José Javier Esparza
El Manifiesto, 13 de octubre de 2015
El 12 de octubre de 1492, viernes por más señas, tres
barcoscapitaneados por Cristóbal Colón tocaban tierra en lo que el navegante
creía que eran las Indias, o sea, Asia. La historia es bien conocida: los
turcos habían cerrado el Mediterráneo, España necesitaba acceder a los mercados
de oriente y Colón llegó diciendo que él conocía una ruta occidental. Pero lo
que había al otro lado no era Asia, sino otra cosa: las Indias eran América.
Lo mollar de la cuestión es esto: lo que empezó a
nacer en 1492 y crecería sin tregua durante los dos siglos posteriores fue un
mundo nuevo que ya no era la América indígena ni tampoco una simple prolongación
colonial de la metrópoli. En el suelo americano surgió una realidad histórica
nueva con sus propias características culturales, políticas, religiosas,
sociales y hasta raciales. No es que la América hispana y España compartan una
historia común: es que nuestra historia es la misma. Allí nació algo que lleva
nuestra sangre pero cobró vida propia, y la cobró mucho antes de las
independencias del XIX. Por eso somos hermanos.
Contra la leyenda negra
Hay una tendencia bastante enfermiza a examinar la conquista
de América bajo la luz de sus aspectos más siniestros. Según cierta vulgata muy
en boga hoy en nuestro país, España llegó a América,arrasó el paraíso, diezmó a
los pueblos felices con un genocidio brutal, esclavizó a los indios y les
infligió torturas sin fin para convertirlos al cristianismo. Todo esto es
simplemente falso. Hoy nadie con un mínimo rigor puede hablar de genocidio. El
genocidio presupone una voluntad de exterminio que jamás existió en la política
española en América. Al contrario, es el primer caso de conquista en toda la
historia que proscribe desde el principio laesclavitud de los vencidos,
persiguiendo a quienes vulneran esa prohibición y tolerando un proceso de
mestizaje. Sí hubo una catástrofe demográfica sin paliativos que diezmó a la
población amerindia, y hoy todo el mundo sabe (o debería saber) que obedeció,
sobre todo, a los virus llevados a América por los españoles, por sus animales
domésticos y, después, por los esclavos.
Falso es
también el tópico de los indios torturados por la Inquisición. La labor de la
Inquisición en América fue comparativamente minúscula. Por ejemplo: una sola
ejecución en todo el siglo XVIII. Y sobre todo, rarísima vez se aplicó sobre
los indios: los casos tempranos (el cacique Don Carlos de Texcoco, los tres
indios de Tlaxcala) fueron tan polémicos en Nueva España que llevaron a la
propia Inquisición a prohibir expresamente que se persiguiera a los indios,
“neófitos en la fe”. Léase la Historia del Tribunal de la Inquisición de Lima,
de José Toribio Medina, por poner un sólo ejemplo. En cuanto a la esclavitud,
sabemos que la historia de la colonización es una permanente pugna de la Corona
y la Iglesia contra quienes querían implantarla. Hubo, sin duda, otras formas
de explotación de los indios, pero no la esclavista. Esa la hubo, y muy brutal,
en la América pre-hispana, entre los propios pueblos indios.
Los indios, sí. Y por eso abrieron el camino a los
españoles. Cuando uno cuenta la historia de la conquista se fija siempre en los
grandes héroes (Núñez de Balboa, Cortés, Pizarro), gentes que desafiaron a
poderes de extraordinaria amplitud y vencieron. Las gestas de estos personajes
son en verdad escalofriantes, pero ninguna conquista hubiera sido posible sin
el concurso –interesado y vehemente- de las propias tribus indias. Santo
Domingo lo conquistaron los Colón, pero lo hicieron gracias a los taínos que
les ayudaron para quitarse de encima a los caribes, que gustaban de comérselos
a pedacitos. México lo conquistó Hernán Cortés, sí, pero sus manos y sus pies
fueron los centenares de miles detlaxcaltecas, tepeaqueños, etc., que se le
unieron porque estaban hasta el gorro de los mexicas (o aztecas). El Perú lo
conquistóPizarro, sí, pero quienes le llevaron literalmente en andas fueron las
decenas de miles de huancas, chachapoyas, cañares y yanaconas, entre otros, que
le abrieron camino porque ya no soportaban más a los incas. Y así
sucesivamente.
Roma y España
Las civilizaciones amerindias tienen muchos aspectos
fascinantes, pero se derrumbaron al primer contacto con el exterior porque
eranmás primitivas y menos aptas para la convivencia organizada que la
civilización invasora. Exactamente igual que pasó en España con las culturas
ibéricas y célticas aplastadas por Roma. Por lo demás, hoy la población
indígena de la América hispana se estimaentre 40 y 50 millones de almas, según
los distintos tipos de censo. La de la América anglosajona no llega a los dos
millones.
A propósito de Roma: no sabemos cuántos celtíberos
fallecieron durante la latinización de la península, pero no por eso
renunciamos a ser herederos de Roma, ¿verdad? De la semilla que plantó Roma en
Hispania nació una entidad singular con una sociedad mestiza –hispanorromana-,
con estructuras económicas y políticas evolucionadas, con una lengua latina que
terminaría alumbrando las distintas lenguas españolas, después con unareligión
que unificó a los hispanos –el cristianismo- y, en fin, con una cierta
conciencia de pertenencia a un mundo común. Es interesante aplicar el mismo
esquema a la conquista española de América, porque el modelo es muy semejante.
Con la salvedad de que allí, en América, no desaparecieron los pueblos nativos,
sino quenumerosas culturas precolombinas siguen existiendo hoy, y los
misioneros predicaron la fe en la lengua de los indígenas.
