Sus padres y hermanos


José A. Torre Revello (1893-1964)

EL PADRE: DON JUAN DE SAN MARTÍN

En el antiguo reino de León -cuyas vicisitudes históricas corren parejas con el de Castilla- nacieron los padres del Libertador.

En el pueblo de Cervatos de la Cueza nació don Juan de San Martín y Gómez, un 3 de febrero de 1728, hijo de Andrés de San Martín e Isidora Gómez. La aldea se levanta en la comarca de la Cueza, por donde atravesaba una calzada romana, y cuyo nombre lo toma por el del río que la cruza. El investigador Eugenio Fontaneda, a quien seguimos en parte de esta exposición, supone que debió existir una antigua fortaleza Celta, origen de la actual población, en las cercanía del que fuera solar de los San Martín, hoy casa-museo salvada para la posteridad por el mismo autor.

Se trata de una morada noble castellana, austera, fuerte, construida de adobe, con tapial revestido de barro y paja, y concebida para guardar de los fríos de invierno. De este tipo de edificación cabe decir, como observó González Garrido, que fue llevada a América por Alonso de Ojeda, Juan de Garay y el mismo Juan de San Martín convirtiéndose, allende los mares, en la "técnica criolla por antonomasia".

Cervatos es, probablemente, la cuna del apellido San Martín. Parece ser originario del nombre de un santo hidalgo caballero andante, San Martín de Tours.

El mismo que providencialmente, fue patrono de la ciudad de Trinidad y Puerto de Santa María de los Buenos Aires, hoy Buenos Aires, Capital de la República Argentina.

El hogar donde naciera Juan de San Martín era morada de humildes labradores.

Al amparo de sus mayores, fortaleció su noble espíritu de cristiano y cuando cumplió dieciocho años, algo tarde para lo acostumbrado en la época, dijo adiós a sus buenos padres, orgulloso por ingresar en las filas del ejército de su patria, para seguir las banderas que se trasladaban de uno a otro confín del mundo.

El joven palentino se incorporó al Regimiento de Lisboa como simple soldado.

Inició su aprendizaje militar en las cálidas y arenosas tierras de Africa (al igual que lo haría su hijo José Francisco), donde realizó cuatro campañas militares. El 31 de octubre de 1.755 alcanzó las jinetas de sargento y, seis años más tarde, las de sargento primero. Cuando después de guerrear en tierras de las morerías regresó a la metrópoli, siguió a su regimiento a través de las distintas regiones en que estuviera de guarnición. Así le vemos actuar en la zona cantábrica y en la fértil Galicia, en la activa y fértil Guipúzcoa, en la adusta y sobria Extremadura y en la alegre Andalucía. Era Juan de San Martín un soldado fogueado y diestro en los campos de batalla cuando, en 1764, se le destinó para continuar sus servicios en el Río de la Plata. Cuando el 21 de octubre de 1764 se regularon en Málaga los servicios de Juan de San Martín, se le computaron diecisiete años y trece días en campañas. A raíz de su meritoria foja de servicios, se le ascendía a oficial del ejército real con los galones de teniente, cuyo título le fue extendido el 20 de noviembre de 1764. Su embarque con destino al Río de la Plata lo debió efectuar en Cádiz.La carrera militar de Juan de San Martín es, pues, aparentemente modesta; pero, en la hondura de su abnegada vida, se puede percibir el anuncio de las virtudes heroicas de su hijo menor, José Francisco.

Cuando desembarcó en el Riachuelo ejercía las funciones de gobernador Pedro de Cevallos, quien le confió el adiestramiento e instrucción del Batallón de Milicias de Voluntarios Españoles, hasta que, en mayo de 1765, lo destinó al bloqueo de la Colonia del Sacramento y del Real de San Carlos. Permaneció en esa zona hasta julio de 1766, en que se le confió la comandancia del Partido de las Vacas y Víboras, en la actual República Oriental del Uruguay.

En ese nuevo destino prestó imponderables servicios en la persecución del contrabando. En 1767 ocurrió el extrañamiento de los jesuitas con la confiscación de los edificios y toda suerte de bienes que poseían en España y en América.- Los religiosos tenían en la actual República Oriental del Uruguay, dependiente del Colegio Belén de Buenos Aires, una extensa y bien poblada estancia llamada "Calera de las Vacas" -que fue conocida después con el nombre de "Las Huérfanas"-; se extendía ésta por el norte hasta el arroyo de las Vacas, al este lindaba con el Migueletes y el San Juan y al oeste y suroeste con el caudaloso Río de la Plata.

En ese rico latifundio de cuarenta y dos leguas cuadradas, pastaban por millares distintas especies de ganado. El entonces gobernador Francisco de Paula Bucareli y Ursúa, le confirió al teniente San Martín la ocupación de la referida estancia, encargándole después su administración, que desempeñó hasta 1744, haciendo aumentar en forma extraordinaria sus beneficios.

Al mismo tiempo que Juan de San Martín ejercía las funciones de administrador, no dejó inactivas sus funciones militares, cooperando de acuerdo con órdenes de sus superiores en el bloqueo establecido permanentemente por España a la Colonia del Sacramento.

El gobernador Bucareli otorgó el 10 de abril de 1769 al padre del Libertador, el empleo de ayudante del Batallón de Voluntarios de Buenos Aires, que confirmó el monarca por título expedido en San Lorenzo el Real el 30 de octubre de 1772.

Varios hechos trascendentales ocurrieron en la vida de nuestro personaje durante su actuación n el Uruguay. Su casamiento con Gregoria Matorras y el nacimiento deç sus tres hijos mayores.

