AL CONSOLIDADOR


 de la soberanía nacional

 

Homenaje a Juan Manuel de Rosas a 148 años de su paso a la inmortalidad (14-03-1877)

 

Por Jorge Martín Flores

La Prensa, 26.03.2025

 

“Hay que estar vacunados contra la enfermedad política que se llama Revolución, cuyo término es siempre la destrucción del cuerpo social”, dijo Juan Manuel de Rosas a Josefa Gómez, el 5 de agosto de 1868.

 

"Cómo argentino me llena de un verdadero orgullo, al ver la prosperidad, la paz interior, el orden y el honor restablecidos en nuestra querida patria; y todos estos progresos, efectuados en medio de circunstancias tan difíciles, en qué pocos estados se habrán hallado. Por tantos bienes realizados, yo felicito a usted muy sinceramente, cómo igualmente a toda la Confederación Argentina. Que goce usted de salud completa, y que al terminar su vida pública sea colmado del justo reconocimiento de todo argentino, son los votos que hace y hará siempre en favor de usted su apasionado amigo y compatriota”, expresó José de San Martín a Rosas, el 6 de mayo de 1850.

 

EL CAUDILLO

Permítanme presentarlo, sin cansar al auditorio: fue criollo bonaerense y federal apostólico. Su partido fue la Patria. Sin más vueltas de hojas. Le decían el Indio Rubio. Su nombre: Juan Manuel de Rosas.

 

Creció en la vida rural, la campaña fue su cuna. Aprendí a domar potros, pasiones y fortunas. Lo templó la Pampa Gaucha y se hizo uno de ellos: Un caudillo, un conductor, que predicó con el ejemplo.

 

Su palabra era la ley: “para todos la mesmita”. Pues el orden garantiza que haya paz y justicia. Y ante el caos desatado por la guerra interior, Buenos Aires lo honró con el título de Restaurador.

 

EL EXTERMINADOR DE LA ANARQUÍA

Asumió el mando de una república endeudada: Un infierno en miniatura, una Patria desalmada. Mas con tesón y energía no dejó nada al azar. Se recomendó al Todopoderoso y comenzó a trabajar.

 

Gobernando con mano firme, cargó toda responsabilidad. Dio valor a la palabra, bregando siempre por la unidad. Restaurando las leyes y las instituciones violadas. Regresando un pueblo a la esencia de su Patria.

 

Y con el pacto federal que a la Argentina le dio, logró unir la Argentina en una digna Confederación.

 

EL HÉROE DEL DESIERTO

Asolada por dentro y por fuera, con admirable tesón, no aflojó la cincha y sus destinos presidió. Representando a las provincias ante el mundo exterior: Plantados como pequeña pero soberana nación. Protegió las fronteras contra el artero malón, aliados de foráneos que nuestro sur codiciaron. Con la palabra y sable en mano, a la campaña se lanzó. Y en marcial galope, el desierto su paso se abrió.

 

Rescató muchas cautivas, llevó el orden a las tolderías. Fomentó el asentamiento de población criolla y nativa. Fundó pequeños pueblos que se volvieron urbes productivas. Abrio el surco con su sable. Consolidó soberanía.

 

CONSPIRACIONES AD INTRA Y AD EXTRA

 

Y permítanlo que deba fruncir un poco el ceño, pues ejercer la autoridad es asunto muy serio. Fue primus inter pares, sacrificado por completo. Mas odiado por los ingratos, vendepatrias con frac negro. Logistas, demagogos, día y noche conspirando, doctorcitos de escritorio al extranjero convocaron, para que esclavice esta Patria, una, libre y soberana, para que derribe al hombre de estado -que ellos llamaban “tirano”-.

 

Le cuestionaron no haber dictado una constitución para la república, plagiar a cualquiera extranjero aunque no tenga cordura alguna: los ilustrados querían vestir el cuerpo con un traje que no le quedaba.

