DANIEL MARÍN Y LORENZO ESTEVE
La hispanidad no sólo
guarda relación con los países actualmente conocidos como iberoamericanos, su
poder también llegó a extensas zonas de Norteamérica, y hoy algunas ciudades,
escudos, banderas y hasta la propia moneda de allí son un reflejo vivo de esta
importante influencia.
España no ha sido
solamente la primera en descubrir el Nuevo Mundo, el más allá del cabo
Finisterre, del “fin de la tierra”, sino también la primera en pisar
norteamérica. Antes de que ningún europeo, -futuro estadounidense-, tocara
aquellos terrenos, los españoles ya paseaban sus banderas por ellos.
El primer hombre en
navegar el famoso río Colorado yanqui, era español y se llamaba Fernando de
Alarcón. Y el primero en surcar el Mississippi tenía la misma procedencia
ibérica, respondiendo al nombre de Hernando de Soto, natural con toda
probabilidad de Jerez de los Caballeros, Castilla.
Asimismo, él y sus
400 hombres aguerridos hicieron primicia explorando las zonas de Tejas,
Oklahoma y Arkansas, y navegando los puertos naturales de las actuales Nueva
York y Virginia. Otro más, Alejandro Malaspina, fue el primero en rastrear la
costa de California, y uno adicional, Vázquez de Coronado, el que atravesó el
Cañón del Colorado alcanzado la hoy conocida como Kansas City.
Antes de que los
ingleses comenzaran sus masacres con los indios, persiguiéndolos,
esclavizándolos y hacinándolos en reservas como si fueran animales, los
españoles ya pactábamos con sus tribus, como las de los sioux, navajos,
cheyennes, arapahoes, e incluso como la de los comanches, de dónde viene la
famosa frase que ha pasado de generación en generación por la cultura popular
de “territorio comanche”.
La ciudad más antigua
Obviamente, estos
importantes hitos no podían pasar desapercibidos en unas tierras que
prácticamente fueron españolas en más de la mitad de su totalidad hasta bien
entrado el siglo XIX. Hay Estados como el de Arizona, el de Florida, el de Luisiana,
el de California, el de Nuevo Méjico y el de Tejas, que pertenecían al por
aquel entonces virreinato de la Nueva España. De hecho, Florida, que es la ciudad
más antigua de los Estados Unidos de América, conserva aún una antigua
fortaleza española sobre la que todavía hondea el estandarte hispano.
La huella es
evidente; las ciudades de Los Ángeles, de San Francisco y de San Agustín, entre
otras, tienen origen ibérico, esto es, hispano y católico, ambos inseparables.
Y se puede decir lo mismo de islas como la de San Juan. Nombres, todos ellos,
que cabrían esperarse de los españoles que partieron rumbo hacia nuevos
horizontes terrestres a bordo de una nave como la Santa María , y no de
los modernos estadounidenses que hicieron lo mismo hacia lugares extraterrestres
con un cohete al que apodaron Apollo, divinidad de la mitología greco-romana.
Washington ataño no
era el centro político de Estados Unidos, sino un territorio perteneciente a la
corona española.
La presencia de los
antiguos dueños e inquilinos también subsiste en algunas banderas y escudos.
Así, por ejemplo, la
Confederada diseñada por el congresista William Parcher Miles
y la del Estado de Alabama, lugar de procedencia del famoso personaje
cinematográfico Forest Gump, guardan la simbología de la Cruz de San Andrés, emblema
de la antigua bandera española que hoy siguen usando los carlistas. Y respecto
a los escudos, tanto el de Alabama como el de Los Ángeles incluyen en uno de
sus cuarteles el castillo y el león de los antiguos reinos peninsulares.
Otro escudo que
asimismo preserva la señal de su origen es el de Tejas. En él, se incluyen las
seis banderas de las seis naciones que han ejercido la soberanía sobre su
territorio; entre las que está, como no podría ser de otra manera, la
rojigualda española. Igualmente, en el capitolio de Tejas luce egregio el
emblema de Castilla recordando, por otro lado, que aquellas zonas pertenecieron
hasta fechas muy recientes al propio México.