El matrimonio se realizó en el palacio episcopal, estando a cargo del obispo titular, Manuel Antonio de la Torre, el 1º de octubre de 1770. Los nuevos esposos se reunieron en Buenos Aires el día 12 de octubre de ese año, trasladándose poco después a Calera de las Vacas. Allí formaron su hogar y en ese lugar, en octubre nacieron tres de sus hijos: María Elena, el 18 de agosto de 1771; Manuel Tadeo, el 28 de octubre de 1772 y Juan Fermín Rafael, el 5 de octubre de 1774.

Cuando el teniente Juan de San Martín cesó en las funciones de administrador de la estancia de Calera de las Vacas, el gobernador de Buenos Aires, Juan José de Vértiz y Salcedo, lo designó el 13 de diciembre de 1.774 teniente gobernador del departamento de Yapeyú, haciéndose cargo de sus nuevas funciones "desde principios de abril de 1.775."

Yapeyú había sido una de las reducciones más florecientes y ricas en tierras y ganados, que fundó la acción fervorosa y ejemplar de los padres de la Compañía de Jesús. Fue erigida a iniciativa del provincial P. Nicolás Mastrilli, con la cooperación del mártir y beato P. Roque González de Santa Cruz, superior de las misiones del Uruguay, y el P. Pedro Romero, su primer párroco. Su instalación se efectuó el 4 de febrero de 1.627, junto al arroyo llamado Yapeyú por los indígenas, bautizándose con el nombre de Nuestra Señora de los Reyes Magos de Yapeyú.

Yapeyú fue baluarte de civilización y del cristianismo frente a los indomables indígenas, como los charrúas y los yaros, y t ambién lo fue contra los temibles bandeirantes, hordas de hombres blancos que vivían al margen de toda ley humana y que a sangre y fuego sembraron el terror y la muerte, asolando a las incipientes misiones.

Con el correr de los años, Yapeyú se convirtió en uno de los pueblos más ricos de las misiones. Poseía estancias en ambas bandas del río Uruguay.

El pueblo quedó casi abandonado después de la expulsión de los misioneros de la Compañía de Jesús.

Dos nuevos vástagos aumentaron la familia San Martín-Matorras en Yapeyú: Justo Rufino, nacido en 1776, y nuestro Libertador, José Francisco, que vio la luz el 25 de febrero de 1778.

Siendo el pueblo de Yapeyú fronterizo a zonas de litigio, sus habitantes vivían bajo continuas amenazas de guerra.

El nuevo mandatario, Juan de San Martín, desde que ocupara la tenencia, activó la organización de un cuerpo de naturales guaraníes compuesto por 550 hombres, que al ser revistados por el gobernador de Misiones, Francisco Bruno de Zabala, le hicieron decir que era como la más arreglada tropa de Europa. Esas fuerzas, adiestradas por el teniente San Martín, se destinaron a contener los desmanes de los portugueses y las acometidas de los valerosos y aguerridos charrúas y minuanes.

Merced a un informe emitido por el Virrey Vértiz, Juan de San Martín ascendió al grado de capitán del ejército real, por título que se expidió en El Pardo el 15 de enero de 1.779. Cuando este despacho llegó a sus manos hacía algunos meses que había cumplido cincuenta y un años de edad.

El constante estado de intranquilidad en que se vivía en la región motivó el traslado de Gregoria Matorras de San Martín a Buenos Aires, trayendo consigo a sus cinco hijos. En la capital se le reuniría su esposo en los primeros meses de 1781. El capitán San Martín, con actividad y celo encomiables no sólo puso en estado de defensa el departamento a su mando, sino que lo impulsó por las vías del progreso, realizando diversas obras de carácter público.

Terminada su actuación en Yapeyú, el capitán San Martín embarcó con rumbo a Buenos Aires el 14 de febrero de 1781, volviendo a reunirse entonces con su esposa e hijos e incorporándose de nuevo a las filas del ejército para ejercer las funciones de ayudante mayor de la Asamblea de Infantería. Desde Buenos Aires, el 18 de agosto, se dirigió por escrito al virrey Vértìz, a la sazón en Montevideo, ofreciéndose para cualquier servicio o bien para instruir a los naturales, en cuyo ejercicio se había distinguido durante su residencia en Yapeyú.

El padre del Libertador se dirigió a las autoridades superiores de la Corte pidiendo la correspondiente licencia para embarcarse con su familia con destino a la metrópoli. Le fue concedido lo solicitado por Real Orden, expedida el 25 de marzo de 1783. Casi un cuarto de siglo de constante actividad había consagrado a las regiones del Plata el veterano soldado; había actuado en campañas militares que acreditaron su valentía y había administrado con suma pureza bienes confiados a su cuidado.

En abril de 1784, Juan de San Martín llegaba a Cádiz; retornaba al suelo patrio con su mujer y cinco hijos. Los cuatro varones, al igual que su padre, abrazarían la carrera de las armas, pero de todos ellos, sólo el benjamín daría gloria inmortal al apellido paterno.

En Málaga pasaría los últimos años de su existencia, mientras sus hijos avanzaban en edad y aspiraciones. En esa ciudad iniciaron o completaron, en parte, los estudios los jóvenes hermanos San Martín. Con los ojos mirando más allá de los mares, Juan de San Martín exhalaba, el 4 de diciembre de 1796, su último suspiro. Se hizo constar que no había testado y que habitaba en un lugar de Málaga conocido por Pozos Dulces, camino de la Alcazabilla.