 

¡Que no le vengan con libritos ni sus chúcaras quimeras! ¡Ni con locas teorías que pergeñaron sus cabezas! Rosas tiene como escuela la arraigada tradición gauchesca y una inteligencia ordenada por la sana prudencia. Hombre respetuoso del orden natural y sobrenatural, de la realidad concreta y del pueblo, su identidad. Gobernó con estilo argentino y jamás se lo perdonaron. Optó por ser grande la Patria y no colonia extranjera. Supo apoyar su gobierno en los principios cristianos.

 

Comprendió que desde siempre el liberalismo es pecado. Que era posible y necesaria una Cristiandad en estos pagos, una Argentina restaurada bajo la Cruz y la Espada.

 

LA GESTA DE LA SOBERANÍA NACIONAL

 

Así se mantuvo firme, con sus convicciones en cincha, enfrentando a los franceses y sus locales satélites: los unitarios impíos, salvajes, felones. En palabras de San Martín, el clamor del Gran Jefe: tamaña traición, ni en el sepulcro desaparece. Y aunque Francia humillada, regresó con los soberbios ingleses, Rosas los esperaba bien plantado y con cadenas de este a oeste.

 

Noventa buques mercantes y veinte de guerra vinieron cual comadrejas a robar lo que no les pertenece. Navegando el Paraná, sin pedir ningún permiso, se olvidaron de tratados y de mutuos compromisos. Los maulas se traían sus mercaderías, mas nosotros los esperábamos con nuestra artillería: Y tronaron los cañones, los abusos silbaron, y las bayonetas de sus colorados, las carnes desgarraron.

 

Rosas era de pocas pulgas y el hocico no escondió, la independencia de la Patria con arrojo defendió. Sin aflojarles ni siquiera un tranco de pollo: ¡No han de pasar! ¡Obligado es el clamor!

 

La gesta del Paraná es testigo de honor y gloria: Obligado, San Lorenzo, Tonelero y el Quebracho, a las principales potencias del mundo, con coraje expulsamos y Rosas conquistó sus laureles como 'Gran Americano'. La bandera nacional su recibió desagravio, saludándola los invasores con 21 cañonazos, congraciándose la historia, reparando la injusticia, escribiéndose una página que jamás se olvidaría.

 

EL LIBERTADOR

 

Hasta San Martín cantó la firmeza del patriota Juan Manuel, quien supo hacerle frente al francés y al inglés, defendiendo la independencia y soberanía nacional, aquello que su espada supo una vez conquistador. Dijo que la acción de Obligado fue igual de trascendente que nuestra guerra contra la España, que lo sepan bien las gentes: los argentinos no somos empanadas que se comen simplemente con abrir bien la boca y hacer tronar los dientes. Que los triunfos de Rosas, fueron su aliciente, pues vio una Patria ordenada y coronada de laureles. Por ello legó su sable, el anciano Libertador como herencia y legado al ilustre Restaurador.

 

MÁS NO HEMOS PODIDO

 

Mas al Gran Americano se la tenían jurada. Y ante el plantón de Urquiza, en sus filas se enrolaron, comprados por el oro del imperio brasileño, desencadenando una nueva guerra en nuestro tan curtido suelo. Un Ejército Grande, de traidores y extranjeros, se enfrentaron al ejército de la Confederación en Caseros. Obteniendo la victoria y el derrocamiento de Don Juan Manuel de Rosas en un 3 de febrero.

 

Llegaba el fin de una historia coronada por laureles, una Argentina Épica que logró mantenerse, un poncho y lanza frente a los vientos inclementes, que asomaban el poniente, oscureciendo las mentes.

 

Rosas fue exiliado y cual gaucho matrero, le pusieron precio a su cogote, lo trataron peor que a un perro. Lo llamaron reo de 'lesa Patria' y 'tirano depuesto'. Le prohibieron otra vez pisar su suelo amado. Sus propiedades se confiscaron, lo odiaron por ser patriota.

 

Y a sus leales seguidores los ahorcaron por mazorqueros. Y su historia falsificaron, sus enemigos la escribieron. Asegurándose que “ni sus cenizas tendrán esta tierra” como exclamó José Mármol. Mas no pude tapar su huella en el alma de su pueblo amado.

