Enrique
Díaz Araujo
Publicado
por: quenotelacuenten.com., 15-8-2015
Con
motivo de la efemérides del más Grande de la Patria presentamos con permiso del
autor, la desgrabación de una conferencia del Dr. Enrique Díaz Araujo sobre el
gran Libertador, pronunciada en enero de 2013 en San Rafael, Mendoza, durante
las Jornadas para Universitarios organizadas por el Instituto del Verbo
Encarnado.
Vale
mencionar que el conferencista ha finalizado un denso y erudito estudio sobre
San Martín –tres gruesos volúmenes- que se encuentra en plena etapa de
impresión y que la presente disertación resultó ser casi un resumen de esa obra
monumental.
Alguno
quizás diga que es “larga” pero el estar redactada de modo coloquial la hace completamente
llevadera y agradable.
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San Martín fue un político, militar, del siglo
XIX, 1778-1850; nacido en Yapeyú, Corrientes ahora, antes Misiones
Occidentales, fue de niño a España; en España fue militar hasta llegar a ser un
jefe en el ejército español, y luchar contra Napoleón, donde ganó sus mayores
condecoraciones, llegando a ostentar el grado de teniente coronel.
Pero,
¿por qué lo festejamos nosotros? Porque vino a
su tierra natal para realizar la campaña libertadora de América, ¿a
liberarnos de quién? De la Corona de
Castilla, que estaba a cargo de José Bonaparte, puesto por Napoleón.
Gobernaba
en su lugar el Consejo de Regencia. Pero, ¿quién lo había hecho nombrar? Nadie.
La Junta Central (ubicada en Sevilla) lo hizo, pero no tenía poderes para eso .
Entonces ¿qué hizo América? Empezó a formar juntas de gobierno autónomas en
Buenos Aires, Santiago de Chile, Bogotá, para hacer enterar que gobierna la
Península en nombre del rey un Consejo de Regencia al que no acatan; incluso
Lima y México que no tenían motivos, lo desconocen. Éste, a su vez, ha
convocado una asamblea en Cádiz, las cortes de Cádiz que han sancionado la
constitución de 1812.
Entonces
tenemos este primer cuadro: en 1812 está gobernando en Cádiz (ya en el resto
de España están entrando las tropas
napoleónicas) el Consejo de Regencia y las Cortes, que han sancionado una
constitución liberal, llamada doceañista. Este es el cuadro. Pero, ¿qué tiene
que ver San Martín con esto? Y simplemente, que es un militar que está en el
ejército español, defendiendo el último espacio que queda en la península que
es el istmo de Cádiz; no está de turista; es un teniente coronel del regimiento
de infantería. Y ¿por qué deja eso y viene a procurar la libertad con la
campaña libertadora de América?
Un
tema central en la vida de San Martín es este: “¿Por qué se va de Cádiz?”. Hoy
hay varios libros que dicen que se retira porque fue un desertor. Estaba
defendiendo el último espacio, y éste “se las toma”, los abandona. Ustedes
saben que San Martín ha tenido un gran historiador. Todavía hoy, todas las
explicaciones e interpretaciones se basan en la obra de Bartolomé Mitre.
Mitre afirma que salió subrepticiamente de Cádiz,
es decir, escondido, entre gallos y media noche. No es cierto. Presentó ante el
Consejo de Regencia su retiro del ejército español, y se lo concedieron,
incluso con uso del grado y del uniforme, de manera que salió perfectamente a
mediodía desde Cádiz. No fue un desertor, no fue un perjuro como dicen hoy
varios libros. San Martín pudo llevar la guerra contra el gobierno español,
porque antes había renunciado a ser funcionario de ese gobierno y ese gobierno
había aceptado su renuncia. Pero esto ¿fue una situación individual de San
Martín? Si ustedes miran hoy los libros (y hay muchos), se pueden encontrar con
que siempre hablan de San Martín en forma aislada, como si todo esto fuera cosa
de él: no, partió con nada menos que
treinta y siete oficiales americanos como él, que habían nacido en América y
habían decidido salir del mismo modo que él. Todos, o más bien, casi todos
pidiendo permiso. Otros no, pero todos salieron.
Porque en 1811 (septiembre), cuando salieron todos
ellos, el Consejo de Regencia movió a guerra a diversas partes de América que
no lo reconocían. Así que ellos están en una situación especial: son
americanos, son parte del ejército español, pero el ejército español estaba
haciendo la guerra a los americanos, motivo más que obvio y suficiente para que
ellos no siguieran en el ejército español.
Sin
embargo, a partir de lo de Mitre se construyó, en estos últimos años (30 años)
que San Martín habría salido de Cádiz,
porque se ha hecho miembro de un club, de una logia secreta que se llamaría
Logia Lautaro. Eso dicen ahora: que se hizo miembro de la Logia Lautaro, y
agregan inmediatamente que era masónica. Ahora bien, ¿Qué es la masonería? Una
sociedad secreta, iniciática, es decir, que tiene un rito de iniciación, donde
se tiende a establecer un tipo de juramento que obliga a adherir a la doctrina
(la masónica), que es permanente, y cuyos fines son de tipo más bien cultural y
políticos; es decir, básicamente iban contra la monarquía en su tiempo, y aún
hoy contra la Iglesia Católica. Por eso la Iglesia Católica la tenía condenada,
perfectamente condenada por diversas bulas y encíclicas.
Pero
resulta que la Lautaro no era masónica, no era iniciática; sí exigía un
juramento: guardar secreto, pero nada más; por eso dije muy bien, sociedad
secreta, lo que no significa por modo alguno que fuera masónica. Sin embargo
van a ver ustedes un debate inmenso: unos que dicen que es masónica y otros que
dicen que no. Yo les podría recomendar, si están en tema de investigación, tres
artículos, dos ingleses y uno norteamericano, hechos por masones en revistas
masónicas que afirman que ni la logia, ni San Martín eran masones.
Pero
lo más importante es que uno de los integrantes de la logia, un dominico
llamado fray Servando Teresa de Mier, que andaba por Europa, llega a Cádiz y ve
que la situación no está muy linda para los americanos (él era mexicano),
entonces se encuentra con otro religioso, el padre Ramón Eduardo de Anchoris, y
le dice:
–
Mirá estoy en esta situación apurada,
¿qué es lo que hago?
– Y
bueno, veníte con nosotros que tenemos una organización de autodefensa que es
la que se llama Logia de los caballeros racionales, o Logia Lautaro.
– Sí, bueno, pero sabés que el Papa tiene prohibido estar en
este tipo de organizaciones masónicas.
– ¡No,
pero si no es masónica!– le dice Anchoris –porque si así fuera yo tampoco estaría.
–Bueno,
voy a entrar y vamos a ver si es cierto lo que decís.
Se
asocia y cuando le toca hablar durante una de las reuniones semanales, el
dominico Mier habla contra la masonería, y el único que protesta por lo bajo es
Carlos María de Alvear. Éste era americano, también correntino como San Martín,
un hombre rico que prestaba su casa para la reunión. Todos los demás están de
acuerdo con lo que dice Mier, y esto él pone en sus memorias dos veces. Es el
único testimonio desde adentro, por la cual sabemos que la Logia Lautaro no es
masónica, porque Mier lo dijo allí, y los otros no dijeron nada, estuvieron de
acuerdo tácitamente. Y él lo dijo porque en México (cuando él escribe años
después) decían ya que la logia Lautaro era masónica.
-¡NO,
no, si yo nunca estuve en una logia masónica!,
porque era medio liberal el cura este, pero no tanto para violar las
resoluciones del papa. ¡Cómo me voy a
hacer de una logia masónica siendo sacerdote!