La viuda del antiguo teniente de Yapeyú, al mes siguiente del óbito de su esposo, dirigió una instancia al monarca Carlos IV en la que solicitaba una pensión. En 1.806. gestionó e insistió para que la reducida pensión que disfrutaba, de 175 pesos fuertes anuales, fuera transferida a su hija después de su fallecimiento. El rey resolvió no acceder a lo solicitado. Sus restos descansan hoy en el cementerio dela Recoleta de Buenos Aires.

LA MADRE: GREGORIA MATORRAS

La madre del futuro Libertador, doña Gregoria Matorras del Ser, fue el sexto y último vástago del primer matrimonio de Domingo Matorras con María del Ser. Fueron sus hermanos mayores: Paula, Miguel, Francisca, Domingo y Ventura. Vino al mundo el 12 de marzo de 1738, en el pueblo de la Región de Palencia, Reino de León, llamado Paredes de Nava (la villa debió su origen a antiguas construcciones castrenses, de donde viene su nombre "Paredes", en tanto que "Nava" significa llanura en lengua vasca y majada en hebreo).

Fue bautizada en la parroquia de Santa Eulalia al cumplir diez días (el mismo lugar donde nacieron y se bautizaron genios del Renacimiento español como Pedro Berruguete y su hijo Alonso, o Jorge Manrique, autor de "la mas bella poesía del Parnaso castellano de la Edad Media", según Marcelino Menéndez y Pelayo).

Haciendo valer el contenido del viejo proverbio "Una madre vale mas que cien maestros", muchos biógrafos aciertan a observar que en la idiosincrasia de la madre de José radicaron las razones más profundas de la nobleza y el desinterés del Emancipador. A los seis años, quedó huérfana de madre. A los treinta, aún soltera, viajó al Río de la Plata con su primo Jerónimo Matorras, ilustre personaje que aspiraba a colonizar la región chaqueña, obteniendo para el logro de esa empresa el título de gobernador y Capitán General de Tucumán. Antes de emprender el viaje obtuvo Matorras licencia, otorgada el 26 de mayo de 1.767, para traer consigo a su prima Gregoria, a su sobrino Vicente y a otras personas.

Llegada a Buenos Aires con don Jerónimo en 1767, fue el azar o la añoranza de su Tierra de Campos lo que le motivó a reunirse con paisanos. Así empezó a relacionarse con un bizarro capitán, oriundo de un pueblo próximo al suyo, que luego sería su esposo. En poco tiempo, se onocieron, se amaron y se prometieron.

Pero, como el deber de las armas llevó al novio a un destino en las Misiones Jesuíticas del norte, la novia hubo de casarse, por poder, con un representante de su marido el capitán de dragones D. Juan Francisco de Somalo, el 1 de octubre de 1770, con las bendiciones del obispo de Buenos Aires, don Manuel de la Torre, también oriundo de otro pueblo palentino, Autillo de Campos. La escritura, otorgada por don Juan cuatro meses antes de la celebración, "por palabra de presente como ordena Nuestra Santa Madre, la Iglesia Católica Romana", se refiere a la novia con estas palabras: "doña Gregoria Matorras, doncella noble, con quien tengo tratado, para más servir a Dios Nuestro Señor, casarme".

Es revelador conocer el testamento de doña Gregoria para vislumbrar su personalidad. firmado en Madrid, el año 1803, diez antes de morir. En el mismo se puede leer: "En el nombre de Dios Todopoderoso y de la Santísima Reina de los Angeles, María Santísima, Madre de Dios y Señora Nuestra, amen. Sépase por esta pública escritura de testamento (...) como yo, Doña Gregoria Matorras, viuda de Don Juan de San Martín capitán (...). Teniéndome la muerte, como cosa natural a toda creatura viviente, su hora tan cierta como incierta la de su advenimiento (...)."

En sus palabras se destacan una serenidad firme ante la muerte, una intensa fe religiosa y una gran reciedumbre de carácter. De hecho, los escritos de doña Gregoria y don Juan son testimonios de tales rasgos que, junto al amor por las Indias, eran principios que transmitían cuidadosamente a sus hijos, aunque de un modo muy particular fueron desarrollados por el general.

En otra parte del documento, se entrevé cierta predilección hacia José Francisco; porque, tras referirse a provisión económica destinada a la atención de las necesidades de sus hijos mayores, Manuel Tadeo, Juan Fermín y Justo Rufino, "para su decoro y decencia en la carrera militar", destaca que el que más le había costado era Justo Rufino, "actualmente guardia de Corps en la Compañía Americana", pues principalmente con él "se han gastado muchos maravedíes". A lo que añade, con entrañable acento: "Pero sí puedo asegurar que el que menos costo me ha tenido ha sido don José Francisco." ¿Cómo explicar esto, sabiendo que éste tomó lecciones de guitarra del compositor don Fernando Sors; que reunió una gran biblioteca, cuyo valor equivaldría a su sueldo integro de militar durante tres años; que tomó lecciones de canto, que nunca pidiera dinero a sus padres? El aparente misterio se aclara, si aceptamos que obtenía ingresos extra con actividades artísticas, que percibía, tal vez, de sus amigos y comerciantes de la logia de los "Caballeros Racionales", asamblea de inspiración francmasónica a que pertenecía. En efecto, en una de sus cartas comentaba que, si fracasaba en la carrera de armas, siempre podría ganarse la vida pintando paisajes de abanico. De hecho, la bandera de los Andes pintada al gouache él por nos le revela como avezado pintor. No obstante, como militar decimonónico, tuvo el pundonor de ocultar sus trabajos manuales como medio de obtener ingresos; y es que, en general, lo artesanal y las actividades mercantiles estaban mal vistas en aquella época. Doña Gregoria tuvo otro hermano, presbítero, llamado don Miguel, capellán de numero de la Santa Iglesia Catedral de Palencia,que aparece citado en documento de su esposo, autorizándole a administrar su bienes raíces adquiridos por herencia, sitos en Paredes de Nava. Tenía también otros hermanastros -pues el padre enviudó y volvió a casarse- que alcanzaron importantes puestos en la sociedad, como don Andrés, procurador de tribunal civil, don José, medico cirujano, y don Simón, medico de cámara de la reina Isabel II.