 

LEGADO

 

Rosas vivió en una granja de Inglaterra, su exilio forzado, pobre y sin rencores, a sus enemigos había perdonado. Su espalda se encorvaba mientras sus vacas, ordeñaba y sus manos curtidas por el campo, su propia tierra, labraron. Su rastro glorioso por los vencedores fue sepultado, mas su espíritu se mantuvo firme cual mandato sanmartiniano: “será colmado del justo reconocimiento de todo argentino honrado”. Por eso hoy lo bendigo, y le pido este favor:

 

¡Brigadier General

¡Contumaz Contrarrevolucionario!

¡Enséñanos a seguir tu ejemplo,

¡La Patria se cae a pedazos!

La revolución mundial anticristiana.

está dando sus últimos pasos

para robarnos el alma

que nos ha hecho cristianos.

Por derecha y por izquierda,

se nos vive atacando,

por adentro y por afuera,

la hidra extiende sus brazos.

Los falsos profetas pululan

con sus cantos de sirena

y están enviando al foso

lo poco que nos queda.

Danos tu brazo firme.

Danos tus pies de gallo,

para que arraigados a la tradición histórica

podemos morir peleando.

Danos tu corazón ardiente

de Patria enamorada,

Danos tu prudencia aguda,

y tu consejo de hombre sabio.

Así nos mantendremos firmes,

en cada inhóspita trinchera.

Y seremos voz en el desierto,

que clama en la tormenta.

Y por las noches de vigilia

que todavía nos esperan,

nos convocas tu ejemplo,

con tus santos y señas.

Para enfrentar los vicios

con una vida virtuosa.

Para saber vivir con honor

y morir con las botas puestas.

Resistiendo el aluvión,

aunque vengan degollando.

Trabajando con fervor

por el pequeño rebaño.

 

*Profesor de Historia. Miembro del Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas de Lomas de Zamora.

 

Jorge Martín Flores

Profesor de Historia. Diplomado en Conducción y Liderazgo Sanmartiniano por la Escuela Superior de Guerra Conjunta. Vicepresidente del Movimiento Jóvenes por Malvinas.

DÍA DEL ESCUDO NACIONAL

 

 ¿Por qué se celebra cada 12 de marzo en Argentina?

 

Facundo Macia Marqués

Infobae, 12 de marzo de 2025

 

En Argentina, el Escudo Nacional es una de esas insignias que, aunque muchas veces pasa desapercibida, tiene un profundo significado. Su diseño y sus elementos reflejan los ideales de libertad, unión y soberanía que marcaron el nacimiento del país.

 

Cada 12 de marzo, la Argentina celebra el Día del Escudo Nacional, una fecha que conmemora la creación y declaración de este símbolo patriótico en 1813. Su historia está estrechamente ligada a los inicios de la independencia y a la construcción de la identidad nacional.

 

El 12 de marzo de 1813, con la firma del presidente del cuerpo Tomás Antonio Valle y de Hipólito Vieytes, se adoptó al diseño, previamente usado como sello, como el escudo oficial. Igualmente, ya se lo había empezado a aplicar el mes anterior.

 

¿Cuál es la historia del escudo nacional argentino?

Antes de la Asamblea General Constituyente, que comenzó a sesionar el 31 de enero de 1813, no existía un sello oficial para los actos gubernativos. Durante el Virreinato, los documentos llevaban las armas reales de España, pero como parte de la independencia se dejarían de usar. La Asamblea decidió entonces crear un símbolo propio.

 

Las primeras pruebas de su implementación se encuentran en dos cartas de ciudadanía fechadas el 22 de febrero de 1813, en las que el escudo fue estampado en lacre. Uno de estos documentos, otorgado a Don Antonio Olavarría y firmado por el presidente de la Asamblea, Carlos María de Alvear, junto al secretario Hipólito Vieytes, se conserva en el Museo Histórico Nacional.

 

Antes de su sanción oficial, Manuel Belgrano ya lo había utilizado como emblema en sus tropas emancipadoras, y con el tiempo fue reconocido por pueblos y gobiernos provinciales como símbolo del naciente Estado argentino, informó el sitio de la Secretaría de Cultura de la Nación.