Pero ahora fijémonos en lo demás: cosas que ninguna
otra potencia imperial hizo nunca –y apenas haría después- en la Historia
universal. Desde el mismo codicilo del testamento de Isabel la católica, en
1504, se proscribe la esclavitud de los vencidos: es la primera vez en la
Historia que una potencia vencedora hace algo semejante. Desde 1511 la Iglesia
denuncia los abusos sobre los indios y desde el año siguiente ya hay una
legislación específica que sería renovada en momentos sucesivos y siempre en la
misma dirección: la protección de los indígenas, lo cual en la práctica implica
el designio de crear una sociedad nueva sobre bases de justicia. El momento
cumbre de este proceso llegará cuando Carlos I ordene detener las conquistas
hasta tener la certidumbre de que obra conforme a la moral; será la
Controversia de Valladolid, entre 1550 y 1551, de cuyos debates nace la primera
formulación de lo que hoy llamamos derechos humanos. Nunca había pasado nada
igual.
Simultáneamente España ampara un proceso de mestizaje
que es fruto directo de las circunstancias. La mayoría de los pueblos
amerindios utilizaban a sus mujeres como moneda de cambio, de manera que los
españoles –inicialmente muy pocos- se encuentran rápidamente con mujeres nativas
e hijos mestizos. Desde el punto de vista español de la época, nada malo había
en ello si la cónyuge era bautizada y la relación devenía en matrimonio. En
1553 Felipe II promulga la primera legislación para proteger a los niños
mestizos sin padre conocido y en 1557 se funda el primer colegio para niños
mestizos pobres.
El mundo virreinal
Lo que está naciendo ahí no es una colonia como las
que Portugal había sembrado en África y Asia, o como las que Inglaterra
empezará a levantar a partir del siglo XVII, sino que es unasociedad con
personalidad propia que aspira a regirse a sí misma. Desde el primer momento se
erigen catedrales: Santo Domingo en 1512, México en 1523, Lima en 1535. Y
también desde el primer momento surgen universidades, según el modelo español,destinadas
a la educación de la elite autóctona: Santo Domingo en 1538, Lima y Méjico en
1551. Cabe recordar que Inglaterra nunca fundó universidades en sus colonias
americanas. Gran Bretaña estructuró su imperio con el ejército y el
ferrocarril. España lo hizo con la religión y una ingeniería política
enteramente nueva.
Ingeniería política, en efecto, porque los virreinatos
son entidades políticas que generan su propia personalidad. La organización del
territorio, las vías comerciales, las rutas marítimas e incluso la protección
militar de las Indias quedaron siempre bajo la responsabilidad de cada
virreinato. Y no debieron de hacerlo tan mal cuando el invento sobrevivió tres
siglos sin alteraciones dignas de mención ni guerras civiles. Menos guerras,
desde luego, que las que sacudirían ese mismo territorio después de la
independencia. ¿Más blasones? Por ejemplo, este: la América española fue el
primer escenario de la vacunación masiva contra la viruela en fecha tan
temprana como 1803, es decir, sólo siete años después de su invención por
Jenner, y antes de que Napoleón la hiciera obligatoria en sus ejércitos.
Todas estas cosas son tan verdad como los episodios
más o menos truculentos de la conquista. Y son precisamente las cosas que
diferencian a la huella española en América de cualquier otra aventura imperial
en la historia de Europa. España no se trasplantó a América; España se injertó.
Así nació una realidad autónoma, con vida propia. Porque las Indias, como decía
el argentino Ricardo Levene, nunca fueron colonias. Desde este punto de vista,
que los virreinatos terminaran ganando su propia independencia era inevitable.
Y es interesante, porque en los textos de Vitoria sobre la conquista de las
Indias, en pleno siglo XVI, se contempla ya la emancipación de los territorios
americanos como objetivo natural de la acción misionera española.
¿Lo que nos une? El cordón umbilical. Un tipo de unión
que permanece aunque el cordón se corte.
Lo que nos separa
Hoy una parte notable de la opinión hispanoamericana
vive en la convicción de que la culpa de todos sus males la tiene España. Los
españoles “se llevaron nuestro oro”, “arruinaron nuestras culturas”,
“exterminaron a nuestra gente”, etcétera. Eso lo dicen personas que se
apellidan Martínez o Echevarría (o Chávez) y que en general son mestizos o
blancos, es decir, descendientes directos de los que cometieron aquellos
crímenes que ellos imputan a un enemigo exterior. Este discurso tiene algo de
psicopatológico, pero está profundamente arraigado en parte de la sociedad
hispanoamericana, hasta el punto de preferir el término francés “Latinoamérica”
para así desprenderse de la odiada hispanidad. Ese antiespañolismo es muy
temprano: nació en los primeros momentos de la emancipación, a principios del
XIX, como fundamento retórico de las nuevas repúblicas; resurgió con fuerza en
los años 60, en la estela de los movimientos anticolonialistas del tercer
mundo, y hoy lo han recuperado los ideólogos bolivarianos. El venezolano
Nicolás Maduro proclamaba en un reciente viaje a China: "Ahora estamos
deslastrándonos de los siglos de colonialismo, dominación y esclavitud que
sufrimos, ahora comenzamos a ser independientes". Venezuela lleva casi
doscientos años siendo independiente, como México y Argentina. Son estados más viejos
que la Alemania o la Italia modernas, o que Bélgica o la India. La persistencia
del discurso victimistapodría no ser otra cosa que la cortada de una clase
política poco edificante para mantenerse en el poder mediante la invención de
un chivo expiatorio. Deberían reflexionar sobre eso en ultramar.
La Gaceta, 12/10/2015