Hasta el glorioso sable del Libertador José de San
Martín ha caído en las impúdicas aguas del "relato". Lejos de
devolverlo al Museo Histórico Nacional en alguna fecha apropiada por su
relación con el recuerdo del Gran Capitán, el Gobierno decidió entregarlo en la
semana que ex profeso no dedicó a la epopeya de Mayo, sino a la exaltación del
período kirchnerista, por cierto mucho menos relevante para la historia
argentina que el grito de libertad de 1810 cuyos ecos se oyeron en toda América
latina.
La propaganda previa al acto en el parque Lezama
expresaba que volvía a su lugar el arma que, como se recordará, había sido
robada, pero curiosamente no señalaban las circunstancias en que había
desaparecido del museo y por dos veces, hasta que finalmente se decidió
llevarla al Regimiento de Granaderos a Caballo y ponerla a resguardo de nuevas
profanaciones.
La primera vez fue sustraída por la Juventud
Peronista, el 12 de agosto de 1963, con el objeto de entregarla al jefe del
movimiento, Juan Domingo Perón, entonces exiliado en Madrid. Recuperado el
sable, fue robado por segunda vez, el 19 de agosto de 1965, por otro grupo de
esa misma organización. Un año más tarde, se lo recobró nuevamente y se lo puso
en un templete blindado, en el hall de acceso del Regimiento de Granaderos a
Caballo, la unidad fundada por San Martín.
La pieza se hallaba en el Museo Histórico Nacional
desde 1897, donado por Manuela Rosas y su esposo Máximo Terrero, como hija y
yerno de Juan Manuel de Rosas, quien lo había recibido por voluntad última de
San Martín, en obsequio por la defensa que como gobernador de Buenos Aires
había hecho del país ante la agresión anglofrancesa.
Bien está que vuelva a su destino originario, siempre
que se adopten con urgencia máximas medidas de seguridad para garantizar que no
volverá a ser manoseado e incluso que no será robado para vender a
coleccionistas extranjeros, como ocurrió no hace mucho con el reloj del general
Manuel Belgrano.
Y sería importante también que se dijera, en honor a
la verdad y la justicia, que el mismo Libertador lo concibió como prenda de
unión entre todos los argentinos; que no puede ser esgrimido, como tantas
cosas, para satisfacer el marketing electoral, y que el mejor modo de honrar al
insigne portador de la espada en su campaña libertadora es recordando la frase
que convoca a la concordia de los argentinos: "Mi sable jamás saldrá de la
vaina por opiniones políticas".
La Nación, Editorial, 31-5-15
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