de la historia es total
POR AGUSTÍN DE
BEITIA
La Prensa,
23.10.2022
El pasado de la
Argentina, a menudo, parece un gran palimpsesto. Se lo recupera una y otra vez,
pero no para honrarlo. No para aprender de él ni para identificarse. Sino para
borrarlo y escribirlo encima. Para que se ajuste a los intereses de la opresiva
ideología dominante. Como en el clásico de Orwell, un ejército de escribas
adapta, corrige, falsea, para luego sofocar toda disidencia. Nada de esto
sorprendería si no fuera por la facilidad con que se tolera la maniobra, aun a
sabiendas de que el resultado es una impostura. Al menos al principio. Porque,
a la larga, sea por fuerza, moda, especulación o cobardía, el engaño termina
sedimentando en el inconsciente colectivo, hasta que ya muchos pierden de vista
incluso que están siendo estafados.
Para la
historiadora, escritora y docente María Sáenz Quesada esto es más notorio hoy
porque la reescritura de la historia es ya casi total. Autora de catorce
libros, entre ellos el más reciente 1943. El fin de la Argentina liberal
(2019), la escritora aceptó conversar con La Prensa sobre este fenómeno en la
sede de la revista Todo es historia, una publicación que ha cumplido 55 años y,
pese a que ya no se vende en los puestos de diarios, sigue editándose en
versión digital o en papel, aunque solo para suscriptores.
Sáenz Quesada es
miembro de la Academia Nacional de la Historia y se dedica desde hace años a
revisar el siglo XX, después de examinar el siglo XIX y algo de la época
colonial. Fue directora de la revista hasta 2017, aunque sigue estando
involucrada.
"Soy algo así
como una integrante honoraria", cuenta entre risas. "Escribo mucho,
pero no estoy en el día a día", añade la escritora, para quien la revista
ha sido "la dedicación de una vida".
La soleada tarde
de feriado acentúa el vacío de la oficina, que de todos modos ya no tiene el
bullicio de otras épocas, cuando albergaba una redacción más concurrida. Esto
fue desapareciendo con la digitalización y el trabajo remoto.
Hija del
historiador Héctor Sáenz Quesada, la escritora cuenta que "la historia
siempre ha estado presente" en su casa. "Tanto la historia familiar,
porque somos de una familia muy antigua en el Río de la Plata, como los libros de
historia", explica. "Había bibliotecas enteras. Mi padre compraba las
novedades de historia universal y también historia argentina, documentos,
memorias. Y parte de esa biblioteca yo la he heredado", confía.
NACIONALISMO
-Usted apuntó en
alguna entrevista que proviene de una familia que tuvo mucho que ver con el
nacionalismo católico y con la Acción Católica, y que mucho de lo que vuelca en
su último libro sale de allí. Habrá estado muy en contacto en sus inicios con
la corriente historiográfica nacionalista católica.
-Sí, los libros
estaban en casa. Había muchos otros. Mi padre era un activo nacionalista, de la
derecha nacionalista, pero tenía en otros aspectos una formación muy inglesa.
Es decir que había libros de diversa índole. Cuando empecé a estudiar en la
Universidad del Salvador, ya de inmediato podría decirle que pasaron a
interesarme otros autores. El revisionismo nacionalista me convencía poco, así
que salí a buscar las corrientes más modernas.
-¿Qué es lo que
hoy, a la distancia, sí valora de ese revisionismo?
-Valoro el debate
con documentos de esa primera etapa. Por ejemplo, Julio Irazusta, a quien
conocí cuando era grande, era alguien que había publicado una serie de tomos
con una historia de Rosas muy importante, aunque yo prefiera otras historias de
Rosas. Y José María Pepe Rosa también es valioso para incorporar nuevas miradas
y no quedarse con lo que dijo Mitre o Levene. También es muy importante Manuel
Gálvez. Nosotros lo visitábamos y leíamos sus libros porque eran accesibles. Eran
biografías muy bien escritas. Pero me interesan más las corrientes que se
impusieron después, en las que se buscaron modelos en la historia francesa o
inglesa, sobre todo. Las corrientes más modernas, de la posguerra. Yo diría que
el libro que más me impresionó en la facultad fue El otoño de la Edad Media, de
Johan Huizinga. Ese fue mi modelo. El de alguien que describe una época a
través del arte, del pensamiento, de las modas, los rituales como la muerte y
la vida. Eso me pareció fascinante. Muy alejado de las polémicas revisionistas.