 

La confección del escudo fue encargada al diputado Agustín Donado, quien a su vez confió el trabajo al orfebre peruano Juan de Dios Rivera Túpac Amaru. De origen inca, Rivera incluyó en el diseño el sol incaico, un elemento que luego también sería parte de la bandera nacional.

 

El Escudo Nacional quedó formalmente establecido como símbolo patriótico en 1944, cuando el Poder Ejecutivo Nacional, a través del Decreto 10.302, adoptó la adopción del sello utilizado por la Asamblea de 1813 como representación oficial.

 

El Escudo Nacional está dividido en dos campos: el superior de color azul y el inferior blanco, evocando los tonos de la bandera argentina. En su centro, dos antebrazos humanos estrechan sus manos, simbolizando la unión de los pueblos de las Provincias Unidas del Río de la Plata.

 

Sobre ellos, se alza el gorro frigio de color rojo, un antiguo emblema de libertad utilizado en las revoluciones de Francia y Estados Unidos. Este símbolo, sostenido por una pica, representa la voluntad de defender la independencia si fuera necesario.

 

El sol incaico, en posición de naciente, expresa el surgimiento de una nueva nación. Los laureles, que rodean el escudo, simbolizan la victoria y los triunfos alcanzados en el campo de batalla. Por último, la cinta celeste y blanca, atada en forma de moño en la base del escudo, refuerza la identidad argentina y la continuidad con los colores patrios.

FACUNDO QUIROGA


 Más allá de Barranca Yaco

 

Por Pablo A. Vázquez

La Prensa, 16.02.2025

 

El Tigre de los Llanos no cesa de cabalgar por nuestra patria. Ante un nuevo aniversario del asesinato de Facundo Quiroga, en Barranca Yaco, Córdoba, el 16 de febrero de 1836, el caudillo riojano tiene mucho que decir. “Facundo pudo decir que éramos un simulacro de nación”, según la pluma de Diego Luis Molinari en “Prolegómenos de Caseros” (1962).

 

Allí el historiador y ex legislador radical lo incluyó como uno de los hacedores de nuestra patria, por sus acciones bélicas de defensa territorial, donde relató: “El antiguo virreinato se despedazó, originando varios estados, sobre la base de una herencia territorial indivisa… más lo argentino fue perfilándose ante la desintegración que fracasó en el norte, según los planos de Santa Cruz, merced a Heredia; en el este porque en Arroyo Grande fenecieron los de Berón de Astrada y Rivera, concretados en Paysandú, en 1842; en el oeste, por obra de Facundo y el rechazo de Portales a las proposiciones de Calle y los unitarios; y el vasto mediodía, incluyendo la Patagonia,… por la expedición de Rosas”.

 

SU FIGURA

Si bien hubo un triunfo “unitario” que hegemonizó las letras, estigmatizando a la “barbarie” federal, la figura de Quiroga atrapó tanto a admiradores como a detractores por igual. A modo de ejemplo, en la Casa Rosada, en el recientemente renombrado “Salón de los Próceres Argentinos”, conviven las imágenes de los representantes del procerato liberal con la imagen del general Juan Facundo Quiroga.

 

Sea porque su cercanía simbólica con el también riojano expresidente Carlos Saúl Menem, quien es considerado “prócer” por la actual administración nacional, lo cierto que es Facundo logró “colarse” y tenerlo cerca –quizás para polemizar- a su máximo detractor/admirador, el expresidente sanjuanino Domingo Faustino Sarmiento.

 

Y ya que hablamos del escritor cuyano, familiar del riojano, ya que fueron primos directos en cuarta línea, fue él quien en 1845 publicó “Civilización y Barbarie: Vida de Juan Facundo Quiroga”, un ensayo político de envergadura y un instrumento político de lucha contra Juan Manuel de Rosas, el que se complementa con “Vida de Aldao”, obra editada del mismo año, que refiere la vida del fraile guerrero de la independencia y gobernador federal de Mendoza, y donde la figura de Quiroga abarca gran parte del relato sarmientino.