Esa España de los
grandes hombres que llegaron hasta el fin del mundo dejó también su impronta en
la moneda que hoy usan cotidianamente los estadounidenses y es la divisa más
demandada en los intercambios económicos internacionales: el dólar.
En efecto, el símbolo
de este dinero adoptado por el Rey Fernando el Católico para la Nueva España no es
otra cosa que las dos columnas de Hércules en las que se entrelaza una cinta
donde se incluía la famosa frase “non plus ultra”, que se modificó por “plus
ultra”, es decir, “más allá”.
La antigua mitología griega decía que Hércules
limitó el mundo de Zeus en dos pilares, esto es, en dos extremos, uno de los cuales
era Gibraltar. Así, en aquel entonces se pensaba que tras el peñón no había
nada; hasta que Colón demostró que sí, que “más allá” estaba América aguardando
ser descubierta por él bajo el amparo de España.
El tálero de Carlos V
Por otro lado, el mismo
nombre de “dólar” tiene relación con el Sacro Imperio Romano del que fue Rey
Carlos V. En el siglo XVI el conde Schlick ordenó acuñar en la ciudad de
Joachimsthal (valle de Joaquín) unas monedas a las que denominó “Joachims
Thaler”, abreviándose “Thaller”, y que con el uso pasó a “Tholler” hasta llegar
a “Dollar”. De hecho, el dólar español fue adoptado en 1785 como moneda oficial
de los Estados Unidos a cuyas colonias España ayudó a independizarse de
Inglaterra, y en 1787 se creó el dólar estadounidense fijado en paridad con el
duro español con valor de 8 reales también españoles y cuya simbología tomó y
que hoy se representa como una “S” atravesada por dos erguidos palos: $.
Pero existe otro tipo
de huella de España en los actuales Estados Unidos: la cultural y humana. El
sur y el oeste de aquella nación está indeleblemente marcado por esas
constantes, a través de México,sobre todo después de que, con el Tratado de
Guadalupe Hidalgo, Norteamérica se quedó con inmensas extensiones que ahora son
los estados de Texas, Arizona, California, Nuevo México y Colorado.
Ahí dejó España una
marcada huella que ha fructificado tres siglos después en grandes metrópolis
como San Francisco o Los Angeles. Franciscanos y jesuitas fueron creando en los
siglos XVII y XVIII , las misiones y los presidios, unas veces en forma de
ranchos desperdigados y otras de pequeños pueblos, que en muchos casos
constituyeron el germen de grandes ciudades como San Francisco.
No fue fácil someter
a las tribus indias, sobre todo a las nómadas, (comanches, navajos y
apaches)... les fue mejor con las tribus sedentarias que se dedicaban a la
agricultura.
Esclavos, no meras mercancias
Como explicaba Ramiro
de Maeztu en su obra más emblemática Defensa de la Hispanidad , la religión
marcó la impronta de la forma de colonizar España. A diferencia de Inglaterra o
de Francia, la Corona
española fue mucho más respetuosa con los derechos humanos, tanto con la
población indigena, a la que integraron, como a los esclavos.
Esta cuestión supuso
uno de los grandes motivos de fricción con Gran Bretaña, ya que los principios
católicos españoles hacían que trataran a éstos de una forma más humanitaria,
considerándolos “no como meras mercancías, sino sujetos de derechos como la
religión, la propiedad y la familia”.
Pero la cultura del
sudoeste americano es, en general, hija directa de España. Religión, folclore,
costumbres, e incluso elementos materiales (como la cría del ganado, que los
famosos cowboys de los western heredan de los vaqueros españoles; o como la
arquitectura colonial) proceden de los primeros pobladores, castellanos,
andaluces, vascos de aquellas grandes extensiones. Aunque en el siglo XIX, tras
ceder todo eso México, el Oeste se pobló primero de elementos anglosajones y
posteriormente de inmigrantes europeos (fundamentalmentes irlandeses y
nórdicos).
Los Estados Unidos
actuales serían, en cualquier caso, irreconocibles tal como hoy las conocemos
sin el legado español, desde el dólar hasta algo tan representativo de su
cultura y su paisaje como el caballo: los primeros que llegaron al Continente
fueron dieciseis equinos andaluces llevados en una de las expediciones de
Hernán Cortes.
Fuente: El Manifiesto
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