Heroína de guerra en Francia
Adrián Pignatelli
Infobae, 7 de Marzo de 2020
En la noche del 13 de
diciembre de 1832, en Chez Grignon, el restorán de moda de la burguesía
parisina, todo era alegría. El general José de San Martín había invitado a una
cena para celebrar el casamiento de su hija, Mercedes Tomasa, de 17 años con
Mariano Severo Balcarce, de 24.
San Martín vivía con su hija
en una casa de la calle Provence nº 32, en la ciudad capital. Cuando estalló
una epidemia del cólera, estimaron conveniente tomar distancia y se
establecieron en Montmorency, un pueblito de 1600 habitantes, a veinte
kilómetros al norte de París. A pesar de todo, en marzo de 1832, Mercedes
contrajo el cólera y San Martín, tres días después. Al mes, ambos estaban
repuestos, pero a su papá lo atacó una enfermedad gástrica intestinal que lo
tuvo a maltraer.
Quien los cuidó y se ocupó
de los trámites fue Mariano Severo Balcarce, un joven argentino, hijo del
general Antonio González Balcarce, que había fallecido en 1819. Mariano se
desempeñaba en la legación argentina en París. Sobre su yerno -le contaba por
carta a su amigo O’Higgins- que “su juiciosidad no guarda proporción con su
edad de 24 años; amable, instruido, aplicado, ha sabido hacerse amar y respetar
de cuantos lo han tratado”,
Entre cuidados y atenciones
nació el amor entre la pareja, se casaron y se embarcaron hacia Buenos Aires.
El propio San Martín estuvo por acompañarlos, pero no se sentía del todo bien.
San Martín había abandonado
Buenos Aires en compañía de su pequeña hija, a quien criaba su suegra Tomasa de
la Quintanilla desde que había fallecido Remedios, y el 23 de abril de 1824
desembarcó en El Havre con ella. Como le encontraron paquetes de diarios anti
monárquicos destinados a distintos amigos y conocidos que vivían en Europa, no
lo dejaron ingresar, y debió seguir viaje a Inglaterra. En Londres, su hija
permaneció como pupila primero en el Hampstead College y luego en un colegio de
monjas, mientras su papá se estableció en Bélgica, donde escribiría en 1825 las
famosas máximas para su hija.
Luego de un frustrado
retorno a Buenos Aires en 1829, en el que no quiso desembarcar, volvió a
Europa. En Francia adquirió una casa en la calle Provence nº32, donde vivió con
su hija y con su fiel criado, Eusebio Soto. En 1834 adquirió una casa de campo
de tres plantas en un terreno de una hectárea, en Gran Bourg, a treinta
kilómetros de París. Allí solía pasar desde Semana Santa hasta el día de los
difuntos.
En
1836 volvieron Mercedes y Mariano y el 14 de julio de ese mismo año nacería la
protagonista de esta historia: Josefa Dominga. Su primer nombre fue en honor a
su abuelo materno; el segundo, por su abuela paterna. En la familia le decían
Pepita.
Desde el día mismo de su
nacimiento, abuelo y nieta tuvieron un vínculo especial. Fue San Martín el que
personalmente la inscribió en el registro civil de Evry-sur-Seine. Y quien la
dejaba jugar, a gusto y placer, con las medallas que había ganado, en la época
que combatía a Napoleón, en las filas del ejército español.
La revolución que estalló en
1848, que provocó la renuncia del rey Luis Felipe I y que dio paso a la Segunda
República, lo convenció a San Martín de buscar ámbitos más tranquilos. Ese
lugar fue Boulogne sur Mer, una población costera frente al Canal de la Mancha.
Alquiló un segundo piso de una vivienda en el número 5 de la rue Grande en
Boulogne-sur-Mer, propiedad de Henry Adolphe Gerard, abogado, periodista y
además el bibliotecario del pueblo. Se haría amigo de San Martín.
