San Martín y el recuerdo de la chacra Los Barriales
Martha Salas
Corría
el año 1816 cuando San Martín fue desginado capitán general del Ejército de los
Andes, tarea que ocuparía todas sus horas. Es por eso que para las funciones
civiles de Mendoza fue designado gobernador intendente el Coronel Toribio de
Luzuriaga. Era Luzuriaga un hombre de larga trayectoria en las armas del país;
había comenzado su carrera en las Invasiones Inglesas, integró el Ejército del
Norte con Belgrano, y al suceder San Martín a Belgrano se relacionó
estrechamente con el nuevo jefe, y así llegó a Mendoza acompañándolo en su
proyecto de cruzar Los Andes.
Del
general San Martín sabemos que descendía de viejas familias apegadas a la
tierra, que trabajaban pequeñas parcelas y criaban los animales necesarios para
esas faenas. Pensamos que la belleza del paisaje mendocino, los campos con sus
acequias y la imponente visión de Los Andes produjeron en San Martín
admiración, y quizá los recuerdos de su infancia o de los relatos de sus
abuelos campesinos, más las funciones de su padre en las estancias de los
jesuitas expulsados. Quizá todo esto que suponemos motivó en él el deseo de
tener una parcela de tierra para poder algún día descansar en ella de las
fatigas que el ejército y la política producían en él.
Hacía
escasamente dos meses que el coronel Luzuriaga estaba al frente del gobierno de
Mendoza, y San Martín en el Plumerillo organizando el Ejército de los Andes,
cuando un día recibió Luzuriaga un oficio del General para solicitarle 50
cuadras de tierra en el paraje conocido con el nombre de Los Barriales, según
afirma el libro El niño criollo.
Luzuriaga se apresuró a contestar el pedido diciéndole “que comprende que
después de haber enriquecido los anales de la Historia de América
quiera buscar el descanso en el cultivo de los campos, convirtiéndose en un
labrador apacible”.
Termina
la nota accediendo a la concesión y agregándole al pedido doscientas cuadras
más para su señora hija Mercedes Tomasa. Destaca el gobernador el beneplácito
del cabildo agradecido por la distinción de tener tan ilustre vecino. El
Cabildo y el pueblo de Mendoza no sólo le agradecían a San Martín por haberla
elegido para descansar de sus fatigas, sino también porque “había hecho brillar
esta provincia entre todas las Unidas del Sur”.
A
su vez, San Martín agradeció la ofrenda, pero al aceptar la merced pidió que
las doscientas cuadras asignadas a su hija, y en nombre de ella, fueran donadas
a los individuos de su ejército que más se distinguieran en la campaña que
pronto se iba a emprender. “En cuando a mí –dice su oficio-, las cincuenta
cuadras que me ha dispensado la agradable sociedad de Mendoza es lo que
apetezco, y la quietud de la vida privada forman el centro y el único punto de
vista de mis aspiraciones”.
Después
de recibir esta nota del general, el cabildo, el gobernador y la justicia se
reunieron para hacer respetar la donación hecha a nombre de Mercedes Tomasa, la
llamada infanta mendocina, que hacía
escasos meses había nacido. Los tres poderes se expidieron sobre el derecho de
los padres que pudieran hacer otro uso del dominio útil de los legados a los
hijos; y le contestaron al general
diciendo: “El gobierno debe amparar a doña Mercedes Tomasa en el derecho de su
propiedad…”. Fue así que no se aceptó la propuesta de San Martín basada en su
generosidad, modestia y delicadeza.
Debo
agregar que esa chacra de Los Barriales fue la preferida del general, que la
hizo mensurar, cercar y trabajar con el orden que le era característico, y fue
el lugar que eligió para vivir después de renunciar al Protectorado del Perú. Y
tras una estadía en Chile esperando el deshielo de la Cordillera para poder
cruzarla. Curiosamente San Martín en una carta de su nutrida correspondencia
decía: “Es muy natural al hombre, prever la suerte que se le propone pasar en
la cansada época de su vejez. El estado de labrador es el que creo más análoga
a mi genio”. “La provincia de Cuyo es la que he elegido por el buen carácter de
su gente, y un rincón de ella para romper la tierra del campo, cultivarlo y
formar mis delicias…Y por haber propendido yo mismo a que se fomenten, se
puebles y se cultiven inmensos espacios deshabitados…”.
La
chacra de Los Barriales fue la eterna ilusión de sus años de ostracismo, no
dejaba de escribirse con su administrador, ni dejaba de pensar en ella. Su
mayor deseo era volver a Mendoza, tierra pródiga en vinos, frutos de la tierra,
y una población a la que había llegado a querer tanto como los mendocinos lo
querían y se enorgullecían de esta relación.
Pero
el destino tiene sus reveses. No pudo dejar sus huesos en su ínsula cuyana: una ovación popular
destinó sus restos a la capital del país y dentro de ella, a la Catedral de Buenos Aires.
Pero
en Mendoza descansan sus amores familiares: su hija Mercedes, la infanta
mendocina; el esposo de ella, Mariano Balcarce, y su nieta, los tres en la Iglesia San Francisco bajo la
advocación de la Virgen
del Carmen de Cuyo, Patrona del Ejército de los Andes.