-Las disputas por
la historia hoy están a la orden del día. Basta ver las noticias, como las del
conflicto mapuche. Muchos de esos debates surgen de falsificaciones. Ya
volveremos a eso. Antes quisiera pedirle una opinión más general sobre el
proceso en el que estamos inmersos, que tiene dos aristas mutuamente
dependientes: el olvido o amnesia colectiva, y el debate que eso favorece de
cuestiones históricas.
-Los argentinos
nunca estamos conformes con nada y tampoco con nuestra historia. Siempre hay
una necesidad de culpar a un sector o una etapa del pasado por lo que nos
ocurre en el presente. Pero en eso de buscar culpables no somos los únicos. La
historia de Francia, que es una historia modélica, también está llena de debates:
alrededor de la guillotina, de la monarquía, de Vichy. Son todos temas
urticantes. Como la Guerra de Argelia. Nosotros logramos que lo nuestro parezca
peor. Hay ciertas figuras que, incluso, son rescatadas de forma rarísima. A mí
me causa gracia que Axel Kicillof tenga un retrato descomunal de Rosas en su
despacho. Yo pienso: ¿a quién ve? ¿Al jefe de los estancieros, al jefe de la
Mazorca (policía parapolicial)? A mí Rosas no me gusta. Mi propio bisabuelo fue
víctima de la Mazorca, fue azotado. Pero entiendo que a un hombre de derecha
pueda admirarlo en tanto hombre de orden. Pero ¡Kicillof! Afortunadamente hay
figuras, como San Martín y Belgrano, que se mantienen en pie en medio de la
pelea constante por la historia.
MODELOS
-Son las
excepciones. En otras cuestiones vivimos a base de olvidos. Pienso en los años
setenta, en la Campaña del Desierto... Hay una versión ideologizada sobre estos
temas que termina imponiéndose. ¿Comparte esta impresión?
-El tema no pasa
tanto por la gente que trabaja en historia. Porque si uno lee los trabajos de
historia que hay, son muy buenos, hay una gran seriedad. Uno lee Anatomía del
pánico, de Alejandro Rabinovich, que se publicó hace tres o cuatro años, y es
un librito modélico que fue premiado por la Academia. Es una nueva mirada a la
Batalla de Huaqui con todos los elementos de la historiografía contemporánea,
sobre historia militar, pero llevado también al gran público. Pero ¿qué es lo
que pasa? Algunos temas se han politizado, como siempre pasó. Porque cuando se lo
exaltó a Rosas era porque empezaba Uriburu. Ahora, desde hace algunos años,
Roca sería el representante de la Argentina oligárquica de los años 80 al que
hay que "darle con todo" porque esa Argentina fracasó. No nos va bien
y entonces es culpa de Roca. Eso se ha transmitido mucho a la formación
docente. Creo que ese es el gran problema: que la política ha penetrado los
lugares donde debería enseñarse con un poco más de distancia. Me cuenta la
gente que tiene hijos en las escuelas que esto viene de allí. Y ha sido
aceptado.
-Ha sido aceptado.
Eso es lo más notable. Es lo que se ve en el caso del conflicto mapuche: hay
una cierta aceptación de que tienen un derecho.
-Sí, ahora estamos
en un brete muy grande con el tema mapuche. Porque hay una opinión formada en
la visión de los vencidos -que no solo es propia del oficialismo- que considera
justificados los reclamos. El desconocimiento de Roca es notable. Porque, con
sus defectos, Roca ratificó la construcción de un Estado que venía desde Rosas
y Urquiza. Define el territorio, define las fronteras... Lo que hay que
entender es que cada etapa histórica tiene aspectos positivos y negativos. Yo
he intentado, con Roca, ese equilibrio. Porque, estudiando a Sáenz Peña, uno ve
que las críticas tremendas que se le hacían en la época eran justificadas. Pero
la negación de Roca es una negación de una etapa enorme de la historia
argentina. Veo con mucha preocupación estas miradas. Se repite en otros casos.
Con los setenta no digamos...
-¿Qué diría sobre
eso?