Cuatro años más tarde,
Mariano Balcarce adquirió, en el pueblo de Brunoy, a veinte kilómetros de
París, una mansión que había pertenecido, entre otros, al conde de Provenza,
hermano de Luis XVI y quien luego sería el rey Luis XVIII. Desde tiempos
inmemoriales, era el “Petit Chateau”. A lo largo del tiempo, había sufrido
varias modificaciones, especialmente cuando fue parcialmente destruida durante
la Revolución Francesa.
En 1861, a los 27 años,
murió la otra nieta de San Martín, María Mercedes. La sepultaron en una bóveda
en el cementerio de Brunoy y también llevaron los restos de su abuelo. Ese
mismo año, Josefa se casó con Eduardo María de los Dolores Gutiérrez de Estrada
y Gómez de la Cortina, embajador de México en Francia. No tendrían hijos.
Mercedes, la hija de San
Martín, que había nacido en Mendoza en 1816 cuando su papá era gobernador de
Cuyo, que fue testigo de la enfermedad y agonía de su mamá Remedios y que fuera
cariñosamente malcriada por su abuela, falleció en 1875; su esposo Mariano lo
haría diez años después.
La memoria de San Martín
Josefa y su marido
estuvieron el 21 de abril de 1880 en El Havre, despidiendo los restos del
Libertador, que el vapor Villarino llevaría a Buenos Aires. Lo primero que hizo Josefa fue donar la
valiosa correspondencia de su abuelo a Bartolomé Mitre, y cedió el mobiliario
que le había pertenecido al Museo Histórico Nacional. Lo hizo junto con un
croquis, en el que detallaba la disposición de los muebles de la habitación
donde había fallecido. Eso permitió recrear el ambiente, tal como se lo puede
contemplar en la actualidad.
Cuando Josefa enviudó en
1904, modificó el Petit Chateau, donde vivía. Había creado, a fines del año
anterior, la “Fundación Balcarce y Gutiérrez de Estrada”, que llevaría adelante
un hogar de ancianos y un centro asistencial para los más necesitados. Cuando
estalló la Primera Guerra Mundial, transformó su casa y asilo en un hospital.
La asistieron en esta tarea las hermanas de la Congregación de la Sagresse.
Trabajaba a la par que
todos. Hablaba varios idiomas, como el inglés, italiano, alemán, griego y
latín. Y por supuesto el español, a pesar de que nunca conocería Argentina, al
que se refería como “nuestro amado país”.
La dirección médica de lo
que durante la guerra fue el Hospital Auxiliar Nº 89, empezó a funcionar el 14
de octubre de 1914, y estuvo a cargo del cirujano jefe Dr. Jules León
Ladroitte.
Constaba de 50 camas, dos
modernos quirófanos, y salas de esterilización, laboratorio y radiología. Por
la proximidad con el frente de batalla, atendían tanto a heridos franceses como
alemanes. Lo único que Josefa preguntaba era “¿Están heridos? Entonces,
¡éntrelos!”
El problema fue cuando
Alemania inició la segunda gran ofensiva del Marne, entre julio y agosto de
1918. Los franceses evacuaron toda el área, que comprendía a Brunoy. Aun así,
Josefa no quiso irse.
Cuando
la guerra terminó, recibió del gobierno francés la condecoración de la Legión
de Honor y además fue distinguida por la Cruz Roja. Se
había ganado la admiración de los soldados que se habían atendido en ese
hospital, que volvió a ser asilo de ancianos. En su testamento, lo cedió a la
Sociedad Filantrópica de París. La casa de su bisabuelo, que estaba en la
esquina de las actuales Perón y San Martín en el microcentro porteño, la donó
al Patronato de la Infancia. Josefa
murió en Brunoy el 17 de abril de 1924. Tenía 87 años. Tanto ella como su
abuelo son ciudadanos ilustres de la ciudad y una calle lleva el nombre de
ella.
Cuando se trasladaron los
restos de sus padres y hermana a Mendoza, en 1951, el gobierno francés se negó
a la repatriación de los de Josefa. Porque ellos consideran que es un heroína
nacional que merece descansar en la tierra en la que nació y vivió. Ese mismo
suelo que había sido refugio de su ilustre abuelo que, de chica, la dejaba
jugar con sus medallas.
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