses", "Cántabros" (formados por vizcaínos y
asturianos).
La caballería no era
numerosa. No cualquiera tenía caballo. Los oficiales usaban el suyo. Juan
Martín de Pueyrredón, al constituir sus "Húsares del Rey", contribuyó
a vestirlos y montarlos, pues había hecho fortuna en el comercio. Destacaron
los "Migueletes", "Cazadores", "Carabineros" y
"Quinteros" (jinetes de los arrabales).
La artillería seguía escasa
y rudimentaria, a cargo de los "Patriotas de la Unión" (agrupaba a
españoles y criollos) y de los "Pardos y Morenos". Era la menos
prestigiosa. No resultaba atractivo arrastrar pesados cañones, cargarlos, y
llenarse de pólvora, humo y metralla, o recibir disparos, sin poder defenderse,
por servir al cañón. Se desconocían los avances de la artillería francesa. El
mismo Napoleón Bonaparte era general de artillería. Los artilleros
napoleónicos, orgullosos, decían que su mejor defensa era "el humo de sus
cañones". Faltaba aún para que la artillería argentina adquiriera la importancia
que la hizo destacar en Ituzaingó, al mando del general Tomás de Iriarte.
Este nuevo ejército tenía
más de 7.800 efectivos, y se empezó a entrenar de inmediato. Los cuerpos debían
concurrir en días fijos al Fuerte, "a fin de arreglar los batallones y
compañías, nombrando a los comandantes, y sus segundos, los capitanes y sus
tenientes, a voluntad de los mismos cuerpos". Era una novedad que la tropa
eligiera sus propios jefes y oficiales; sin requerirse, tampoco, instrucción
alguna. Esto se apartaba de las Ordenanzas Militares españolas, pero ante la
inminencia de un nuevo ataque inglés y el prestigio de Liniers, nadie se opuso.
El cuerpo más numeroso era la "Legión de Patricios Voluntarios
Urbanos", como se llamaba oficialmente, que conformó tres batallones. Le seguían
el de Castas y los Arribeños. Los vistosos uniformes del ejército, armas,
pólvora y nuevas obras de defensa se costearon con donativos, suscripciones y
préstamos.
El flamante ejército
realizaba maniobras, a las que el público concurría y aplaudía. Martín
Rodríguez, de Húsares, diría, no sin cierta exageración: "Puede asegurarse
que a los tres meses después de la creación de estos Cuerpos, podían ellos
competir con las mejores tropas de Europa en su disciplina y maniobras".
Manuel Belgrano, de Patricios, disentía: "Ni la disciplina ni la
subordinación era lo que debía ser"; agregando que la tropa "decía
con mucha gracia que, para defender el suelo patrio no había necesitado
aprender a hacer posturas ni figuras en las plazas públicas para diversión de
las mujeres ociosas".
La Segunda Invasión inglesa
fue la prueba de fuego del flamante ejército patrio
La prueba de fuego del
flamante ejército tuvo lugar durante la Segunda Invasión Inglesa. Allí, con
mucho coraje y sin tanta técnica asombró a los propios británicos: "Esta
gente no es la raza afeminada que hay en España: al contrario, son feroces y
sólo necesitan disciplina para hacerlos formidables". El mismo Ministro de
Guerra Británico declaró ante el Parlamento: "El mérito de nuestros
soldados fue aumentado, en mucho, por la valerosa defensa efectuada por los
contrarios. Del mismo modo en que esta poderosa resistencia exalta la gloria de
la conquista, abrigo la esperanza de que el valor demostrado por las tropas
españolas inspirará a sus compatriotas en Europa a mostrar un espíritu parecido
para resistir al enemigo común". Este discurso se pronunció tras la
invasión napoleónica a España; donde Inglaterra pasaba a ser aliada contra los
franceses. Durante la "Defensa" de Buenos Aires, este flamante e improvisado
ejército, junto al pueblo de la ciudad, conducidos por Liniers, batieron a más
de 9.000 soldados veteranos profesionales, despejando, para siempre, su amenaza
de conquista.
Liniers fue ascendido,
primero a Mariscal de Campo, y luego, a Virrey del Río de la Plata, el 3 de
diciembre de 1807. Los criollos tomaron consciencia de su fortaleza y su
capacidad de defenderse; que en los momentos de dificultad, poco o nada se
podía esperar de la Metrópoli. Se perdió la antipatía hacia las milicias; y éstas
comenzaron a acercarse a quienes motorizaban las ideas de independencia.