 

Volviendo al “Facundo”, introducción shakesperiana mediante, será el notable sanjuanino quien invoque místicamente al espectro de Quiroga: “¡Sombra terrible de Facundo, voy a evocarte, para que sacudiendo el ensangrentado polvo que cubre tus cenizas, te levantas a explicarnos la vida secreta y las convulsiones internas que desgarran las entrañas de un noble pueblo! Tú posees el secreto: ¡Revélanoslo! Diez años después de tu trágica muerte, el hombre de las ciudades y el gaucho de los llanos argentinos, al tomar diversos senderos en el desierto, decían: ´¡No, no ha muerto!¡Vive aún!¡Él vendrá!´”.

 

También la pluma Jorge Luis Borges dijo presente, destacando al caudillo en su poema “El general Quiroga va en coche al muere”, incluido en “Luna de enfrente” (1925): “Yo, que he sobrevivido a millares de tardes / y cuyo nombre pone retemblor en las lanzas, / no he de soltar la vida por estos pedregales. / ¿Muere acaso el pampero, se mueren las espadas?”.

 

Sumo a Juan Pablo Feinmann, en “El último viaje del general Quiroga”, incluido en “Escritos para el cine” (1988), que luego confluiría en el guión de la película “Facundo, la sombra del tigre” (1994), de Nicolás Sarquís; ya don Abelardo Arias, fallecido en 1991, en su novela postuma “Él, Juan Facundo” (1995), quienes cedieron ante la figura mística del riojano.

 

Párrafo aparte merece el cordobés Saúl Taborda, quien desde su revista “Facundo (Críticas y Polémicas)” (1935 - 1939), no sólo polemizó con el entorno cultural de la época, sino que promovió lo “facúndico” como ideal del saber y espíritu de nuestra tierra ancestral.

Se preguntó en el primer número de dicha publicación, del 16 de febrero de 1935: “Un siglo y un crimen: Facundo. ¿Cabe todavía interrogar por la significación actual de la tragedia de Barranca Yaco? Sí, cabe”.

 

Taborda utiliza la definición de David Peña, que a principios del siglo XX retomó la figura de Quiroga en su trabajo “Juan Facundo Quiroga” (1904) y comentó: “Ninguno como él penetró más hondo los arcanos de la naturaleza humana. Ninguno descendió más adentro en el corazón de las multitudes y los hombres”.

Luego el escritor “reformista” cordobés apuntó: “Pero falta agregar que Facundo es la expresión más alta de la vida comunal, la perfecta relación de la sociedad y del individuo concentrada por el genio nativo para la eternidad de su nombre”.

 

Vida comunal, desde un “federalismo basado en las estructuras políticas locales”, respeto por la “voluntad de Mayo”, tal la propuesta de ordenamiento político de Saúl Taborda, en los convulsionados años '30 del siglo pasado, crisis financiera global, surgimiento del fascismo, consolidación del régimen soviético, e instauración de la dictadura de Uriburu y Década Infame mediante, utilizando la figura y símbolo del Tigre de los Llanos. Y nos trae una sentencia profética “de la intuición de Facundo: “Las provincias serán despedazadas tal vez, jamás dominadas”. Ella está ahí formulada con un elán de eternidad, con la precisión superior a las doctrinas escritas por los doctores de la ley. Es la lección del “caos” y de la “anarquía” que resuena, a lo largo de un siglo, en el dolmen de Barranca Yaco.

 

¿La recogeremos alguna vez”?

Conceptos potentes que, vistos con relación a los acontecimientos políticos locales y mundiales de estos tiempos, nos da que pensar sobre nuestro destino como país.

HOMENAJE INGLÉS A LA SOBERANÍA ARGENTINA

 

Mario Meneghini

 

En vísperas del comienzo de clases, vale mencionar que el calendario escolar sigue sin incorporar una fecha clave: el 27 de febrero.

Recordemos que por ley 20.770 se declaró el 20 de noviembre "Día de la Soberanía Nacional", a modo de homenaje permanente a quienes defendieron con valentía y eficiencia los derechos argentinos, en el combate de la Vuelta de Obligado, en 1845. Asimismo, se dispuso que en las escuelas se realizaran actos conmemorativos.

 

En aquel combate se enfrentaron la Confederación Argentina, liderada por el general Juan Manuel de Rosas y la escuadra anglo-francesa, cuya intervención se realizó con el pretexto de lograr la pacificación ante los problemas existentes entre Buenos Aires y Montevideo.