Desde que don Juan falleciera en Málaga a los sesenta y ocho años, teniendo José Francisco dieciocho, doña Gregoria no estuvo sola. Siempre le acompañaba el matrimonio formado por su hija María Elena y don Rafael González Menchaca, empleado de rentas, que le dio a su nieta Petronila.

La muerte de dona Gregoria acaeció en Orense ( Galicia) el primero de junio de 1813, donde estaba destinado don Rafael. Tanto él como María Elena cumplieron los deseos de su madre, que había expresado en el mencionado testamento, la voluntad de que su cuerpo "sea amortajado con el habito de Santo Domingo de Guzmán". Ambos habían profesado en la Orden Tercera de Santo Domingo, en cuyo convento orensano fue inhumada.

En ese mismo año, don José Francisco de San Martín y Matorras se manifestaba por primera vez como triunfador de la causa de la Emancipación americana, en combate de San Lorenzo, demostrando una valía militar extraordinaria.

Contemplando el pasado del general, sus raíces, cimentadas en la aguerrida tierra palentina donde sus padres nacieron, y estableciendo sus virtudes humanas en un cristianismo auténtico, e comprende mejor como: "De azores castellanos nació el cóndor que sobrevoló los Andes" (lema de la casa- solar de los San Martín, en Cervatos de la Cueza).

LOS HERMANOS: MARÍA ELENA, MANUEL TADEO, JUAN FERMÍN, Y JUSTO RUFINO

Del matrimonio contraído entre don Juan de San Martín, ayudante mayor de la Asamblea de Infantería de Buenos Aires, y doña Gregoria Matorras, nacieron en la Real Calera de las Vacas, jurisdicción de la parroquia de Las Víboras -actualmente en la República Oriental del Uruguay- sus hijos María Elena (18 de agosto de 1771), Manuel Tadeo (28 de octubre de l772) y Juan Fermín (5 de febrero de l774).

Trasladada la familia al departamento de Yapeyú, donde don Juan fue designado Teniente de Gobernador, nacieron los otros dos hijos: Justo Rufìno (l776) y José Francisco (25 de febrero de l778).

Se casó en Madrid el 10 de diciembre de 1802 con Rafael González y Alvarez de Menchaca.

En su testamento, el Libertador estableció: "... es mi expresa voluntad el que mi hija suministre a mi hermana María Elena una pensión de mil francos anuales y, a su fallecimiento, se continúe pagando a su hija Petronila una de doscientos cincuenta hasta su muerte, sin que para asegurar este don que hago a mi hermana y sobrina, sea necesario otra hipoteca, en la confianza que me asiste de que mi hija y sus herederos cumplirán religiosamente ésta mi voluntad". (París, 23 de enero de 1844).

María Elena falleció en Madrid el año 1852.

Como María Elena, nació en Calera de las Vacas, territorio de Misiones del Uruguay el 28 de octubre de 1772.

La hoja de servicios de Manuel Tadeo le presenta robusto y de corta estatura.Tuvo especial gusto por la música, acaso originado en el Colegio de San Telmo, de gran prestigio entonces, al que pudo asistir desde su llegada a Málaga, y también debe suponerse que como José Francisco fuera un buen matemático, pues desde sus primeros años de oficial se le dieron cargos de artillería, arma facultativa, ya entonces muy científica y, por ello, solo accesible a los técnicos y marinos.

Del mismo modo que todos sus hermanos varones, siguió la carrera de las armas, iniciándose en el Regimiento de Infantería Soria, "El Sangriento". en el que ingresó como cadete en 1788. Con dicha unidad tomó parte en la campaña de Africa (l790), participó en las campañas de Ceuta y de los Pirineos Orientales (l793-l794). Quedó prisionero de los franceses, junto con su regimiento, al rendirse la plaza de Figueres. Firmada la Paz de Basilea (julio de 1795) fue liberado. Concluida la guerra contra Francia, sirvió como maestro de cadetes durante dos años y medio y fue comisionado, por el término de nueve meses, en el reino de Murcia en persecución de malhechores y contrabandistas.

Al iniciarse el siglo XIX obtuvo el grado de capitán y pasó a revistar en el Regimiento de Infantería Valencia. En 1806 fue agregado al Regimiento de Infantería de la plaza de Ceuta.

Participó en la guerra de la Independencia y luchó contra los franceses; el 16 de setiembre de 1808 fue nombrado ayudante de campo del general conde de Castrillo y Orgaz, revistando en los ejércitos del Centro, Extremadura, Cataluña y Valencia. Participó en las jornadas de Tudela, Navarra, Ciudad Real y en la retirada de Despeñaperros. En los últimos años de esta guerra se halló en el sitio y defensa de Valencia.

Se graduó de coronel en 1817; revistó en el Regimiento de Infantería León y, en 1826, se le concedió el gobierno militar de la fortaleza de Santa Isabel de los Pasajes, en San Sebastián. Falleció en Valencia en 1851.

