y la concordia argentina
Por Franco
Ricoveri
La Prensa,
19.12.2022
El Martín Fierro
es nuestro gran poema nacional y nos llena de orgullo. Esta afirmación, aunque
es bien común entre los argentinos, contradice todo el artículo que Ezequiel
Adamovsky publicó en La Prensa el pasado 21 ("Martín Fierro y el
desacuerdo argentino").
Me disculpo por no
contestar cada una de sus afirmaciones, porque en estos 150 años de vida que
tiene la obra hernandiana, ya mostró de sobra sus quilates para defenderse
sola. Pero es cierto que desde su misma aparición tuvo admiradores y
detractores. Los argumentos que esgrime Adamovsky no son nuevos. Sobre todo
aquella vieja tesis borgeana que señala al "Facundo" de Sarmiento
como su contracara supuestamente positiva. Que el
"Facundo"
sea una obra llena de falsedades, lo dice el mismo autor justificándolas con su
intencionalidad política ("el relato" diríamos hoy). Y que Fierro sea
portador de verdades, es lo que forjó su sitial en la Historia grande de la
Patria como verdadero Poema nacional. Es cierto que para alcanzar ese lugar
primero tuvo que hacerse paso entre aquellos detractores que mencionáramos.
¿Cómo? Primero con un gran éxito popular: el gauchaje se sabía presente en esa
historia. Después sí vino el aplauso creciente de la crítica, refrendado cuando
desde afuera hablaron admiradores de la talla de Unamuno o Menéndez y Pelayo,
que lo destacaban como algo único. Nuestro gran poeta Leopoldo Lugones también
jugó su papel, pero es injusto decir, como afirma Adamovsky que "esperaba
convertir al poema de Hernández en la piedra angular de un culto nacionalista y
autoritario". Injusto, anacrónico y es más, agraviante a la memoria de
Lugones y al espíritu de sus conferencias tituladas "El payador", pero
no hace al tema (al interesado lo remitiría a un libro imprescindible de José
Isaacson: Martín Fierro. Cien años de crítica). El problema aquí es más grave.
Cuando pensamos
que el gaucho es nuestro "arquetipo nacional" no estamos cayendo en
ideologismos y miradas tendenciosas, no caemos en un relato más, desligado de
las realidades argentinas, por el contrario, nos inclinamos a ver el rostro
sufriente y real de nuestra Patria crucificada, como se ha dicho. Son las
miradas ideologizadas, desatentas a la realidad argentina histórica y actual,
aquellas que nos dividen y destruyen. Destruyeron la vida política, cultural,
nuestra educación, hasta nuestra religiosidad. Y desde 1810 hasta nuestro
triste presente. Siempre. Y desde ya que no es una división que creó "el
gaucho", si no que la sufrió en su propio cuero y ahí, ante la injusticia,
apareció Hernández que le dio voz. Pero el gaucho era más viejo que Hernández y
supo llegar con su canto al corazón del pueblo para despertarlo.
La palabra
"gaucho" que en tiempos "pre-Fierro" era fuertemente
despectiva, fue rescatada por nuestro poeta y, a partir de entonces, es
sinónimo de lo mejor que tenemos los argentinos. No es una
"construcción" social o literaria, es una realidad profunda y multirracial
(empapada tanto en sangre española como indígena). Encarna la trágica (y feliz)
realidad de lo que significa ser argentinos. No es casualidad que en la frágil
memoria popular, lo primero que brote son aquellos versos que nos llaman a la
unidad ("los hermanos sean unidos."), pero partiendo de un
"rumiar" nuestra realidad, no mirando para otro lado. Aunque duela.
Pero hay que advertir que para entenderlo hace falta un corazón cristiano y
criollo, que sepa perdonar y crea en la conversión.
En parte eso es lo
que le faltaba a Borges cuando proponía que nuestro modelo hubiese debido ser
el Facundo sarmientino. Lejos de creer que "el emblema gaucho encapsula
nuestros desacuerdos y enfrentamientos políticos, de clase, étnicos y
raciales", como afirmaba Adamovsky, el gauchaje que adoptó a Fierro como
maestro sabe abrirse al misterio profundo de la realidad humana. Misterio
cristiano que como nadie Fierro explica en esta estrofa: "Junta
experiencia en la vida / hasta pa"dar y prestar / quien la tiene que pasar
/ entre sufrimiento y llanto, / porque que nada enseña tanto / como el sufrir y
el llorar." Misterio al fin que sólo se acepta desde la fe (aunque la
Historia termina comprobándolo).
ARQUETIPO
Martín Fierro no
es el arquetipo que nace perfecto, sino aquél que se redime a pesar de los
maltratos y vejaciones que ha sufrido por parte de "los que mandan",
es el que sabe perdonar y reconocer que el camino al bien (personal y social)
no pasa ni por el odio, ni por la lucha estéril, pasa primero por"
vencerse a sí mismo", para parafrasear al gran arquetipo de los
argentinos, el Libertador General de San Martín.
Adamovsky señalaba
que el gaucho era para él un "emblema de lo imposible", y que
"no funciona como emblema de unidad, sino más bien de desunión".
Creo sinceramente
que en el espíritu de los lectores, la palabra "gaucho" despierta lo
contrario: sus mejores sentimientos. Hernández no sólo supo que era una
realidad, sino también una bandera "posible", aunque no para todos...
Para otros representaba una realidad que había que exterminar. Recordemos la
famosa frase de Sarmiento en carta a Mitre que exteriorizaba lo que fue una
política planificada: "No trate de economizar sangre de gauchos. Este es
un abono que es preciso hacer útil al país. La sangre es lo único que tienen de
seres humanos".(20-9-1861). Había que cambiar el componente racial de
Argentina y para ello, el gaucho era un obstáculo. Por muchas razones el
espíritu del gaucho es todavía un enemigo al que hay que aniquilar.
Martín Fierro, el
gaucho, es un abanderado de la Argentina profunda y por eso molestaba y sigue
molestando. Abanderado de una tierra que, humillando el poder del invasor
inglés, supo expulsarlo repetidas veces; de la que cruzó los Andes para liberar
América; la misma que dejó su sangre en Malvinas y sigue luchando por la tierra
de sus padres, de sus hijos y nietos. Es el abanderado de una Argentina que, a
pesar de sus dirigentes, "no sabe rendirse", porque aprendió que los
males que nos tocan vivir, sirven para fortalecernos, y nunca, jamás, para quebrarnos.
Lo es del que trabaja feliz, pero también del enfermo que sufre, sabiendo que
ese sufrimiento tiene sentido. Por eso en Fierro está el poeta que canta, el
niño que sueña, el padre que cuida, la madre que espera. Y su gauchaje es
bandera de servicialidad, de hidalguía, de generosidad, fortaleza, coraje., y
de todo lo bueno que llevamos adentro los argentinos. ¡tantas cosas lleva en su
bandera que nos emociona sólo pensarlo!
Pero, ¿eso alcanza
para alcanzar la "unidad" a la que estamos llamados? Y la respuesta
es que obviamente no, porque hay dos Argentinas opuestas. Cuando el gran
Capitán nos decía: "Serás lo que debas ser, si no, eres nada",
también nos mostraba una grieta inconciliable entre los que aspiran y batallan
para "ser lo que debemos ser" y los otros.
Es cuestión de
"ser o no ser", de elegir una bandera y obrar en consecuencia. Y si
la bandera tiene un alférez gaucho y cantor, ¡qué más podemos pedir!
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