Si bien los europeos consiguieron forzar el paso y continuar hacia el norte, atribuyéndose la victoria, tras varios meses de haber partido, las naves agresoras debieron regresar a Montevideo "diezmados por el hambre, el fuego, el escorbuto y el desaliento", de modo que la victoria anglofrancesa, resultó pírrica.

 

Este combate — pese a ser una derrota táctica — dio como resultado la victoria diplomática y militar de la Confederación Argentina; la resistencia opuesta por el gobierno argentino obligó a los invasores a aceptar la soberanía argentina sobre los ríos interiores.

Gran Bretaña, con el Tratado Arana-Southern, y Francia, con el Tratado Arana-Lepredour, concluyeron definitivamente este conflicto.

 

En un gesto evidente del triunfo argentino, el 27 de febrero de 1850, el contraalmirante Reynolds, por orden de Su Majestad Británica, izó la bandera argentina al tope del mástil de la fragata Southampton, y le rindió honores con 21 cañonazos.

 

No cabe duda de que la globalización implica un riesgo muy concreto de que disminuya en forma alarmante el grado de independencia que puede exhibir un país en vías de desarrollo. Ningún país es hoy enteramente libre para definir sus políticas, ni siquiera las de orden interno, a diferencia de otras épocas históricas en las que los países pudieron desenvolverse con un grado considerable de independencia.

Entendiendo por independencia la capacidad de un Estado de decidir y obrar por sí mismo, sin subordinación a otro Estado o actor externo; la posibilidad de dicha independencia variará según las características del país respectivo y de la capacidad y energía que demuestre su gobierno. Pues, más allá de las pretensiones de los ideólogos de la globalización, lo cierto es que el Estado continúa manteniendo su rol en nuestros días.

 

Por cierto, en esta hora resulta evidente que solo podrán resistir los embates de la globalización y conservar su independencia, las sociedades que se afiancen en sus propias raíces, y mantengan su identidad nacional. La identidad nacional, está marcada por la filiación de un pueblo; el pueblo argentino es el resultado de un mestizaje; la nación argentina no es europea ni indígena. Es el fruto de la simbiosis de la civilización grecolatina, heredada de España, con las características étnicas y geográficas del continente americano.

 

La cultura de un pueblo se mantiene vigorosa, cuando defiende sus tradiciones, sin perjuicio de una lenta maduración. La identidad nacional se deforma cuando se corrompe la cultura y se aleja de la tradición, traicionando sus raíces. La nación es una comunidad unificada por la cultura, que nos da una misma concepción del mundo, la misma escala de valores y se proyecta en actitudes, costumbres e instituciones. Cuando un pueblo se debilita en la defensa de su autonomía frente al mundo, desaparece como tal, como ha ocurrido muchas veces en la historia.

 

En conclusión, consideramos que la fecha mencionada -27 de febrero, estrechamente relacionada con el 20 de noviembre- debería ser incorporada al calendario escolar, como recuerdo del homenaje realizado por una potencia a la soberanía argentina.

 

 

 

AMBROSIO CRAMER

 

 el oficial napoleónico que peleó en Chacabuco, se hizo agrimensor y murió a orillas de la laguna de Chascomús

 

Adrián Pignatelli

La Prensa, 07 Feb, 2025

 

Cuando uno transita por la Autovía 2 en dirección a Mar del Plata y cruza el río Salado, muy cerca se levanta la estancia “La Postrera”, llamada así porque estaba en las postrimerías de la frontera con el indígena. Está cerca de “La Raquel”, ese castillo que se luce en medio de espléndidos jardines y que maravilla al automovilista que viaja hacia Mar del Plata.

 

Todos esos campos, antes de que fueran propiedad de Felicitas Guerrero, una joven viuda que a punto de casarse fue asesinada por un pretendiente, por 1822 habían pertenecido a un francés que había peleado con Napoleón y que encontró la muerte en noviembre de 1839, en la llamada Revolución de los Libres del Sur. Se llamaba Ambrosio Cramer.