JUAN FERMÍN RAFAEL

Ingresó como cadete en el Regimiento de Infantería Soria el 23 de setiembre de 1788, en el cual revistó durante catorce años.

Permaneció luego tres años en el Batallón Veterano Príncipe Fernando. Luego pasó a la caballería, prestando servicio en el Regimiento Húsares de Aguilar y, posteriormente, en el Escuadrón Húsares de Luzón, con destino en Manila, Filipinas. Según su foja de servicios, se encontró en la plaza de Ceuta; hizo la guerra contra Francia desde el 17 de julio de 1793; estuvo en la retirada del Rosellón en mayo de 1794. Continuó en el mismo regimiento incorporándose a la guerra marítima y participó en la batalla naval del 14 de febrero de 1797, contra los ingleses.

En el año 1802 se trasladó a Filipinas, donde contrajo matrimonio con Josefa Manuela Español de Alburu. Falleció en Manila el 17 de julio de 1822.

Los descendientes de Juan Fermín Rafael eran hasta hace unos pocos años los únicos miembros de la familia comprobados que seguían con vida.

JUSTO RUFINO

El 18 de agosto de 1793 solicitó ingresar en el ejército español siendo admitido en el Real Cuerpo de Guardias de Corps el 9 de enero de 1795. Permaneció en ese cuerpo durante trece años, en cuyo transcurso fue ayudante de campo del marqués de Lazán y ascendido a teniente el 9 de enero de 1807.

Posteriormente se incorporó al Regimiento de Caballería Húsares de Aragón, con el grado de capitán.

Asistió a los acontecimientos de Aranjuez (mayo de 1808); al ataque y defensa de Tudela (junio de 1808); a los dos sitios de Zaragoza (1808 y 1809), donde fue hecho prisionero cuando se rindió la ciudad. Fugó de sus captores y se presentó al gobierno, que lo destinó -ya graduado de teniente coronel- junto al teniente general Doyle.

Participó en la destrucción del fuerte de Sant Carles de la Rápita y asistió al sitio de Tarragona.Falleció en Madrid en 1832. Fue el único de los hermanos varones que estuvo junto a José Francisco durante su período de ostracismo en Europa.

(Reproducido de la página del Instituto Nacional Sanmartiniano)

Serás lo que hay que ser, si no, eres nada


por Carlos Astrada
(Extractado de: Tierra y figura, 1951/58)


En carta al general Tomás Guido, fechada en Bruselas el 18 de diciembre de 1827, ante el reproche de éste, que le dice "jamás perdonaré a Ud. su retirada del Perú, y la historia se verá en trabajos para cohonestar este paso", San Martín, al defenderse del mismo, alude a documentos que pondrán de manifiesto, después de su muerte, "las razones" que lo "asistieron", para retirarse del escenario de sus triunfos y, remitiéndose ya al juicio de la posteridad, enuncia como síntesis de la razón de ser de su vida y de todos sus actos, la máxima: "serás lo que hay que ser, si no, eres nada".

Pensamiento que él deriva, quizá, en lo que hace a su literalidad, de uno de los motes del blasón familiar, pero dándole, por reminiscencia de ideas griegas, otro sentido, y dimensión en profundidad.

"Serás lo que hay que ser, si no, eres nada". Sentencia que, por venir de quien viene, trasunta toda una ejemplaridad realizada en plenitud, e incide en el espíritu de los argentinos como un imperativo, una incitación a ser fieles a un destino, a ser lo que hay que ser conforme a una vocación humana e histórica. Ser lo que hay que ser es, para nosotros, tarea esencial, a la que nunca podemos pensar terminada.

(...) San Martín, en la lucha por la emancipación sudamericana, como adalid y como hombre, fue lo que había que ser, lo que él tenía que ser, vale decir el fundador de la libertad de Latinoamérica.

Porque se atuvo, a través de todos sus actos decisivos, al "serás lo que hay que ser...", logró el objeto de la más difícil ambición, aquella que, por la plenitud ejemplar de una vida en que se hace carne un principio, se vincula al libre destino de una comunidad de pueblos; ambición que, porque está en función de historia y de posteridad, sabe sacrificar los éxitos materiales del presente y ser insensible a la seducción del brillo efímero del poder político que hace y deshace personajes, y que frecuentemente desgarra pueblos.

En discrepancia, pues, con sólitas opiniones, estereotipadas ya en lugar común, afirmamos que no hay en toda la actuación de nuestro héroe máximo el más mínimo renunciamiento; tampoco ningún hecho que contradiga la ley básica de su ser y de su conducta. El desinterés, el desprendimiento personal y político no están, como puede infundadamente creerse, reñidos con la más legítima y pura ambición, la que por su misma esencia se eleva por encima de intereses transitorios de carácter individual y de las vicisitudes suscitadas por el egoísmo e incomprensión de los contemporáneos.

El hombre que, como San Martín, procede con más generosidad de alma es, en realidad, el más celoso y avaro de la autenticidad de la norma emergente de su conducta personal y, a la vez, y por esto mismo, el más fiel al destino que lo impera. El que sabe de la grande y auténtica ambición y va al encuentro, de la gloria por el camino de la soledad, el más difícil y penoso, ése, como San Martín, gana su vida porque la inscribe en el historial de la estirpe, a cuyo destino sirve, e ingresa como creador de historia y numen de pueblos en el reino de los arquetipos vaciados en molde personal.

(...) Fue y es lo que tenía que ser en la constelación naciente de un nuevo linaje de hombres libres: modelo, arquetipo apenas entrevisto, en su efectiva irradiación, por sus contemporáneos y compañeros de jornadas épicas, pero cada vez más nítido e influyente en la posteridad.