Mientras aumentaba la
autoconfianza en los criollos, crecía la antipatía hacia las fuerzas coloniales
españolas. Sobre ellas, el propio Cabildo manifestaba: "¿Qué podía
esperarse de unos Jefes que, en lo menos que han pensado toda su vida ha sido
en arreglar sus regimientos y en sujetarlos a la disciplina?. La verdad es que
jamás hemos visto una parada, y así han ido todas las cosas del servicio. ¿Qué
se podía esperar de los oficiales subalternos, que a excepción de uno y otro
muy raros, los demás han hecho su carrera en el pasatiempo, el juego, el baile,
el paseo, sin contraerse aún por momentos a nada de lo concerniente al
servicio? ¿Qué podíamos, por fin, esperar de unos hombres que tienen tanto
esmero en sus regimientos, que el Fijo de Infantería sólo cuenta hoy 72
soldados de servicio, y para éstos hay 94 oficiales; que el de Dragones cuenta
con otros tantos soldados que aquél, poco más o menos, y mayor número de
oficiales, sucediendo lo mismo con el de Blandengues?".
Luego vino el previsible
choque entre los cuerpos españoles y los criollos. Cornelio Saavedra admitía
que, a los españoles, "acostumbrados a mirar a los hijos del país como sus
dependientes, y tratarlos con el aire de conquistadores, les era desagradable verlos
con las armas en la mano". El conflicto se precipitó durante el Virreinato
de Liniers. El no ser éste español, y haber creado a los cuerpos criollos, a
quienes trataba con consideración, lo hizo un virrey muy popular entre éstos;
pese a que su gestión como gobernante dejara bastante que desear. Como
contrapartida, se fue ganando paulatinamente la desconfianza y el recelo de los
españoles. Agudizó esta crisis la invasión napoleónica a España: con lo que
Francia pasó a ser enemiga de los españoles. Éstos buscaban, entonces, la
manera de deponer a Liniers. Los conspiradores se agruparon en torno a don
Martín de Alzaga, Alcalde de Primer Voto de Buenos Aires. El Cabildo fue el
centro de la confabulación. De la conjura participaron: el Obispo Lué, Mariano
Moreno (a quien nunca le cayó bien Liniers) y los "Tercios" españoles
de Gallegos, Vizcaínos (Cántabros) y Catalanes. También participó el 3º
Batallón de los Patricios. El 1º de Enero de 1809 coparon la Plaza de la
Victoria, al grito de: "¡Muera el francés Liniers!", "¡Junta
como en España!", vivando al Cabildo.
Alzaga y Moreno llegaron al
Fuerte a exigir la renuncia del virrey. Éste, acorralado, alcanzó a firmarla.
En ese momento, irrumpió Saavedra con los jefes de las tropas leales a Liniers:
Arribeños, Húsares, Patriotas de la Unión, junto a los Tercios de Montañeses y
Andaluces. Le manifestaron su apoyo al virrey, y le obligaron a romper su
renuncia. Seguidamente, intimaron a los sublevados a retirarse. Bastó una breve
carga de los Húsares de Martín Rodríguez y que salieran los cañones de los
Patriotas de la Unión a la plaza, para concluir el motín.
Esta asonada mostró a los
futuros líderes de la Primera Junta (Saavedra y Moreno) en bandos antagónicos:
ya entonces no coincidían políticamente, y seguramente se tenían antipatía.
Además, hubo dos "Tercios" españoles que sostuvieron al virrey: los
Andaluces y los Montañeses; pues muchos de sus miembros eran criollos. Otra
sorpresa fue que los "Patriotas de la Unión", cuerpo creado y sostenido
por el Cabildo, se enfrentó a su propia Institución madre. Dos batallones de la
Legión de Patricios permanecieron leales al virrey y el Tercer Batallón
(influenciado por Mariano Moreno) acompañó a los sediciosos.