 

Nacido en París el 7 de febrero de 1790 en el seno de una familia de alcurnia, a los 18 años era subteniente del Regimiento de Infantería Ligera y en 1813 fue capitán de Voltígeros, una unidad de infantería ligera, experimentados en el manejo de la bayoneta en la lucha cuerpo a cuerpo.

 

Integró el ejército francés en la invasión a España, fue herido en Pamplona y recibió en enero de 1814 la medalla de la Legión de Honor por su valor en combate.

 

Después de la caída de Napoleón Bonaparte en Waterloo en 1815, Cramer no tenía futuro en Europa y vino a América junto a otros connacionales como Federico de Brandsen, Jorge Enrique Vidt, Benjamín Viel y Jorge Beauchef, entre tantos otros franceses que probaron fortuna en estas tierras.

 

Lo primero que hizo fue castellanizar su nombre: de Ambroise Jérome pasó a ser Ambrosio. Cuando se presentó ante el gobierno, el Director Supremo Juan Martín de Pueyrredón le reconoció su grado militar. El 30 de julio de 1816 lo ascendió a sargento mayor y le dio un destino: debía ponerse a órdenes del general José de San Martín, enfrascado en su monumental proyecto del cruce de los Andes.

 

Organizó y fue el jefe del Batallón de Infantería N° 8, formado sobre la base del 2° Batallón de Cazadores, formado por treinta oficiales y 883 soldados, la mayoría esclavos negros.

 

En 1817 participó con el grado de teniente coronel en la expedición libertadora a Chile y el avance a bayoneta calada de la unidad que comandaba, más la del coronel Pedro Conde, fue vital en la victoria en la batalla de Chacabuco, lo que le valió recibir la Legión del Mérito de Chile.

 

Cuando la campaña continuó, San Martín le ordenó permanecer con la guarnición militar en Santiago de Chile. No se supo a ciencia cierta el porqué de la decisión del jefe de desprenderse de tan valeroso y experimentado oficial. Se especuló que el francés, soberbio y altanero, habría cuestionado algunas de las órdenes de San Martín y éste no habría estado de acuerdo con las sanciones disciplinarias que imponía a sus hombres.

 

Lo cierto es que Cramer solicitó la baja y ese mismo año estaba nuevamente en Buenos Aires, donde rápidamente encontró trabajo: fue nombrado edecán del general Manuel Belgrano, que estaba destinado en Tucumán.

 

Cuando el creador de la bandera fue relevado, hizo un viaje a su país y a su regreso, se incorporó al ejército de Buenos Aires, interviniendo en las batallas de Cepeda y Cañada de la Cruz y, al año siguiente, peleó contra el líder entrerriano Francisco Ramírez.

 

En 1821 el gobernador Martín Rodríguez lo envió a la zona de Carmen de Patagones. Naufragio mediante, en el que estuvo a punto de morir, se encontró con un precario poblado habitado por unos 400 habitantes, modestos ranchos de adobe y un puerto al que puso en condiciones, y cuyas modificaciones fueron valiosas cuando la guerra contra el Brasil llegó a esas costas.

 

Además, este francés realizó un valioso relevamiento de esas costas patagónicas y elaboró una serie de cartas geográficas.

 

En 1823, gracias a sus estudios de ingeniería militar que había hecho en su país, delineó el Fuerte Independencia, que daría origen al pueblo de Tandil. Cramer dibujó los planos del fuerte -que se levantaba donde ahora está la parroquia del Santísimo Sacramento, frente a la plaza principal- y trazó el ejido urbano.

 

Luego de acompañar al gobernador Rodríguez a una campaña a Bahía Blanca, decidió en 1826 dejar el ejército, reservándose el derecho del uso del uniforme, y rindió los exámenes ante la Comisión Topográfica encabezada por Felipe Senillosa: se transformó en agrimensor.

 

Se dedicó a recorrer el interior bonaerense, donde se abocó a la mensura de las tierras en las zonas de la frontera, con el peligro latente del malón, que estaba a la vuelta de la esquina.