Entonces
tenemos que la Logia esa, que dicen que
es la que los impulsa, no es masónica, no es la masonería por la que lo
mandaron a América. La Logia le servía para defenderse, porque eran atacados
por ser americanos estos oficiales (casi todos, aunque había algunos que no lo
eran).
Entonces,
para defenderse en un primer momento se asociaron. Pero no era la única Logia
que había en Cádiz: había 17 organizaciones secretas, masónicas, antimasónicas,
no masónicas, había de todos los gustos, y estaba ésta, la de los americanos o
sociedad secreta llamada Lautaro.
Bien,
pero siguiendo a Mitre, San Martín salió porque un oficial inglés Lord
Macduff (conde de Fife) le arregló la salida con otro
funcionario que se llamaba Sir Charles
Stuart. Son los ingleses los que lo hacen salir de Cádiz; entonces los que
siguen a Mitre inmediatamente dicen que era un hombre al servicio de los
ingleses. ¿Qué se puede responder a esto? El ejército del Sur de España era
anglo-español, porque los ingleses habían ido en auxilio de los españoles del
Sur que resistían a Napoleón, estaban luchando, y lucharon hasta el final en
España. Los dirigía el duque de Wellesley, futuro Lord Wellington que era el
jefe superior de San Martín. Macduff era otro oficial como San Martin, otro
teniente coronel (inglés). Ambos eran compañeros, colegas en el ejército; nada
de extraño tenía, por tanto, que San Martín le pidiera a Macduff que le
registrara la salida. ¿Por qué le tenía que registrar la salida un inglés?
Porque Cádiz es un istmo; las tropas francesas estaban a las puertas (sitio del
Mariscal Victor); por los costados estaba la escuadra inglesa del almirante J.
F. Cunningham, y no había forma de salir pacíficamente; no había ningún buque
ni botes, ni modo de salir que no fuera con los franceses o con los ingleses.
Él estaba en el sector aliado a los ingleses, es decir, que tenía que salir en
un buque de guerra inglés, y eso es lo que le pidió a Macduff.
Y en
un bergantín de guerra partió a Lisboa. En Lisboa, que también estaba bajo el
mando luso-inglés, Charles Stuart le sella el pasaporte, no hace otra cosa, y
ahí sí, ya toma un buque americano desde Lisboa a Londres. Nada de esto tiene
de extraño, porque es lo que hicieron todos los que salieron, todos los
americanos; no tenían otro modo, así que es estúpido decir que salió porque los
ingleses lo llevaron. No se podía venir directamente; la única vía, por
supuesto que era vía acuática, era salir desde Londres, pero él estaba en
Cádiz, por tanto, tenía que llegar a Londres primero. Es el camino lógico y
natural de quien quisiera venir a América, estando en Cádiz, entonces.
Todo
lo que hizo no tiene nada de extraño o de oculto, ni de masónico o de servicio
a los ingleses. Pero también dicen que cuando llegó a Londres, a Grafton Street
37, a la casa de Miranda, tuvo lugar la Gran Reunión Americana, siendo allí
donde se asocia a la masonería inglesa y recibe instrucciones de los ingleses .
Es decir, viene directamente como un agente militar inglés.
Pues
bien, Grafton Street 37 no era la casa
de Francisco de Miranda (un venezolano que había vivido allí y hacía un año que
se había ido), era la casa de los diputados de Venezuela, que estaban
tramitando que Inglaterra reconociera estas juntas autónomas de América, cosa
que nunca hizo Inglaterra, y enseguida veremos por qué.
Nunca
hubo una Gran Reunión Americana. Este es un punto central, es una mentira
galopante que digan que la Lautaro era una logia masónica, que pertenecía a
otra logia masónica más grande que se llamaba la Gran Reunión Americana,
fundada por Miranda. Ni siquiera está demostrado que Miranda fuera masón: era
un gran sinvergüenza que estaba al servicio de Inglaterra (cobraba de la corona
inglesa por pasar informes, noticias, planes y demás) sí, pero nada más. Lo que
sí es seguro, es que no existió esta Gran Reunión, de modo que San Martín nunca
se pudo encontrar con una entidad que no
existía.
¿Se va
viendo cómo es la avanzada ahora, en la historia argentina? Hay que ir
debatiendo punto por punto, si uno quiere saber la verdad de lo que ha pasado
en este país. Y, en definitiva, si uno quiere saber si San Martín es un prócer,
un héroe, un arquetipo al que debemos seguir, o si es un simple traidor al que
debemos detestar. Esto es lo que hay que averiguar, eso y nada menos.
Hoy
nos dicen que hay que humanizarlo a San Martín, hay que sacarle el bronce a la
estatua, porque está ya tan frío; hacerlo más humano, con todos los vicios
nuestros; hoy entonces metámosle todos nuestros vicios así lo entendemos mejor,
y de paso, decir que era un cobarde como solemos ser nosotros. Esto tiene un origen
cierto: tiene que ver con 14 de junio de 1982 cuando nos rendimos en Malvinas.
La Argentina es un país derrotado. A raíz de nuestra derrota nos la están
cobrando como se cobran los vencedores las derrotas, y entonces no sólo nos convencieron ahí, sino
que los demás nos están convenciendo que somos unos idiotas, que no tenemos
identidad nacional, que esto es una diversidad de culturas, que acá no hubo
nunca un sentido espiritual, religioso, ni nada, que no tenemos ego. Entonces,
¿por qué todos estos ataques a San Martín? Porque San Martín es el héroe
nacional por excelencia; pues entonces hay que demostrar que no es héroe, que
era un traidor, que era un masón, que trabajaba para los ingleses, que era
opiómano, que era borrachín, que andaba con mujeres de un lado para otro, y así
mil doscientas cosas para que esta estatua, en lugar de ser una estatua de
bronce que está en la plaza, termine siendo una estatua de lodo.
Ese es el
sentido de todo esto, de la derrota de 1982. Todos estos que han escrito trabajan
por esa derrota, y hacen que nosotros creamos esas mentiras, esas injurias,
porque eso es lo que son: todas calumnias. Y entonces, para llegar a San
Martín, tenemos que hacer este camino: destruir las mentiras. Si es así, no hablemos acá de ningún arquetipo, ¿Cómo
vamos a rendirle tributo a ese sujeto?
Entonces
ya llevamos sabiendo:
-Que
no desertó, porque está el expediente del retiro del ejército español como el
de sus otros compañeros.
-Que
la logia Lautaro no era una organización masónica, sino una organización
secreta de los americanos que vivían en Cádiz.
-Que
no salió por servicio de los ingleses, sino porque era la única manera de salir
de Cádiz.
-Que
en Londres no se hizo miembro de una masonería mayor al servicio de los
ingleses.
Todo
esto lo tenemos aclarado contra los sujetos que están escribiendo contra San
Martín todos los días en folletos, artículos, enlodándolo; pues bien, contra
ellos, ya sabemos todas estas verdades.
Hagamos
un alto en la historia, y volvamos al tema: es decir, el arquetipo. Los
paradigmas que necesitan las naciones son dos: los héroes y los santos. Dice
bien nuestro gran poeta, Leopoldo Marechal, que: “las naciones se construyen
como una cruz, con la horizontal de los héroes abajo, y la vertical de los
santos levitando hacia el cielo”. Si un país tiene esas dos barras que se
cruzan, es un país, si no, no. Si no tiene héroes y no tiene santos, es nada
más que una muchedumbre, una masa anómala, sin lugar en la historia, sin
relevancia ninguna.