Él mismo así lo entiende, y en su proclama a los argentinos y chilenos, cuando va a iniciar su marcha hacia el Perú, afirma: "voy a seguir el destino que me llama". Dijérase que el destino — aquí la libertad de un continente — elige a aquellos que van a oír y obedecer su llamado.

(...) Su espada, de temple heroico, fue sólo el instrumento eficiente del ideal que él encarnó, y su genio de militar y estratego los medios, la capacitación para realizarlo. El genio militar del Gran Capitán, representa el aspecto técnico-ejecutivo de su personalidad, que él supeditó enteramente a su concepción política y civil de hombre visionario. Más allá de la victoria en las batallas que luchó y venció, en su espíritu se iluminaba y cobraba relieve la victoria de la libertad, la conquista de la independencia integral de América.

Nunca se identificó con el éxito del "militar afortunado", faceta meramente profesional a la que él asignó su justo valor, previniendo, incluso, del peligro que significaba su "presencia" para "los Estados que de nuevo se constituyen", según sus propias palabras. Es que San Martín, por encima de los aspectos parciales de su personalidad, que él coordinó admirablemente en vista a una única finalidad, fue el héroe civil de la libertad sudamericana. Esto es su mayor gloria y lo que da relieve definitivo a su ejemplaridad.

(...) Desde que llega a Buenos Aires, en 1812, e inicia su actuación hasta que la da por terminada con su retiro del Perú, y desde esta etapa decisiva hasta su muerte, toda la trayectoria de su vida está uniformada por el espíritu de su máxima, que en su ecuación personal es lúcido y constante servicio a la libertad, al destino histórico de una comunidad de pueblos.

Educado y formado en España desde los ocho años, después de haberla servido con valor y lealtad durante una permanencia de 22 años en su ejército, va a entregar por fidelidad a sí mismo y a su origen todo su esfuerzo a la libertad de América.

Por su temperamento y disposición espiritual es explicable, además, que tuvieran buena parte —la principal— en la formación de su personalidad los principios que informaron el ideal del hombre clásico y de su moral. Algunos de sus enunciados, de concisión aforística, son de neto giro socrático. Así éste: «la calumnia, como todos los crímenes, no es sino obra de un discernimiento pervertido». Aquí para él, la virtud está muy próxima a ser un saber, resultado de una inteligencia sana y lúcida.

San Martín no fue un filósofo práctico, si se malentiende por tal el que aplica un saber, ciertos conocimientos, con un fin práctico, para satisfacer las necesidades utilitarias de la vida; sino un hombre de acción, de principios claros e ideas bien asimiladas que armonizan con su temperamento y se reflejan en su conducta.

(...) Los contemporáneos de San Martín no vieron, por falta de la necesaria perspectiva histórica, que éste, signado por el destino, tenía que serlo todo en la unidad arquetípica de su personalidad. Y esto exigía declinar posiciones conquistadas, dar la espalda a los halagos del éxito y del prestigio. De ahí que ellos hablasen de abdicación y renunciamiento, y así lo siga pensando aún hoy la mayoría, supeditada, en su juicio, y sin sospecharlo, a una falsa y parcial clave retrospectiva.

Con esto sólo se ve su actuación protagónica, materializada en hechos, situaciones y acontecimientos, pero no lo que ella promueve, lo grande y definitivo que, más allá de la caducidad de todas las pasiones e intereses, estaba en trance de advenir y que nada debía frustrar: la libertad de pueblos y su accesión a la soberanía espiritual y política. Lo grande y definitivo alentaba en el ensueño visionario de San Martín. Transmutarlo en realidad fue la misión que abrazó, encarnando un ideal. Por eso su pensamiento, su intuición genial y todos sus actos, ritman al unísono con esta misión, con este ideal.

En la misma medida en que es consecuente consigo mismo es también fiel al imperativo que lo hace inclinarse ante el supremo interés. En carta al general Bolívar, fechada en Lima el 29 de agosto de 1822 —la carta publicada por Lafond en su libro Voyages autour du Monde— le dice a aquél: (al escribirle) "no sólo lo haré con la franqueza de mi carácter, sino con la que exigen los grandes intereses de América... En fin general, mi partido está irrevocablemente tomado".

En su proclama a los peruanos expresa: "Mis promesas para con los pueblos en que he hecho la guerra están cumplidas: hacer su independencia y dejar a su voluntad la elección de sus gobiernos".

Y en carta al presidente del Perú, general Ramón Castilla, fecha en Boulogne-Sur-Mer, el 11 de setiembre de 1848, próxima ya su puesta de sol en el ostracismo, escribe: "En el período de diez años de mi carrera pública, en diferentes mandos y estados, la política que me propuse seguir fue invariable..., la de no mezclarme en los partidos que alternativamente dominaron en aquella época en Buenos Aires,... y mirar a todos los Estados americanos, en que las fuerzas de mi mando penetraron, como Estados hermanos interesados todos en un santo y mismo fin".

E iluminando definitivamente la razón de ser de su actitud, una con su misión y con su existencia, agrega: "Si algún servicio tiene que agradecerme América es el de mi retirada de Lima".

La libertad de América y la autodeterminación de sus pueblos son el leit-motiv de su conducta política, y la fidelidad a estos dos ideales deciden y realzan su actitud.