 

En 1822 se casó con Francisca Josefa Joaquina Estanislada Capdevila y se dedicó a administrar los campos de La Postrera, tierras que adquirió por el sistema de enfiteusis -un arrendamiento con un canon accesible con la condición de trabajarlas- dedicándose a la cría de ovejas merino, una raza que prácticamente era una novedad en el Río de la Plata. Además, cerca del Salado levantó la pulpería “Paso de la Postrera”, parada casi obligada para los que se aventuraban a adentrarse en tierra dominada por el indígena, a los que había combatido junto al sanguinario coronel Federico Rauch.

 

El fin

Desde 1838 la Confederación sufría por el bloqueo francés al Río de la Plata y a Cramer como tantos otros estancieros y productores les resultaba imposible comerciar, al cortarse las exportaciones de ganado, fuente de ingreso clave en la provincia de Buenos Aires. Al mismo tiempo, Juan Manuel de Rosas había cambiado drásticamente las condiciones para los enfiteutas, imponiéndoles la compra de las tierras o su devolución al Estado, cuyas arcas estaban por demás alicaídas a causa del bloqueo.

 

Rosas se mantuvo especialmente inflexible con aquellos a quienes tenía catalogados como opositores, a quienes exigió sumas exorbitantes para la adquisición de las tierras.

 

En el interior bonaerense fue generándose un clima de descontento y oposición, que rápidamente encontraron eco en los unitarios emigrados y en el general Juan Lavalle, quien planeaba una misión libertadora con un modesto ejército para terminar con el gobierno.

 

Paralelamente en la ciudad de Buenos Aires se conspiraba. Se eligió para liderar el movimiento a Ramón Maza, hijo del presidente de la Sala de Representantes Ramón Vicente Maza, amigo personal de Rosas.

 

Todo debía coordinarse: la invasión de Lavalle, el golpe en la ciudad y el levantamiento en el interior bonaerense, que se centraba en las ciudades de Chascomús, Dolores y Tandil.

 

Rosas se enteró de los planes y dejó hacer para medir el verdadero alcance de la conspiración. Cuando supo que el estallido del movimiento era inminente, hizo arrestar a Ramón Maza, a quien mandaría fusilar, mientras que su padre fue apuñalado por la Mazorca -una organización parapolicial al servicio de Rosas- en su despacho de la legislatura.

 

Lavalle, a quien los hacendados pedían que desembarcase al sur de la provincia de Buenos Aires, cambió de plan. Cedió al pedido de sus amigos uruguayos y usó sus tropas para enfrentar al gobernador entrerriano Pascual Echague, quien había invadido el Uruguay.

 

Los estancieros bonaerenses, que aún desconocían estos hechos, habían quedado solos. Las presiones de Rosas sobre el juez de paz de Dolores para que apresase a los cabecillas aceleró el estallido del movimiento, que pasó a la historia como “Revolución de los Libres del Sur” o “Grito de Dolores”. Los jefes militares eran Cramer, Pedro Castelli -el hijo del vocal de la Primera Junta- y Manuel Rico.

 

Se armó una suerte de cuartel general en el viejo cementerio de Dolores. Cramer, al ver que contaban con paisanos mal armados y peor disciplinados, hizo lo que pudo para organizarlos.

 

Hubo un solo encuentro. Fue el 7 de noviembre de 1839 a orillas de la laguna de Chascomús. En un primer momento, los revolucionarios hicieron retroceder a las tropas comandadas por Prudencio Rosas, pero el coronel Nicolás Granada volcó la suerte de las armas a favor del gobierno.

 

Muchos intentaron salvar sus vidas arrojándose a las aguas de la laguna, pero fueron rematados. Cramer murió a lanzazos.

 

Se dice que su cuerpo compartió el mismo destino que el del infortunado Castelli, quien había logrado huir pero fue finalmente apresado. Con sus cabezas cortadas, exhibidas en una pica como escarmiento. Los restos habrían sido enterrados por sus hombres. La mayoría de los que participación en el levantamiento terminaron siendo perdonados por el gobierno.

 

De esta forma, este francés arrogante y altanero encontró la muerte, muy lejos de los campos de batalla de las guerras napoleónicas, donde se había lucido con sus temerarios avances a bayoneta calada, desafiando al enemigo a pecho descubierto.