Por
eso a nosotros que nos están cobrando la derrota nos dicen que no hay ni
héroes, ni santos. ¿Por qué? En función de nuestra derrota, no podemos tener
héroes, los demás sí. Pero nosotros sabemos que sí. Hay hoy en Argentina, en
esta Argentina vencida, que es un lodazal
de inmoralidad pública y
gubernamental, un país misionero, que tiene cuatro órdenes religiosas (que yo
sepa), más o menos, que están misionando en el mundo, es decir, está haciendo
una vida de santidad. Los héroes son aquellos que “dan su vida por su patria”.
Son dos
cosas distintas y no debemos confundirlas: una pertenece al plano humano
temporal, la otra al plano sobrenatural, que se conjugan para ser la cruz del
país, pero nunca debemos confundirlas, porque si no caemos en la estupidez de
Ricardo Rojas que tiene un libro que se
llama “El santo de la espada”, el santo héroe. ¿Puede haber un santo héroe? Sí,
por ej. San Luis Rey de Francia o San Fernando de Castilla, pero es rarísimo, y
no tienen por qué estar luchando para fundar un país, y al mismo tiempo ser modelo
de virtudes sobrenaturales; son dos actividades humanas, excepcionales, que se
deben conjugar en un país, pero que son muy distintas.
San
Martín es un héroe, no es un santo. Pero ¿qué pasa con eso del “santo de la
espada ”? Se cae en que era un santo masónico, un santo laico, un santo que no
creía en Dios y en nada, y entonces tenemos un santo muy especial, un santón.
Ante esto, hubo gente muy pía, muy devota que decía: “No, no, pero fíjese que
iba a misa temprano, que cuando se casó comulgó”. ¡Qué nos interesa eso! El
juez no somos nosotros, es Dios. Como dice bien mi maestro Carlos Steffens
Soler: “El ángel de la guarda de San Martín es quien se ocupa de eso”, si iba a
misa temprano o no. Nosotros podemos averiguar la política religiosa de él, si
fue una política favorable al cristianismo o no; ahora, si él personalmente
tenía una práctica de piedad o no, nos es indiferente porque no nos incumbe a
nosotros juzgarlo, no somos Dios creador para hacerlo. Hay gente que se toma en
serio lo de “San” Martín: en el Perú un cura enemigo de San Martín, realista,
decía: “¿Por qué eso de SAN?”, bueno, le respondía al Padre Zapata, que así se llamaba: “Yo le
saco el San, y usted sáquese el ZA-, yo quedo Martín y usted Pata”. Eran sus
apellidos, no tenían nada que ver con un tipo de santidad. Yo no estoy
pretendiendo en modo ninguno canonizar a
San Martín: estoy tratando de reedificar la estatua que nos han tirado abajo.
El
héroe sí, tiene que tener, determinadas virtudes, es arquetipo: tiene que tener
fortaleza, tiene que tener arrojo, y tiene que tener astucia también; y eso no
se pide de un santo, que sea astuto, y sin embargo un héroe, para fundar una
nación tiene que tener astucia, porque se va a ver enfrentado a los otros
poderes de la tierra que van a tratar de que no pueda cumplir su labor. Y
entonces tiene que hacerlo en parte por ataque y en parte por engaño a sus
enemigos. Y vamos a ver que en San Martín se cumplen las dos cosas, porque él
era capaz de encabezar una carga de caballería con el sable al frente de sus
tropas, como en San Lorenzo, pero también era capaz de engañar, con la guerra
de zapa, acá en Mendoza, a los realistas en Chile, y en toda la campaña del
Perú en una guerra de movimientos falsos, de engaños para superar un enemigo
que era muy superior en términos numéricos. En el Perú peleó con cuatro mil
soldados, contra veintiocho mil realistas, ¿cómo iba ir de frente a puro ataque
de caballería? Tenía que hacer maniobras para ir viéndolos, haciendo juegos de
diversificación y engaño, eso es lo que él llamó “guerra de zapa”, astucia. Él
no solamente fue un gran oficial de caballería, sino un gran oficial de
inteligencia.
Entonces,
para antes retornar a San Martín, tenemos que ver si hay héroes o seres humanos
que hacen el esfuerzo extraordinario por su país, y no se trata de ninguna
santidad, de religión natural como ésta que intenta Rojas. Nosotros tenemos que
ver por ejemplo, que esto del héroe se inspira en Grecia: si reunía las
condiciones del valor de Aquiles y de la habilidad o astucia de Ulises.
Terminamos
este paréntesis y retornamos a San Martín.
“Maitland”,
es un documento que presentó el doctor Terragno hace unos años, en el que
descubrió en la Cámara de los Comunes que había allí un escrito de un militar
escocés Thomas Maitland, que anunciaba
un plan inglés para marchar sobre el Perú, y decía que el mejor camino era
desembarcar en Buenos Aires, cruzar La Pampa, llegar a Mendoza, organizarse
bien allí, cruzar la cordillera, atacar Chile, y una vez vencido en Chile el
español, entonces por vía marítima desde Chile se atacaba Perú y Quito. Claro,
obviamente había un parecido con lo que hizo San Martín, entonces eso es lo que
dijo Terragno: “Mire qué parecido es esto
con lo otro”; claro de ahí a decir que él cumplió órdenes siguiendo el
plan, hay una buena distancia. ¿Por qué? Porque cuando Maitland escribió eso en
1800, Inglaterra estaba en guerra con España;
pero cuando San Martín actuó, Inglaterra estaba aliada a España; así que de ninguna manera Inglaterra pensaba
desembarcar en Buenos Aires, llegar a Mendoza, cruzar a Chile e ir al Perú;
todo lo contrario, Inglaterra estaba peleando con España allá en Cádiz.
Pero
el plan Maitland les ha caído de maravillas a todos los enemigos de San Martín.
Entonces ahí está la prueba. ¿Prueba de qué? De nada: porque además Maitland lo
escribió muchos años antes, y nunca nadie había dicho que hubiera admiración
del uno por el otro, ni cosa por el estilo. Pero es una cosa ver que no se
ajustó al plan Maitland: según todos éstos, San Martín vino a Buenos Aires, y
de Buenos Aires a Mendoza. No, señores: nunca vino de Buenos Aires a Mendoza;
desembarcó en Buenos Aires, allí creó el regimiento de Granaderos a Caballo, combatió contra las tropas del
Concejo de Regencia en San Lorenzo, y después fue mandado al Norte, a Tucumán
para comandar el ejército del Norte. Así que nada de pasar por vía de Chile. El
ejército del Norte estaba enfrentado con tropas del Perú, en este caso del Alto
Perú (hoy Bolivia). Y estuvo allí unos meses dirigiendo este ejército y lo hizo
bien, pero después cayó enfermo, y de ahí que para reponerse fuera a Mendoza.
En
esto hay tres puntos que tenemos que
aclarar: había una carta, supuesta carta que todos citan de abril de 1814 de
San Martín a Nicolás Rodríguez Peña, donde le dice: “Yo estoy convencido de que
la patria no hará camino por el Norte, hay que abandonar eso. Le digo mi
secreto, hay que crear un pequeño ejército fuerte en Mendoza, y de ahí pasar a
Chile, y de Chile al Perú”. En esto los liberales encuentran la prueba de que
seguía el plan inglés ya en 1814; y si no sigue en Tucumán es porque se hace el
enfermo para ser llevado a Córdoba y luego a Mendoza.
Pero
en Tucumán hizo todo lo que venía hacer para luchar por el Norte, y si tuvo que
dejar el mando del ejército del Norte fue por enfermedad real. Todos los
testigos lo afirman, además de una junta de seis médicos para asistirlo porque
se podía morir (vomitaba sangre constantemente). No era ningún invento, no era
ningún pretexto, lo mandaban a las Sierras de Córdoba a ver si se salvaba o no,
porque era un clima benigno, menos húmedo y caluroso que el de Tucumán.