En carta al general Bolívar, fechada en Lima el 10 de setiembre de 1822 le dice: "V. E. no ignora que Guayaquil, provincia libre, se encuentra bajo el Protectorado del Perú; tampoco ignora que batallo ejerciendo sin reservas el apostolado de la libertad, por lo que estoy impedido de reconocer a Colombia soberanía en ese territorio. Rehúso el conflicto porque la retroacción sería guerra fratricida. No sacrificaré la causa de la libertad a los pies de España. Mi obra ha llegado al cenit; no la expondré jamás a las ambiciones personales; de aquí que no acepte ser el cooperador de vuestra obra" (es decir lograr que "el Perú reconozca a Colombia soberanía en Guayaquil").

Es que la delgada línea que separa al libertador de pueblos del caudillo, dispuesto a usufructuar una situación política, fue para San Martín una barrera infranqueable por propia decisión.
Por último, cuando se informa de los anacrónicos ensueños virreinales del general Bolívar, quien quiere incluir dentro de un solo molde estatal a Bolivia, Perú y Colombia bajo su jefatura vitalicia, con el aditamento de imponer una sucesión dinástica, y ve los males que esto puede acarrear para los pueblos sudamericanos, se dirige al mismo Bolívar desde Bruselas, con fecha 28 de mayo de 1929 y le dice: "Al llegar ahora hasta mí las más alarmantes noticias, siendo la más grave la que se refiere al proyecto de federar a Bolivia, el Perú y Colombia con el vínculo de la Constitución Vitalicia cuyo Jefe Supremo Vitalicio sería V. E. y con la facultad de nombrar sucesor, me apresuro y me permito darle el mismo consejo que el año 22 pusiera en práctica al sacrificar mi posición personal de aquella hora, para que pudiera triunfar la causa de la libertad americana. Vuestra obra está terminada como lo estuvo la mía; deje que los pueblos libres de América se den el gobierno que más convenga a su estructura política..." Y como colofón estampa esta verdad, abonada e iluminada por su ejemplo: "Los pueblos no podrán aceptar el someterse a la voluntad de un hombre a quien ellos consideran el abanderado de las libertades ciudadanas".

Este es el hombre que categorizó la línea de una conducta para devenir lo que tenía que ser, en consonancia con una misión y como depositario de un mandato del destino. Si partimos del hombre mismo, de la plenitud señera de su personalidad, nos explicamos perfectamente el porqué de sus actitudes y decisiones, y percibimos la secuencia de sentido de todos sus actos.

Reúnen los versos que alentaron la lucha en las Invasiones Inglesas



Por: María Paula Bandera

Durante las Invasiones Inglesas, a principios del Siglo XIX, el pueblo de Buenos Aires no sólo se expresaba lanzando el famoso aceite hirviendo desde las terrazas; también utilizaba otros medios, tal vez no menos hirientes, como la poesía.

Estos textos formarán parte del Cancionero de las Invasiones Inglesas, un libro que la Academia Argentina de Letras está preparando para conmemorar el Bicentenario.

Pedro Luis Barcia, presidente de la Academia y encargado del proyecto -junto a Josefina Raffo- es un entusiasta y como tal presenta su nuevo trabajo a Clarín: "Las Invasiones Inglesas generaron, entre nosotros, una producción caudalosa en prosa y verso. La prosa fue abundante y de los géneros más diversos: cartas, sermones, memorias, crónicas, informes. Estos textos han sido exhaustivamente aprovechados por los historiadores para sus estudios e investigaciones. En cambio, la poesía ha sido desatendida y no ha merecido hasta hoy una colecta más o menos completa, que exhiba en su conjunto la variada producción motivada por los hechos de conquista y recuperación en 1807 y 1808".

El libro, cuya publicación está prevista para los primeros meses del próximo año, contiene tanto material inédito, como otro, previamente publicado.

En la selección, se privilegiaron las versiones originales, ya que, como señala Barcia, varios textos "han padecido deformaciones en ediciones modernas parciales".

Además de dar lugar a textos de reconocidos autores, El Cancionero incluirá poemas anónimos, las cuales se destacan, dice Barcia, por "su dominante ánimo burlesco, con intencionalidades de escarnio a sus destinatarios".

Uno de esos poemas castigaba la deserción de la autoridad española: "¿Ves aquel bulto lejano que se pierde atrás del monte?/ Es la carroza del miedo/ con el Virrey Sobremonte". Otros versos eran recitados por grupos específicos, como las mujeres: "Por cada Inglés que venzas /he de rendirte/ un corazón discreto / mil almas firmes".

Las Invasiones Inglesas fueron la base de la Revolución de Mayo de 1810, ya que "la reconquista y triunfo de las improvisadas fuerzas criollas sobre las aguerridas, disciplinadas y veteranas, tropas de Albión (inglesas), dio a los hombres del Plata un sentido de su valía, de su capacidad de resolver problemas por sí". Así, con el farol de la historia alumbrando el presente, la Academia publica las expresiones poéticas de esa época de lucha justo ahora, de cara al Bicentenario.

Clarín, 21-12-09

El pueblo español donde el prócer es el general San Martín

Por Fabricio O’Dwyer
Periodista - Desde Palencia, España

La plaza del pueblo se llama República Argentina, hay un museo dedicado a San Martín y en la iglesia una imagen de la Virgen de Luján. Con estos datos bien podríamos referirnos a alguna de las tantas localidades del interior argentino, cuyas características resultan particularmente familiares. Sin embargo, se trata del pueblo castellano de Cervatos de la Cueza, en plena de tierra de campos palentina, en el corazón de la España profunda.
Plaza República Argentina, en Cervatos

Pero, ¿qué tiene de particular este pequeño poblado con alrededor de 300 personas censadas y habitado por apenas un centenar de almas en el crudo invierno castellano? ¿Qué extraña relación lo liga con la República Argentina y con el general San Martín? Sucede que en esta tierra nació y vivió hasta que su carrera militar lo llevó al entonces Virreinato del Río de La Plata, el capitán don Juan de San Martín (n.1728), padre del Libertador de América. Aquí, su casa natal, habitada en el siglo XVIII por la familia hidalga de clase media conformada por don Andrés de San Martín e Isidora Gómez, abuelos del prócer argentino, fue rescatada del olvido por el empresario palentino Eugenio Fontaneda (1929-1991) y transformada en un museo que lleva el nombre de “General San Martín”; en 1978, año del bicentenario del nacimiento de quien es considerado el “Padre de la Patria”.