-Que en la
historia reciente hay mucha más memoria que historia. Y eso es muy negativo.
Porque se termina negando al vencido. En este caso es el vencido en la Guerra
de Malvinas: el gobierno militar. No se estudia. Se trata en forma apasionada.
Hay muy pocos autores que abordan la historia reciente con equilibrio, viendo
lo que fueron los años setenta, con ese programa tremendo, guevarista, del
foco, que hizo que también la reacción fuera terrible.
MONTONEROS
-Usted ha dicho,
con acierto, que la historia oficial sobre los setenta es "la historia de
Montoneros". Podría decirse que es una historia de recortes y olvidos.
Usted ha escrito un libro sobre Isabel Perón (Isabel Perón. Una mujer en la
tormenta, 2003). Y el hecho de que la historia oficial saltee ese gobierno es
muy significativo. Intenta dejar en el olvido la barbarie terrorista en un
gobierno constitucional, y también que la represión ilegal empezó entonces.
-Por supuesto.
Isabel Perón es una figura que nadie quiere recordar. Es muy compleja para el
peronismo ortodoxo, para el peronismo montonero, para el kirchnerismo y para la
sociedad toda. Porque la fórmula Perón-Perón fue votada por el 62% de la
población. Mi libro tuvo muchas menciones académicas, pero se vendió poquísimo.
Y tiene que ver con ese rechazo. Todos estos temas son difíciles. Ahora está
surgiendo la polémica por la película 1985.
-¿Qué opinión
tiene al respecto?
-No he ido a ver
la película, pero observo que hay todo un ocultamiento de la Conadep, de
Alfonsín. El director tiene todo el derecho de decir: "Yo hice la película
que quise". Pero es interesante también que esto lleve a una polémica.
Porque para los jóvenes esa época no existió. Para los que la vivimos fue un
episodio desgarrador de nuestra vida. Debo que aclarar que después de provenir
de una familia tan nacionalista yo me afilié al radicalismo en el 82 y todavía
sigo allí.
MALVINAS
-Son muchos los
olvidos. Es una constante.
-Claro. Yo he
preferido, por ejemplo, no ir a visitar el Museo de Malvinas porque pienso en
todo lo que vivieron los que fueron a la guerra y sé que me resultaría muy
doloroso que un tema tan delicado, tan emotivo, sea tan maltratado como se
supone que está.
-¿Coincide en que
el olvido es planificado?
-Sí, sí. Claro. Es
un proceso de tergiversación.
-De reescritura.
-De reescritura.
De radicalización. Hay que descalificar al otro para, a partir de ahí,
construir una política. Se ha hecho con mucho éxito.
-¿Diría que ese
proceso de reescritura de la historia es más acentuado hoy que antes?
-Ahora yo creo que
es casi total. Lo que pasa es que quienes están del otro lado de la grieta
están en otra cosa. De un lado se le da un enorme valor a la historia. El
kirchnerismo le da un gran valor. Para ellos todo es cuestión de memoria. En
cambio, del otro lado, liberales y republicanos no tienen esa preocupación. No
digamos el gobierno de Macri, al que no le importaban nada estas cuestiones. Y
de pronto la historia se les vino encima.
-Tampoco es
memoria. Fíjese el lema "Memoria, verdad y justicia", que en realidad
propone olvido, falsedad y enjuiciamiento a solo una mitad de los
protagonistas.
-Es uno de los
grandes problemas de los derechos humanos. La radicalización con banderas que
no se cumplen. Uno ve a las feministas ultras que permanecen indiferentes
frente al hecho de que haya en Nicaragua tres candidatas a presidente presas, o
frente a las protestas de las Damas de Blanco en Cuba.
-¿Cuál es su
interpretación sobre por qué se impuso esa reescritura de la historia? ¿Es por
aquella indiferencia ajena que apuntaba?
-Yo creo que hubo
un achicamiento de los que tenían otra versión de la historia. No se animaron.
Creo que jugó mucho el tema de la obediencia debida. Incluso en la mirada del
propio Alfonsín eso fue muy nefasto y fue muy hábilmente utilizado a partir de
la llegada de los Kirchner al poder. Se identificaron con una izquierda o con
una Argentina sumergida que ellos iban a rescatar. Trabajaron muy bien con eso
en la difusión, en el terreno cultural. Así quedaron un poco relegados los
otros que, en materia de historia, como trabajaron en ámbitos académicos, se
alejaron del lector común. Y entonces, de un lado quedó una historia más
hermética y del otro lado, una historia más accesible, de buenos y malos, o,
más bien, de nuevos buenos y nuevos malos.