Solamente un testigo de esta época dice lo contrario. Éste fue el general Paz
que en sus Memorias afirma la mentira de la enfermedad de San Martín (es lo que
toma Mitre, porque las primeras piedras, contra San Martín las tira a este gran
liberal). Mitre se toma de los dichos de Paz y evita todos los otros dichos, de
todos los otros oficiales que dicen que estaba realmente enfermo, se toma del
único que brindaba un pretexto.
Pero
Paz era una persona resentida con San Martín, porque cuando se organiza el
ejército de los Andes en Mendoza, él
quiere entrar y San Martín se lo niega, y después vuelve a pedir en Lima y San
Martín vuelve a negárselo otra vez, vaya a saber por qué. Entonces él quedó
para siempre resentido y por eso miente. En la correspondencia entre el
Director Supremo Posadas y San Marín y las autoridades del ejército de Tucumán,
aparece la evidencia de que está
absolutamente enfermo, y gravemente enfermo; y hoy hay veinte estudios sobre
este tema, todos coincidentes en que sí, que San Martín padecía de una úlcera
sangrante que le hacía vomitar sangre; otros dicen que era lícito creer que
tenía una lesión pulmonar de la guerra en España. Lo cierto era que estaba ahí,
al borde de la muerte porque se quedaba anémico después de tantas hemorragias.
Y como él vivía de ese sueldo, no tenía otro ingreso, y después de estar
descansando ahí unos meses en Saldán,
Córdoba, se le dio nuevo destino y el Director Supremo lo nombra en
Cuyo.
Mendoza
pasa a ser el lugar central, según los liberales. No, Mendoza era una
ranchería, era el último lugar, era el lugar más tranquilo que le podían dar,
porque no había ningún problema en Mendoza. ¿Y esto por qué? Porque en Chile
estaba el gobierno de los autonomistas chilenos, en el Norte estaba Rondeau en
su reemplazo, allá con el ejército del Norte. Entonces le dan casi a elegir
entre La Rioja y Mendoza, un poquito menos caluroso; pero eso es todo, ahí no
había ningún destino militar ni va a formar nada. ¿Saben cuánta tropa tenía San
Martín cuando llegó en el año 1814 a Mendoza? Treinta soldados en el fuerte de
San Carlos; que no eran soldados, eran milicianos llamados blandengues que
estaban en el fuerte de San Carlos para defenderse contra los indios. Esa era
la tropa con la que iba a cruzar Chile y de ahí
dirigirse al Perú. ¡No! Fue por razones estrictas de salud, para
terminar de curarse, y así se lo dice el Director Supremo en el nombramiento
que le hace.
Pero
después sucede que el ejército del Norte es vencido en Sipe-Sipe, y el ejército
de los chilenos es vencido en San Carlos. Entonces sí, a fines del ´14
comienzos del ´15 las cosas cambian totalmente, porque un lugar tranquilo como
era Mendoza se convierte ahora en un lugar clave, ya que lo chilenos que habían
combatido se asilan en Mendoza; y es posible que los realistas que están
instalados en Chile crucen la cordillera, e invadan el antiguo territorio de
las Provincias Unidas. Entonces sí, ya empieza a haber una correspondencia de
San Martín con Álvarez Thomas, el Director Supremo, donde va enviando tropas a
Mendoza para armar una defensa, una pequeña guarnición, y empieza a ver los
boquetes de la cordillera por dónde mejor pasar. San Martín tiene una actitud
defensiva, no está pensando en invadir Chile, sino en que desde Chile no nos
invadan a nosotros, y durante todo el año 1815 la cosa es así. Pero él empieza
a armar, y ahí se ve otra virtud del héroe, casi de cero una defensa de la
nación. Una nación no necesita ser tan poderosa para defenderse si tiene a su
frente hombres de bien, hombres valientes, héroes. Por ejemplo:
España,
en tiempo de la reina Isabel I, la Católica, se encontraba en una situación
difícil y apremiante. Ella heredó el trono de Castilla, y Castilla era una región
donde habían estado los reinos de taifas. Cada uno de estos nobles ordenados
por su cuenta, no obedecían al rey; las ciudades estaban llenas de bandidos y
no se podía ir de una ciudad a otra porque los bandidos estaban en los bosques;
la gente estaba alzada contra los judíos; los moros estaban cerca; el clero
estaba corrompido, infiltrado de herejías; el ejército corrupto y los nobles
también. Ése es el gobierno que recibe
Isabel, y en quince años ella (realmente Dios la tenga en la gloria), hace el Imperio
Español, da vuelta a todos: limpia el clero, limpia el ejército, limpia los
bosques, termina con los moros, ataca a los musulmanes en el África, facilita
la empresa de Colón y mil cosas más. Es decir: un país se puede dar vuelta
perfectamente, si hay un héroe a su frente. La reina era una heroína. San
Martín también en Cuyo demuestra que se podían hacer de cero las cosas, si
había esa voluntad de bien.
En
Mendoza no se fabricaban ni clavos, pero él consigue un fraile franciscano,
fray Luis Beltrán, y lo pone al frente de
su yunque, a hacer desde clavos a cañones, fusiles, bayonetas. En La
Rioja se buscó el salitre. En Colonia Caroya otros nitratos para armar los
explosivos; se consiguieron de Catamarca, San Juan y San Luis las telas con las
cuales se elaboraron los uniformes, se los tiñeron, las botas, las mulas, los
caballos, y sobre todo los cuatro mil hombres como mínimo que tenían que tener
para poder hacer la empresa que va a ser el ejército de los Andes. Eso recién
en 1816. En esos dos años San Martín, como dicen, “ha trabajado a lo macho”. A
pesar de ser un hombre enfermo (porque la enfermedad ya no lo va a dejar nunca)
va a organizar esto desde cero, con jóvenes oficiales que había traído de
Buenos Aires, del Regimiento de Granaderos (jóvenes aristócratas, criollos, estancieros). Consiguió de esos,
unos quince, los trajo y esos fueron sus jóvenes oficiales. De ellos, el más notable, fue Mariano Necochea. San
Martín, estaba casado con Remedios de Escalada, y tuvo una niña, Mercedes, a
pesar de que él hubiera querido tener un varón; no pudo y Mariano Necochea fue
como su hijo varón.
Lo que
no consiguió fueron jefes de importancia que lo secundaran, y eso fue un
déficit para el ejército de los Andes siempre. Lo suplió como pudo con estos
oficiales. Y la tropa ¿de dónde? La tropa la puso Cuyo. De los cuatro mil
soldados, tres mil setecientos fueron cuyanos: de San Luis, de San Juan y de
Mendoza.
Esa es
la primera tanda, la que parte en el año ´16 y ´17. Pero luego cuando, después
de Chacabuco y de Maipú, él tiene que reorganizar su ejército si quiere seguir,
porque ha tenido muchísimas bajas, y manda a los principales regimientos a
rearmarse en Cuyo. Hay otros tres mil cuyanos que pasan a integrarse al
ejército. Es decir, que en total, se podría decir que Cuyo puso siete mil
soldados. Y esta es una causa que los cuyanos tenemos que hacer valer. Yo la
hice valer hasta donde pude, hasta que un gobernador de la provincia me trajo a
uno de estos grandes sinvergüenzas, Ignacio García Hamilton a hablar contra San
Martín en la casa de San Martín, en la biblioteca de San Martín. Entonces le
dije al gobernador:
-¡Mire,
que hable lo que quiera, pero no en la casa de San Martín; es muy feo venir a la casa de alguien a
hablar en contra del dueño de casa! ¡Además, nosotros pusimos, 7000 mil
soldados! ¿Saben cuántos regresaron? Siete, que formaron en la plaza de Mayo en
1826 al mando del Coronel Bogado. Por
esos muertos, este sinvergüenza y
pro-montonero José Ignacio García Hamilton, no debe hablar. Habló naturalmente,
además estos chicos que no sabían nada de historia fueron a tirarle huevos
podridos -una venganza adecuada.