Agradecido, Liniers
reconoció que "la energía y el patriotismo de los Cuerpos y Jefes ya
citados me sacaron de este conflicto con el mayor denuedo". Saavedra dijo:
"así concluyó aquel día memorable... porque, en efecto, en él las armas de
los hijos de Buenos Aires abatieron el orgullo y miras ambiciosas de los españoles
y adquirieron superioridad sobre ellos". Liniers disolvió a los
"Tercios" sublevados: Vizcaínos, Gallegos y Catalanes. Sólo se
salvaron los Andaluces y Montañeses. A aquéllos se les quitaron sus banderas y
se les prohibió usar uniforme. Se destituyó al Jefe del 3º Batallón de
Patricios, y se desterró a los responsables de la conjura; despejando el
horizonte de eventuales oponentes a fuerzas mayormente criollas.
El panorama se complicó con
el arribo de Baltasar Hidalgo de Cisneros, en reemplazo de Liniers. A su
llegada, las tropas no lo aclamaron, y se lo recibió de mala gana. El nuevo
virrey indultó a los responsables del 1º de Enero, y devolvió sus banderas a
los oficiales de los Tercios disueltos; pero sin volverlos a constituir;
dejándolos como "reserva", como "Batallones del Comercio".
Por razones económicas eliminó varias unidades menores. Redujo a 2 los
batallones de Patricios (que eran 3). Puso a sueldo sólo a los oficiales en
actividad y suprimió 2 escuadrones de los Húsares.
Finalmente, y "para
evitar las rivalidades que suelen introducir la nominación", les quitó los
nombres que tenían, hasta entonces, las unidades de Infantería, y las pasó a
numerar, como simples "batallones". Así: 1 y 2 correspondían a los
dos batallones subsistentes de Patricios; 3 a los Arribeños; 4 a los
Montañeses, 5 a los Andaluces, 6 a la reserva de los Cuerpos Urbanos del
Comercio, 7 a los Granaderos de Fernando VII y 8 a Pardos y Morenos. Así fue
cómo el último virrey del Río de la Plata les dio a los Patricios el número que
hasta el día de hoy tienen, como Regimiento de Infantería de Línea Nº 1. Sin
embargo, todo el mundo siguió llamando a las unidades con sus denominaciones
tradicionales. Estas reformas le granjearon la antipatía del ejército que, de
ser "mimado" con Liniers, pasaba a sufrir el "ajuste" de
Cisneros, quien además les quitaba las denominaciones con las que
orgullosamente habían expulsado al invasor inglés, y a reivindicar a los
"Tercios" españoles disueltos. Por eso, el ejército, resentido con el
virrey, respaldó decisivamente las acciones de Mayo.
La Primera Junta aprendió la
lección y le dio un gran impulso al ejército. El 27 de Mayo, cuenta Juan
Beruti, "todas las tropas de Artillería, Infantería y Caballería formaron
un cuadro en la plaza; salió la Junta, el Presidente las arengó, y juraron
obediencia; y luego hicieron una descarga de artillería y fusilería, con lo
cual se concluyó". Dos días después, el
29, a instancias del Secretario de Guerra y Gobierno, Mariano Moreno, la Junta
emitió una proclama, considerada el nacimiento formal del Ejército Argentino,
por la cual reconocía el protagonismo de las tropas durante la gesta del 25 de
Mayo y ordenaba varias medidas para aumentar "la fuerza militar de estas
Provincias".
Elevó todos los Batallones de
Infantería a Regimientos (al revés de lo que había hecho Cisneros), con 1.116
efectivos cada uno. Ordenó reincorporar a los que habían sido dados de baja,
"que actualmente no estuvieron ejerciendo algún arte mecánico o servicio
público" y dispuso una leva de "todos los vagos y hombres sin
ocupación", entre 18 y 40 años. El vocal Miguel de Azcuénaga tenía a su
cargo la "Armería Real", que entregaba fusiles a cada cuerpo, en
función del número de soldados. Se obligó a los vecinos a depositar en casa de
Azcuénaga sus armas y mandó pagar sueldo a todos los soldados alistados.
La Revolución sabía que se
iniciaba un arduo camino hacia la Independencia; que iba a costar mucho
sacrificio, lucha, sinsabores y sangre. Por eso se preparaba para una pelea que
sabía terrible, de la mano de un ejército que había vencido a los ingleses y
había contribuido decisivamente a terminar con el Virreinato del Río de la
Plata. Así nacía, formalmente, el Ejército Argentino.
(Publicado: Infobae, 28 de
mayo de 2016)
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