-¿Hace falta que
la Academia se interese un poco más por estos temas para alcanzar un
equilibrio?
-Yo creo que sí.
Deben descender un poco al llano y escribir un poco para todo el mundo.
-¿Qué más hace
falta?
-Hay que tratar de
difundir más y tener menos complejos en defender lo que es constructivo para el
país. Fíjese lo que ocurría con Sarmiento. La exaltación que había de Sarmiento
antes del revisionismo era también exagerada. Sarmiento era un monumento que era
imposible de criticar. La crítica fue sana. Pero negar la figura de Sarmiento y
de otros grandes educadores que lo acompañaron, como Avellaneda, es también
negativo como nación. Con el indigenismo pasa algo similar. Viene de una
negación de la raíz indígena de nuestro país. Nosotros no somos razas puras.
Somos pueblos mezclados. Los españoles se mezclaron con los moros, con los
judíos, vinieron a América, se mezclaron con casi todas las etnias indígenas.
Hay que valorar las raíces: la raíz hispana, la indígena, las de distintas
inmigraciones.
-Lo que pasa es
que hay un uso político del indigenismo, no para devolverle el lugar que merece
sino para falsearlo y conseguir objetivos ruinosos, como posiblemente la
segregación de parte de nuestro territorio. Las perspectivas son todo menos
sanas.
-Claro. Yo creo
que la historia tiene que ser -aunque la palabra está demodé- inclusiva. Uno
tiene que mirar todos los aspectos que conformaron nuestro país para poder
mirar también estos problemas actuales de exageración perversa. Porque este
problema mapuche se está volviendo cada vez más grave. Pero la historia tiene
que comprender a todos los que integran la Argentina.
-Bueno, deberíamos
empezar por no llamar a los mapuches "originarios".
-Es que...
originario... En América todos hemos venido antes o después. Tampoco es
cuestión de oponer la Argentina indígena a la Argentina inmigratoria. Nada de
todo eso contribuye.
-¿Cómo se escribe
historia hoy? ¿Qué tendencias observa en la escritura?
-Desde un punto de
vista profesional se trabaja muy bien. Hay mucho conocimiento, recurso a
fuentes, a maestros. Hay muchos estudios en el exterior, así que se está al
tanto de lo que se dice afuera. En eso se ha avanzado muchísimo. No se ha
avanzado en cuanto a que todo eso hay que digerirlo. El que lee no tiene por
qué enterarse de que uno ha trabajado tanto. Hay mucha microhistoria. Después
está toda esa corriente que se presenta como "todo lo que no te contaron
sobre tal tema", y que en realidad lo sacaron de otro autor. Es la
comidilla de la historia. Eso sin dudas tiene muchos lectores, pero es muy
dañino.
-Hablamos mucho de
las revisiones de la historia. Ha hecho usted revisiones personales sobre
hechos o figuras históricas.
-Mi trabajo
último, 1943, de alguna manera es una revisión sobre lo que durante tanto
tiempo se llamó La década infame. Me interesó valorar en ese libro lo que esa
época legó a su época inmediatamente posterior, esto es, una cierta
prosperidad, un enorme desarrollo industrial y cultural, que fue lo que heredó
el peronismo.
-Sí, es un enfoque
muy interesante. Me refería al hecho de si usted ha hecho revisiones en lo
personal, si ha matizado sus propias opiniones sobre figuras o acontecimientos
fruto de su estudio.
-Sí, esas revisiones
se dan. Un ejemplo es Rosas. En él está toda la cosa de la Mazorca, la
dictadura, y al mismo tiempo un cierto instinto de unidad del país, que fue lo
que también le reconoció el propio Alberdi en su etapa juvenil. Aunque muchos
de sus aspectos uno puede rechazarlos, en esto tenía aciertos. Y lo mismo pasa
con Perón. Yo nunca fui peronista, pero la inclusión de los sectores sindicales
y populares en el proyecto político es muy importante, y eso hay que
reconocerlo también.
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