Bueno,
en 1816 se reúne en Tucumán el Congreso
para la declaración de la independencia el 9 de Julio. Ese congreso se
reúne a instancias de los dos generales: el del ejército del Norte, Manuel
Belgrano, y el del ejército que se está formando en Mendoza, el de los Andes,
José de San Martín. Y naturalmente los dos jefes son los que van a ir dando las
indicaciones.
Se
declara la independencia del rey de España, de Fernando VII, sucesores y
metrópolis, y de toda otra dominación extranjera. Y se declara la
independencia -y esto es muy importante-
de las Provincias Unidas de América del Sur. Ahí sí, aparece el americanismo de San Martín: no es
en las Provincias Unidas del Río de la Plata, como se llamaba el antiguo
Virreinato del Río de la Plata, la futura Argentina (aunque también ya era
llamada Argentina), sino la América del Sur. San Martín va a comandar la
independencia de la América Meridional, y eso nos muestra que ya hay un plan
allí, pero no es el plan Maitland, para nada. Es un plan que se va a ir
esbozando con la experiencia: San Martín en el Sur, Bolívar en el centro, e
Iturbide en el Norte: estos son los tres libertadores de América que van a
coincidir en casi todo, estos tres héroes americanos. Y San Martín lo va a
decir veinte veces: “Mi patria es América”.
Vino a
Buenos Aires porque era su terruño, su patria pequeña, su patria chica, pero él
podría haber ido a cualquier otra parte de América porque era americano, y lo
que quería fundar, lo va a decir Bolívar que era el mejor de ellos como
escritor, era la más grande nación del mundo: América; la América de Américo
Vespucio. Que no es, como dicen ahora, la América de los norteamericanos; esos
son “usanos”, no tienen nada que ver con nosotros, ni con Américo Vespucio, ni
con nada; lo que pasa es que nosotros somos tributarios de cuanta estupidez
anda dando vueltas por el mundo . Nosotros somos los americanos, no ellos, y
San Martín era un americano en el sentido cabal, de los hijos de Américo Vespucio.
También
hace declarar algo que lo han ocultado con veinte toneladas de tierra, y es que
santa Rosa de Lima sea la patrona de esta América. Eso lo va a reafirmar en
Lima después, y va a hacerla proclamar ante santa Rosa; acá de santa Rosa, lo
único que sabemos es que hay una tormenta, pero otra cosa no. San Martín sí
sabía quién era santa Rosa, y con eso ya les estoy adelantando de que sí tuvo
una política religiosa. No sé si iba a misa temprano, sí sé que el reglamento
militar estableció el rezo del Rosario. No sé si él (ni me corresponde saberlo)
lo hacía por razones de cálculo o porque realmente era un creyente. Sí sé que,
por ejemplo, al reglamento del ejército de los Andes en el Plumerillo, le pone
una cláusula donde dice que el que blasfeme del nombre de Dios o de su amada
Madre, la primera vez se le aplicarán treinta azotes en público, y la segunda
vez, se le atravesará la lengua con un fierro caliente, y la tercera, será
ejecutado directamente. Esas eran las sanciones que preveía el reglamento
militar para el Plumerillo. Y yo atribuyo a esto de atravesar la lengua con un
fierro caliente (que no nos vendría nada de mal hoy), que los argentinos, que
entre tantas miserias que tenemos, no seamos blasfemos, como los gallegos que
son muy blasfemos, y los italianos que también son blasfemos: nosotros que
somos herederos técnicamente de españoles e italianos no somos blasfemos, tal
vez porque San Martín nos dijo: “Ojo que les atravieso la lengua con un fierro
caliente”.
Cuando
le pregunta Godoy Cruz qué sistema de gobierno había que adoptar en Tucumán le
dice “Cualquiera”; no importaba mucho, pero “Cualquiera que no atente contra
nuestra Santa Religión”, que eso es lo que importa. Porque nos van a ir
diciendo “Bueno, ya se acuerdan que era masón allá en Londres, acá también la logia Lautaro que la fundó
allá en Buenos Aires, la refundó en Cuyo, la volvió a fundar en Chile”.
Organismo masónico que defiende el santo nombre de la Virgen; Virgen a la que
proclama generala del ejército de los Andes, le entrega el bastón de mando, a
toda esta ceremonia famosa que hay que, por supuesto, recordarla.
Y
entonces sí viene la campaña de Chile. Este plan tiene una proeza, que es la de
cruzar la Cordillera con un ejército que se enfrentará a otro superior que
estaba esperándolo allá. Entonces la astucia, no solamente el arrojo, el valor,
al engañar al enemigo. Saben ustedes, los mendocinos, que hay varios pasos por
la Cordillera, unos más altos, otros más bajos; frente a San Rafael, está uno
que es muy bajo que se llama El Planchón, que como es tan bajo nunca lo usamos,
en eso es lo único en que somos sanmartinianos los mendocinos, seguimos pasando
por el lugar más alto, ¿por qué? Porque él tenía que engañar. Entonces viene y
hace un parlamento con los indios (ahora se han escrito libros enteros sobre
San Martín indigenófilo por este
parlamento que tuvo con los indios en San Carlos), donde él les dice que es
como ellos y les pide que guarden un secreto: les pide permiso para pasar por
estas tierras, para pasar por El Planchón. Dice el general Espejo, que entonces
era un cadete, que San Martín le dijo esto: “Pérfidos, estos malditos van a
salir inmediatamente a decirle a Marcó del Pont que yo voy a pasar por el Sur, por
El Planchón”. Por El Planchón iba a mandar no más que un grupito, unos treinta.
Él pasó por el lugar más alto de la cordillera de los Andes, por el paso de Los
Patos, donde no ha vuelto a pasar nadie, porque los que andan haciendo estos
homenajes más o menos (no sé cómo llamarlos), no pasan por Los
Patos, porque es una locura, es de una altura de 5.500 m., donde uno se
apuna, donde no hay leña, no hay agua, de un frío terrible, Diez mil mulas
llevaban, llegaron cuatro mil, las otras al precipicio. Eso es una proeza
extraordinaria, de valor, porque él comandó el grueso del ejército por el paso
de Los Patos. La artillería fue por el Aconcagua, (Uspallata), pero mandó por
diversos pasos que desembocaban en Coquimbo, en Copiapó, por Tunuyán, todo para
desorientar al enemigo. De modo que cuando él bajó no estaban las tropas
realistas esperándolo, y él pudo reorganizarse, avanzar junto con Las Heras,
que también salió con la artillería y atacar en Chacabuco, pero necesitaba eso
de poder bajar la cordillera tranquilo, y lo consiguió gracias a su astucia.
Venció
en Chacabuco, y le costó mucho vencer en el Sur las resistencias realistas.
Allí murió un pariente mío, un chico de trece años (entonces no habían chicos
en la guerra), porque de cualquier edad que fueran les decía: “Usted entra a
los trece al ejército”, “Todo bicho que camina va al cuartel”, y en Mendoza a
todos les pareció bien. Porque cuando hay un héroe mandando, los gobernados
siguen y de buena voluntad.
¿De
dónde sacó el dinero? Pues expropió todo, confiscó todo, desde las joyas de las
damas hasta las mulas, los caballos; todo, todo lo sacó de la gente de acá que
no era rica, y todos contentos con eso, porque él les mostraba un fin bueno que
era construir una Patria, o construir una nación sobre la Patria dada.
Venció
en Chile, sobre todo en la batalla de Maipú, que es la más grande batalla que
se libró en América, y que éstos malditos de hoy dicen que la libró borracho.