El museo de San Martín

El Museo de San Martín en Cervatos

De azores castellanos nació el cóndor que se eleva sobre América”, reza la leyenda en el pórtico de entrada a la casa que perteneció a la familia San Martín y que hoy cumple la doble condición de museo etnográfico de la vida en esta región, a la vez que rememora las raíces castellanas del general José de San Martín.
Esta vivienda, situada en el número 27 de la calle La Solana, fue construida como edificio aislado, adosado al fondo con otro inmueble y cerrado por una tapia de dos metros de altura aproximadamente. Hoy es uno de los mayores atractivos de la localidad, al punto que recibe numerosas visitas, motivo que llevó a la comunidad autónoma de Castilla y León a declararla monumento y bien de interés cultural.

Su construcción, de adobe, se realizó siguiendo técnicas muy antiguas. La estructura de cubierta es de madera, con tejas de cerámica árabe. Una gran puerta de madera, protegida por tejaroz, sirve de acceso a la parcela, situándose al fondo el edificio en forma de «U» invertida. La carpintería también es de madera, con rejería de forja en ventanas de pequeñas dimensiones.
El inmueble se articula siguiendo la tipología tradicional de la casa de labranza en Tierra de Campos, en dos espacios centrales: la zona de vivienda y la de los animales. A la izquierda del patio que precede a la casa se localiza la cuadra donde se guardaban las caballerías y los aperos de labranza. El resto de las dependencias se ubican en planta baja: la cocina de horno, donde –entre otros- están todos los útiles de amasar el pan y donde se cocinaba en verano, para alejar la lumbre de la cocina, que al ser más fresca se usaba como comedor; los dormitorios, amueblados y dotados de trébedes (parte de la habitación que, a modo de horno, se encendía con paja) para calentarse en invierno, en donde también pueden apreciarse varios retratos del general San Martín y de su familia; y la habitación mayor, habilitada como sala de honor. En ésta última se guardan recuerdos y testimonios de la amistad con la República Argentina: libros, monedas, billetes, retratos del Libertador, banderas, réplicas de sables, copias de documentos sanmartinianos y un libro donde los visitantes pueden dejar un comentario y su firma (entre las más recientes puede apreciarse la del senador salteño y ex gobernador Juan Carlos Romero).

Otros rastros de argentinidad

Además del museo, existen otros lugares de interés y monumentos que refieren a la Argentina: la plaza mayor, que recibe el nombre de Republica Argentina, y luce con orgullo el busto del capitán Juan de San Martín; la actual iglesia parroquial de estilo colonial, que fue construida a instancias del Gobierno argentino como lugar de culto para los fieles cervateños, después de que la iglesia de Santa Columba quedara en ruinas y la de San Miguel fuera víctima de un incendio en 1934 (en ésta última contrajeron matrimonio los abuelos de José de San Martín y fue bautizado su padre el 12 de noviembre de 1728); y el centro cultural, que también recibe el nombre “San Martín”, donde tanto jóvenes como mayores pueden disfrutar de un espacio de ocio y recreación, destacándose la biblioteca y un ciber centro donde se dictan cursos de informática.


Casamiento entre paisanos

Muy cerca de allí se encuentra la localidad de Paredes de Nava, lugar de nacimiento de doña Gregoria Matorras, la madre del general San Martín. Si bien eran de pueblos vecinos, ambos progenitores se conocieron en Buenos Aires. Don Juan finalmente terminó administrando en nombre del Rey de España antiguas propiedades de los jesuitas, que habían sido recientemente expulsados de las colonias americanas.
La carrera militar del padre de Libertador de la Argentina, Chile y Perú continuó como teniente gobernador de Yapeyú, en la actual provincia de Corrientes; hasta que pidió el traslado a España con el objetivo de brindar una mejor educación a sus cinco hijos. Falleció en Málaga en 1796, sus restos fueron trasladados en 1947 a Buenos Aires y –junto con los de su esposa- descansan en el templete que honra la memoria de su hijo en Yapeyú.


Resistir, una consigna sanmartiniana

“En el invierno la mayor parte de la gente se va a Madrid, Bilbao u otras ciudades, apenas quedamos unos cien”, explica Delfín, el alguacil de Cervatos de la Cueza, al tiempo que generosamente abre las puertas del museo y nos introduce en un paseo imaginario por las costumbres, tradiciones y modo de vida de los habitantes de la tierra de campos. “Antes había varios bares, panaderías, carnicerías, pescaderías…”, continúa nuestro guía rememorando épocas en las que el pueblo tenía otro esplendor.
No obstante, allí continúa resistiéndose al paso del tiempo, estoicamente, como la bellísima torre mudéjar de San Miguel que se distingue por sobre el caserío. O como aquél general argentino, con raíces cervateñas, que arengaba a sus compatriotas independentistas con aquello de: “Ánimo, que para los hombres de coraje se han hecho las empresas…”.