Se han olvidado que había por lo menos tres testigos ahí, dos ingleses y un
norteamericano que estaban al lado de él y dijeron que estaba, por supuesto,
perfectamente lúcido dirigiendo la batalla. ¿Cómo se va a ganar una gran
batalla como esa, ganarla, no librarla si uno está borracho? Todo eso, porque
cuando estaba enfermo en Cauquenes le mandó a pedir a su amigo Guido que le
mandara un cajón de vino mendocino, entonces así “era un borrachín”. Tomaba alguna copita de
vez en cuando, pero en general con su úlcera no podía, tenía que tomar agua de San
Carlos de Apoquindo. Pero, ¿para qué? Dicen esa ignominia de que era borracho, como dicen que era
opiómano, porque en Mendoza su médico,
Zapata le había recetado una poción que tenía láudano para los dolores terribles que le daban sus
úlceras tan grandes, y poder así seguir. Sus amigos más íntimos, Pueyrredón y
Guido, le decían que no tomara tanto de
eso, pero era imposible andar a caballo vomitando sangre.
Independiza
Chile y entonces viene el plan de ir al Perú, y aparecen ahí de nuevo nuestros
amigos anglófilos que se admiran nuevamente de cómo se cumple el plan inglés. Y
aún más, afirman que quería ir a Lima para abrir el comercio de Lima a las
empresas inglesas, porque todo de lo que se trata era de la mercadería inglesa,
pues los sinvergüenzas que hoy nos gobiernan sólo ven esas cosas materiales y
no creen en la independencia del país. Lamentablemente para ellos San Martín
hace lo contrario en Lima: cierra las puertas del comercio al inglés, y les
hace perder, dicen hoy los historiadores económicos, un millón de libras
esterlinas a los ingleses con este cierre; perfectamente anti-británico el
general.
Y
antes de eso ha hecho una maniobra increíble, propia de su astucia, de su
elevadísima inteligencia. Tiene que armar una escuadra para ir de Chile al
Perú, ¿cómo lo va a hacer si no hay un buque, si no hay un peso? Le escribe a
Pueyrredón que le organice un préstamo de quinientos mil pesos fuertes (plata),
pero Pueyrredón le contesta que no tiene de donde sacarlo, a lo que San Martín
retruca: “Sáqueselo al comercio inglés”. Le contesta Pueyrredón que sólo han
puesto tres mil setecientos pesos de los quinientos mil. San Martín tenía
espías, entre los comerciantes ingleses, un tal Twain, que le informaba que
éstos tenían para poner más. Entonces San Martín le tira la renuncia a
Pueyrredón, “¡Renuncio!, debe conseguir el dinero o yo renuncio”. Entonces al
final le saca no los quinientos mil, sino a lo menos doscientos cincuenta mil
pesos fuertes al comercio inglés de Buenos Aires, que era muy grande. Con eso
paga él la compra que hace de buques en Inglaterra y los Estados Unidos; manda
un comisionado para que compre dos buques en cada lado. Y con esos buques y los
marinos que vienen y compran, apresan a los buques españoles de Lima, y pueden
tranquilamente después salir desde Valparaíso, en el año ´20, a Lima, o a Perú
al menos, a intentar dar presa al libertador. ¡Qué maniobra de una gran
astucia! Les ha hecho pagar a los comerciantes ingleses los buques para cerrar
el comercio inglés en Lima. Los ingleses, realmente, por algo no le han hecho nunca
una estatua en Inglaterra, a pesar de lo que digan los calumniadores de aquí.
Los ingleses sabes muy bien que no trabajó para ellos.
Llega
a Lima sobre todo por el apoyo de las órdenes regulares, porque en España,
todos estos desde Mitre en adelante, dicen que se apoyaba en el
constitucionalismo liberal de España, en los liberales españoles. Lo primero
que hace es derogar la constitución de 1812 en Perú; pero además, aprovecha que
ha habido triduo neoliberal de 1821 a 1823, donde gobiernan los liberales en
España, que están persiguiendo a la Iglesia para que los religiosos que están
en América -y muchos de ellos son de origen español- se vuelvan contra el
régimen central y monárquico de España. Entonces son ellos los principales que
abren las puertas de Lima, lo que hoy está demostrado: los mercedarios, los
dominicos, o los franciscanos, es decir los que estaban en Lima, son los que
sublevaron la población y permitieron la entrada. Es decir, todo lo contrario a
lo que se ha dicho, nada liberal. Es más, le escribe el arzobispo de Lima,
monseñor Las Heras, y le dice que sus principios son contrarios a la revolución
francesa. ¡Lindo masón!
Pero
además este masonazo que presentan hoy, dicta al entrar en Lima un reglamento
provisorio con el que se va a gobernar el Perú independiente. Con el artículo
primero dice que la religión Católica Apostólica Romana es la religión única y
exclusiva del Perú. Él ya había hecho dictar algo similar en Chile. Pero ahora
le agrega una cosita, al final del artículo primero y fin, que es bastante
interesante: que para ser funcionario en el Perú hay que profesar la religión
católica. Nunca, ni en América ni en Europa se ha hecho un artículo
constitucional semejante: el que no es católico no puede ser empleado público,
¿qué tipo de masón era éste? Y no les preguntó a los peruanos si lo querían o
no, se los impuso y listo. También dice que aquel que trafique con los
extranjeros y con los ingleses pierde la ciudadanía. Establece que la
ciudadanía del Perú es una ciudadanía americana: en Perú son peruanos todos los
americanos. Este artículo del estatuto provisorio es una maravilla, deberíamos
copiarlo y establecerlo en la Argentina ahora, pero claro, “sería un poco
preconciliar”.
Pero
estaba peleando con cuatro mil soldados que en el campamento de guarda, donde
él estaba, se le enfermaron de fiebres
tercianas, es decir la fiebre amarilla: la mitad quedó de baja entre muertos y
desvalidos, ¿qué es lo que podía hacer? Liberó a los esclavos, ya lo había
hecho en Mendoza, a quienes pasó todos al regimiento 11 de infantería. Decía
que los criollos eran muy buenos a caballo, pero malos como infantes, pero no
los negros. A ellos los puso a todos de infantes, quienes murieron en
Chacabuco, en su mayoría. En Mendoza no hay negros debido a que San Martín los
enroló, y en el Perú lo mismo, liberó a todos los negros de las estancias de
los fundos peruanos, los pasó al ejército, pero éstos no eran buenos soldados,
cuatro mil de los cuales apenas dos mil serían combatientes, y enfrente el
virrey Pezuela primero y después el virrey La Serna, tenían veintiocho mil
veteranos.
Y aquí
es donde vienen todos los sinvergüenzas y dicen ¿por qué no atacó, por qué no
libró una batalla grande? Que estas pequeñas batallas, que los juegos que hizo
Arenales por la sierra, desembarco aquí, desembarco allá, juego de ajedrez,
pero ¿por qué no libró una gran batalla como Maipú, con sus dos mil vehementes
soldados, contra los veintiocho mil de los españoles? Hay que ser idiota, como
son estos criticastros para proponer semejante cosa. Su explicación es que
estaba dedicado al opio.
Hay un
libro de un muchacho de la F.U.A.
(Federación Universitaria Argentina) que ha escrito “Los amores secretos de San
Martín”. Los secretos ¡nada!, porque se
basa en una mentira de Ricardo Palma, de que él tuvo amoríos con Rosita
Campusano, son cuatro líneas en el libro de los recuerdos de Palma, Tradiciones
peruanas. Después Palma dijo que eran todas mentiras, pero de eso ya nadie
quiere acordarse, y entonces éste con esas cuatro líneas hace un libro entero,
diciendo que San Martín estaría ahí en Lima, nada más que dedicado a vivir con
la Rosita, y a fumar, dice él, cigarros de opio. Quizás el muchachón éste le dé
a los porros de marihuana, y entonces cree que San Martín podía hacerlo con el
opio, pero con el opio no se puede, porque quema los labios; se fuma en una
pipa larga, lejos de los labios. No estaba dedicado al opio, ni a Rosita
Campusano: estaba simplemente maniobrando frente a un enemigo inmensamente
superior, y maniobrando bien, pero los enemigos esos sí contaban con fuerzas
secretas muy superiores a las de él, no solamente en número de tropas.
Se
crearon tres logias masónicas contra él, y ahí viene el argumento final contra
la masonería: no sólo había que ser católico para ser empleado, sino que la
masonería en el Perú luchó contra él a través de tres grandes logias:
La
Logia provincial de Buenos Aires, que dirigía Bernardino Rivadavia, “el peor
hombre de América”, va a decir San Martín; Mitre va a decir “el más grande
hombre civil de la tierra de los argentinos”, por eso que el menos indicado
para hacer la historia de San Martín era Mitre, porque admiraba al hombre más
enemigo de San Martín que fue Rivadavia. Esta logia que estaba en Buenos Aires
infiltró al ejército de San Martín, y consiguió que, por ejemplo, uno de sus
jefes, el general Las Heras, se adhiriera a ellos.
En
frente estaba la Logia Republicana, de los republicanos peruanos, democráticos,
liberales y demás. Como sabían que San Martín no era nada de eso, fueron sus
enemigos. Estaban dirigidos por Sánchez Carrión; ellos hicieron asesinar a
Monteagudo que era el ministro de gobierno de San Martín.
Y
sobre todo estaba la Logia central de la Paz Americana que organizaba a los
masones del ejército realista, mandado por el general Gerónimo Valdés. De esto
tenemos un testimonio extraordinario que es el del coronel Tomás Iriarte, que
perteneció a esta logia, que había venido de España con ellos, y esa sí se
había formado en Cádiz por militares españoles, no americanos, sino nacidos en
la península, que se pusieron al servicio de Inglaterra. En España se los
llamó, después, los Ayacuchos, porque ellos son los que perdieron la batalla de
Ayacucho, y por la cual se terminó la guerra de América. Pero eran liberales y
pro ingleses; ellos querían que hubiera una guerra permanente en América. Se
llamaba “de la paz” pero en sentido opuesto, porque ellos lo que querían era la
guerra.
San
Martín no quería la guerra con España, y ahí voy derecho contra la tesis de
Mitre: no es un anti hispánico como nos lo presentó Mitre, y siguen diciendo
todos los liberales y todos los enemigos, sino que buscó la paz con España,
pero quería la independencia de América y entonces en Miraflores, primero, con
el virrey Pezuela, y en Punchauca después con el virrey La Serna trata de
establecer la paz mediante el reconocimiento de la independencia de América, y
que venga un príncipe de la monarquía española como rey. El se declara
monárquico. Entonces Mitre dice: “ahí quedó sin salida, porque rompió con el
democratismo de él”, es decir el de Mitre.
En
realidad, el estúpido de Fernando VII, por segunda vez (la primera es cuando
habían acordaron en el año ´16 rendirle
pleito, homenaje, reconocerlo como rey, y éste se negó a recibir al legado) se negó a aceptar estas paces en el Perú,
como se negó a aceptar las paces en el tratado de Córdoba, de Iturbide con
O’Donoj, que ponían fin a la guerra a cambio de la independencia, y con un
monarca que podía ser su hermano menor, Francisco de Paula, o algún otro de la
casa real española.
Ese es
precisamente el punto de debate que tuvo San Martín con Bolívar en Guayaquil.
Uno de los dos puntos: el primero era que San Martín se negaba a comandar sus
tropas (sólo tenía 4.000 hombres, 8.000 colombianos a lo sumo) por estar en
evidente minoría y proponía que Bolívar las comandase junto con las suyas.
Bolívar no quería eso, o no pudo entregar todo su ejército, o comandarlo todo
hasta pasados dos años, y entonces San Martín se retiró. Pero también consta
además, porque no es tan secreto lo de Guayaquil, que él pidió que el sistema
de gobierno de América fuera el monárquico, y Bolívar quería gobernar él;
quería gobernar bajo su sistema autocrático, sistema dictatorial.
Se va
de Perú por eso, y pasa por Chile, llega a Mendoza y acá está un tiempo. Ahí
vienen de nuevo los infundios, las injurias, la calumnia. Dice Mitre, que se
queda acá muy tranquilamente en Los Barriales, en el departamento que hoy se
denomina San Martín, mientras que su
mujer está muriéndose en Buenos Aires, y no va a verla, porque era un
desamorado, porque le había sido infiel con la Rosita, porque ella también le
había sido infiel con dos oficiales del ejército; era un muy mal matrimonio…
¡Todo mentira! Lo de Rosita el propio Palma admitió que era mentira; lo de
ella, también. La señorita Grosso ha demostrado que esos oficiales cuando
llegaron a Mendoza hacía ya unos meses que Remedios había retornado a Buenos Aires. Pero todas
esas infamias se siguen lanzando, a ver si así se embadurna la estatua. Pero
¿por qué no fue a verla, por cierto, no fue a tiempo allá a Buenos Aires? Porque no podía, no porque no quería, porque
no podía, porque le avisa Estanislao López, caudillo de Santa Fe, que si va a
Buenos Aires lo van a juzgar y lo van a sentenciar a muerte. Y él le va a decir
a Guido: “Acuérdese que en ese año, si yo iba a Buenos Aires, me iban a prender
como a un facineroso, por eso no pude ir a darle el último adiós a mi esposa”.
No pudo, no es que no quiso.
Y ¿por
qué esa inquina de los unitarios con él? Los unitarios (así se llamaban los del partido de
Rivadavia) creían que lo que estaba armando aquí San Martín era nuevamente una
fuerza militar para pelear contra ellos. San Martín los tenía sin cuidado a
éstos: él había mandado a pedir un apoyo para crear un nuevo ejército del
Norte, que fuera como una pinza allá en Perú. Mientras él mandaba a
Alvarado, desde Bolivia se iba a tratar
de acercar al ejército realista. Para eso mandó a un coronel peruano, Gutiérrez
de la Fuente, a quién Rivadavia
despachó. Entonces cuando él vuelve a Mendoza, con el gobernador militar
de San Juan, Urdinenea, arman una pequeña unidad con quinientos hombres que
vayan al Norte a hacer, por lo menos, acto de presencia para disuadir al
ejército realista. Como está armando eso (no está tampoco plantando melones o
zapallos acá en la chacra) le dice en cartas a Guido y a Rosas: “Me interferían
la correspondencia, me abrían las cartas”.
Entonces creen que está armando un ejército contra ellos, por eso
querían prenderlo como un facineroso. Al final, ¿qué es lo que hace?
Planea él también una táctica para poder
ir a Buenos Aires. Redactó una carta, que sabía que también se la iban a abrir,
donde decía que el gobierno de Rivadavia era lo mejor que había tenido la
Argentina, y entonces pararon el ataque, lo recibieron en Buenos Aires y le
dieron el pasaporte porque no lo querían en su tierra: lo querían echar. Hablan
de ostracismo, palabra que inventó Mitre, pero no hay ostracismo: es exilio, es
destierro, lo mandan afuera, y él aprovecha para colaborar con Bolívar. En
Londres se encuentra con Iturbide, ambos echados de sus países, los dos
libertadores.
Y ¿qué
es lo que hacen? Contratan dos buques para Bolívar. Ahí se ve que hay un plan
americano real, que no hay esas peleas que han inventado de San Martín con
Bolívar (el hijo de Iturbide pasó a ser edecán de Bolívar). Hay un acuerdo
entre ellos. Iturbide regresa a México, aunque San Martín le había dicho que no
lo hiciera, porque estaba en riesgo su
vida. Efectivamente: lo fusilan. Aún en México todavía no se lo reconoce como
su libertador, a Iturbide, porque han gobernado y siguen gobernando en México los socialistas, en el nido de
todos los cristianos. Iturbide era el más cristiano de los tres; los tres
buscaron declarar a la Virgen como patrona de América, pero Iturbide más,
porque iba con la Virgen de Guadalupe, la tri-garantía, ya que una de las tres
bases de México era la religión católica; por eso lo fusilaron y por eso lo
niegan hasta el día de hoy.
Ahí
viene este exilio donde él pasa años. Primero quiere volver porque ha caído
Rivadavia por la guerra con Brasil, y
Dorrego lo invita a venir. Cuando vuelve, viaja de incógnito. En el año ´28 se
entera en Río de Janeiro que había una revolución decembrista encabezada por
Juan Lavalle. Cuando el buque toca puerto en Montevideo se entera que lo han
fusilado a Dorrego; entonces el buque después va al Pontón de Recalada en
Buenos Aires y él no desembarca. ¿Por qué él no desembarca? Porque él no había
venido para apoyar a los gobiernos militares, sino que llamado por Dorrego iba
a encabezar la guerra contra Brasil. Es el último servicio que él le presta a
América; cuando se vuelve le dice ¡Adiós! a América.
Queda
la Argentina, a la que seguirá prestando este servicio, pero el proyecto
americano desapareció. Al mismo tiempo Bolívar le dice al presidente del Perú,
“Gobierne como peruano, porque América ya no existe más”. Y efectivamente San
Martín va a defender a la Argentina, a la Confederación Argentina, cuando los ataques, francés de
1838 y anglo-francés de 1845, apoyando al encargado de las relaciones
exteriores de la Confederación, Juan Manuel de Rosas –otro punto inaceptable
para los enemigos-. No lo pueden admitir, porque Rosas es el conjunto de las
cosas que ellos más odian: es el gobernante fuerte, vigoroso, católico, es el
restaurador de las tradiciones argentinas. A éste San Martín, por la cláusula
cuarta de su testamento, le dona el sable, es decir, lo proclama su heredero
universal, y ese es el odio que muestran ellos (Sarmiento, Alberdi, Varela).
Todos los que lo entrevistan y discuten con San Martín esto, dicen que estaba
viejo, senil. ¡Estaba nada menos que en el centro de la contienda, en París!
Tan viejo como Sarmiento cuando asumió la presidencia, es decir, estaba
perfectamente en su lucidez y la mantuvo hasta el final de sus días.
Y
ahí como se había definido monárquico en
el Perú, antes de volverse desde
Montevideo, le manda a decir a Lavalle que mientras no haya aquí una dinastía que gobierne, esto
no va a tener solución. En 1846 le escribe a un militar chileno, el general
Pinto: “Ustedes han establecido un gobierno republicano en el que yo no creí;
no creí que se pudiera ser republicano hablando con la lengua española. Pero su
gobierno, el régimen de Portales, ha demostrado que puede establecer una
república vigorosa”. Es el único caso en América, y efectivamente Chile, de
1830 a 1890, no tuvo revoluciones gracias a este sistema que San Martín elogió,
como elogió el de Rosas. Todo eso no lo pueden tragar los liberales, porque es
lo contrario de lo que ellos piensan de cómo debe gobernarse.
Para
mejor, en 1848, se produce la revolución socialista en París. San Martín se va con su familia a
Boulogne-sur-Mer, para poder llegar al ocaso de su vida. Y allí transcurren sus
últimos años, hasta que finalmente muere en 1850. Pero antes le escribe al
mariscal Ramón Castilla del Perú, describiendo lo que ha pasado en Francia,
diciendo que son estos malvados de los socialistas, anarquistas y comunistas,
los culpables de todo lo que está pasando en Europa. Esas cartas al mariscal
Castilla están prohibidas hoy en la Argentina, porque los que no quieren
difundirlas son, con sus más o sus menos, todos pro comunistas, y ahí San
Martín condena todos esas formas de gobierno.
El 17
de agosto de 1850 muere, de sus antiguas afecciones, porque se le habían
complicado con un reuma; tenía muchas enfermedades, que había sobrellevado con esa paciencia estoica
que tenía. Y muere, y entonces hay dos actos que ya escapan al plano natural
que yo les he tratado hasta aquí. Un argentino que lo visitaba a diario, Félix
Frías, llega después, a poco de morir San Martín, y habla ahí con su hija
Mercedes y con su yerno Mariano Balcarce. Al pasar donde lo están velando las
monjas, mira el reloj de la pared que está en la habitación de San Martín, y lo
ve parado a las tres de la tarde, le
saca el reloj al general (de bolsillo), y también se ha detenido a las tres de
la tarde, le pregunta a la hija: “¿A qué hora murió?”. “A las tres de la
tarde”. Esto, racionalmente no tiene explicación, y lo que les voy a decir ahora menos. Le dijo a
la hija antes de morir: “Esta es la tormenta que nos lleva al puerto antes de
morir”. Es decir, él se había visto como un buque que iba hacia un puerto, y
ese buque y el puerto, es lo que está en el estandarte de Pizarro. Es un lábaro
pequeño, cuadradito, que había hecho bordar Carlos V, por su madre Juana la
Loca, para entregarlo a Francisco Pizarro como símbolo de la autoridad de
Pizarro en América del Sur, y se había perdido. Cuando San Martín sale de
Cádiz, y se presenta al Concejo de Regencia le dice: “Voy a ir a Lima para
encontrar mis intereses perdidos o abandonados”. Hoy los historiadores dicen:
“¿no ve que era un mentiroso profesional? No fue a Lima, ni en Lima tenía nada
perdido ni abandonado”. Cuando él fue a Lima por vía de aproximación indirecta,
lo primero que hizo fue nombrar una comisión para que buscara el estandarte de
Pizarro que estaba perdido o abandonado. Lo encontraron, se lo hizo donar, y
cuando se retira del Perú, en su proclama de despedida a los peruanos les dice:
“Diez años de lucha están de sobra pagados con el estandarte de Pizarro.” ¿Está
loco este hombre?, ¿cómo todos sus esfuerzos, todo por ese pedacito de tela? Él
lo explica: cuando vuelve del Perú, en Valparaíso, va a la tertulia de Mary
Graham, que era la amante de lord Cochrane, y ella, enemiga suya, cuenta –como repetía las mentiras de
Cochrane, de que San Martín se había envilecido– que le dijo: “Usted se trajo
muchas cosas del Perú, ¿no?”, “Lo único que me traje del Perú –lo dice Mary
Graham- fue el estandarte de Pizarro”, sigue la dueña de casa, “ Y entonces se
puso de pie, cuan alto era para aclarar, que ese estandarte es el símbolo de la
autoridad moral en América, y se sentó”.
Antes
de morir le dijo a Mariano Balcarce, su yerno, que él no quería ser enterrado
con la bandera argentina, ni la peruana, ni la chilena, ni la de Ecuador, que
quería ser enterrado con el estandarte de Pizarro al que había tenido toda la vida en su pieza. Así es
enterrado, y después ordenó a sus parientes que se lo devolvieran al gobierno
del Perú. Ellos lo hicieron, mandaron el estandarte al Perú, llegó y está otra
vez perdido o abandonado. Nadie sabe más dónde está, porque con San Martín se
terminó la autoridad moral en América.
Este
es el héroe del que les he hablado. Nada más.